POLíTICA
¿Hay un costo específico que deben pagar los liderazgos femeninos? Más allá de los errores o aciertos propios de cualquier gestión de gobierno, es fácil advertir que el hecho de ser mujer ofrece un blanco preferencial tanto para el análisis como para las denostaciones lisas y llanas. ¿Pero cuáles son las estrategias que las mujeres en el poder político ponen en marcha para sostenerse y sostener la gobernabilidad? La gestión de Michelle Bachelet en Chile, la candidatura frustrada de Hillary Clinton en los Estados Unidos y los primeros meses de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, vistas en paralelo, exhiben cómo el sexismo impregna tanto el lenguaje político como el mediático; y también el peligroso –por poco cuestionado– sentido común.
› Por Veronica Gago
Las mujeres que están en el poder –o aspiran a él– deben lidiar con que todo razonamiento político que se haga sobre ellas tenga como base una serie de lugares comunes sexistas que devienen categorías analíticas e impugnaciones concretas a su capacidad de gobierno. Esta lógica se propaga mediáticamente, pero también se escucha en la calle e impregna el lenguaje de la puja sectorial y partidaria y también muchos comentarios de expertos. Se trata de estereotipos que no se disimulan, sino que se vuelven imágenes irrecusables por repetidas, que pretenden tener peso conceptual, y que develan una naturalización –y una caricaturización– de los componentes de género en el debate público sobre la gobernabilidad, a la vez que estructuran una ofensiva sostenida contra candidatas y mandatarias. ¿Hay un costo específico que deben pagar los liderazgos femeninos? Muchas veces, tratando de enfrentar la debilidad que se les atribuye a las mujeres en el poder, ellas mismas –y/o sus asesores/as– optan por la estrategia de limitar sus propuestas políticas, en muchos casos empujando a un giro conservador de sus discursos y prácticas, como modo de supervivencia y como método de estabilización frente a las críticas opositoras. Hillary Clinton como candidata y Michelle Bachelet como presidenta ya han transitado ese camino. Ambas, sin embargo, pagaron altos costos: Clinton en la medida en que a pesar de su moderación perdió la interna demócrata; Bachelet, teniendo en cuenta su historia política, debido a las concesiones que tuvo que hacer su gobierno al aliarse con los partidos vinculados al fallecido dictador Pinochet para poder destrabar iniciativas fundamentales de gestión. ¿Cuál es la estrategia de Cristina Kirchner para enfrentar el conflicto y sostenerse en el poder cuando una de sus lenguas es la descalificación misógina?
“Estas mujeres que llegan al gobierno o que se postulan a él ponen un analizador de género muy revelador no sólo de la clase política, sino del conjunto de la sociedad. En el caso de Cristina, si hablamos ya no de lo correcto o incorrecto de sus medidas, sino de los imaginarios políticos en danza, lo que observamos es que son de un sexismo total. Pero esto lo constatamos tanto en países periféricos como en el primer mundo, aun cuando está claro que no es lo mismo mujeres en los gobiernos que mujeres que defiendan los derechos de mujeres, es decir, que tengan lucidez de género”, puntualiza Ana Fernández, doctora en psicología de la UBA. ¿Qué quiere decir que una de las principales críticas que se escucha sobre Cristina Kirchner sea sobre su estilo, al que se lo adjetiva, sobre todo, como soberbio o autoritario? “Hay que analizar por qué se dice que un discurso de ella estuvo mejor sólo cuando agregó un ‘por favor’. Creo que le piden a Cristina que ponga una cuota ‘femenina’ como si lo femenino fuese lo componedor: justo el rasgo que destituyó a las mujeres históricamente de otros lugares porque esa actitud de componer expresa simplemente que no les daba la correlación de fuerzas para hacer otras cosas, como –por ejemplo– confrontar”, continúa Fernández ante Las12. “La soberbia no es un atributo femenino o masculino, pero hay una cuestión que es cómo se decodifica y en ese sentido se aguanta menos si es mujer. Enseguida vemos surgir la asociación de maestrita ciruela, es decir, pasa a estar asociada a una cuestión peyorativa. En cambio, vemos que en liderazgos masculinos la soberbia no es un elemento tan negativo”, advierte la consultora Analía del Franco, directora de la encuestadora Analogías.
El publicista Fernando Braga Menéndez, desde su especialidad en construcción de imagen política, ilustra: “Me llegan mensajes del tipo ‘San Martín liberó tres países con un caballo, Kirchner nos va a hundir con una sola yegua’. ¿Qué significa esto? Que hay una parte de la población que no se banca que nos gobierne una mujer, que la quieren enloquecer en los primeros seis meses; estoy seguro que es gente que sí sería más condescendiente con un modo de gobierno autoritario clásico. Por donde vivo, en San Isidro, el día en que la gendarmería arrestó a De Angeli, un tipo en un Mercedes Benz último modelo, iba en contramano y con medio cuerpo asomado por la ventanilla, gritando: ‘¡La puta está metiendo presos a los campesinos!’. Yo nunca había visto una escena así”.
Caída en la imagen pública de la Presidenta según los números de las encuestas, campañas en algunos diarios anunciando que no terminará su mandato, constatación de varios “especialistas” de su falta de liderazgo y diagnósticos de debacle política por imposibilidad de afrontar la crisis con algunos sectores sociales. No es una descripción de las últimas semanas de este país, sino una síntesis de lo que sucedió en Chile en el segundo semestre del año pasado. A punto tal que Bachelet habló entonces de un “feminicidio político” en su contra. Retomando esa idea, el director de la revista chilena Punto Final, Manuel Cabieses, describió la detallada secuencia del proceso que cualquier lector/a argentino/a puede sentir familiar: “La campaña anti Bachelet ha ganado terreno aunque todavía está lejos de alcanzar sus objetivos. Pero ha logrado instalar como verdad incontrovertible la ‘falta de liderazgo’ de la presidenta. Tal debilidad –rasgo que por supuesto sería ‘femenino’– estaría demostrando su incapacidad para ejercer el mando. Las mediciones de opinión muestran los resultados de esta campaña. Las encuestas acusan una gradual pero constante disminución del apoyo a la mandataria. Tales encuestas son manipuladas astutamente por los medios de comunicación –en especial por El Mercurio que fija la pauta informativa nacional–, que actúan como soportes de la propaganda para minar la autoridad de la presidenta” (Nº 645, 10 de agosto, 2007).
El desenlace de la coyuntura chilena, en plena crisis de transportes, inseguridad y conflictos sindicales, fue un retroceso del gobierno que debió sellar una alianza con los partidos derechistas de la oposición Renovación Nacional (RN) y Unión Democrática Independiente (UDI) ante la caída de la popularidad de la Presidenta y con el fin de destrabar el bloqueo de la oposición a sus iniciativas en materias de previsión y seguridad ciudadana, equidad y educación, sobre todo teniendo en cuenta los comicios municipales que se harán este año y las elecciones presidencial y parlamentaria de 2009.
Carlos Huneeus, cientista político y director del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (Cerc), considera que a Bachelet “le ha costado tomar un liderazgo bien definido porque es un cambio muy grande el hecho de que un país sea gobernado por una mujer”. Y agrega: “Sin embargo, creo que las distintas críticas que recibió no son sexistas. Ella ha remarcado eso desde una postura demasiado feminista y auto-victimizándose. Los argumentos con que la atacaron son los de una derecha ideológico-política clásica”.
El sociólogo Manuel Antonio Garretón, en diálogo con Las12, distingue: “Lo primero que hay que aclarar es si existe una diferencia de naturaleza entre un liderazgo masculino y otro femenino; si lo aceptamos, diría que ambos tienen elementos positivos y negativos, en la medida que tienen fortalezas diferenciales. Segundo: hay que distinguir qué rasgos son propios de lo femenino o de lo masculino y qué es lo propio de un buen o un mal gobierno. Las fortalezas mayores del liderazgo de Bachelet han sido dos. Primero: apuntar a la meta vaga de Estado de protección social, aun cuando esto no estuvo bien formulado en los proyectos, y quizás esto venga de su lugar femenino, aunque hay otros componentes biográficos que no pueden olvidarse: ser la hija de un militar asesinado en la dictadura, haber sido ministra de salud y ser médica. Segundo: un estilo que supone escuchar y conocer distintas perspectivas antes de tomar decisiones y esto se expresa en los consejos de asesores que creó después de las movilizaciones estudiantiles”.
Bachelet, sin embargo, es divorciada: no aparece otra figura que le haga de respaldo simbólico ante los ataques por cuestiones de género. En cambio, si tras una mujer presidenta o candidata a serlo hay un marido que la ha precedido, como es el caso de Hillary y Cristina, esto termina demostrando para buena parte de la opinión mediática, que el verdadero poder sigue estando en la parte masculina de la dupla. Y que, por lo tanto, es el marido quien funciona como reaseguro. En el lenguaje vernáculo esto ha dado lugar al sofisticado concepto de “doble comando” (difundido por el “piloto de tormentas” Eduardo Duhalde y refrendado por la aeromoza Chiche).
“En Argentina pareciera que no hay lugar en los imaginarios para una pareja sin que uno opere como protagonista y otro como complementario. Esto es un atraso de la cuestión de género. Y creo que los Kirchner ofrecen una modalidad conyugal para la que no tenemos el hábito. Claro que todo esto se mezcla con los errores tácticos y estratégicos del gobierno. Pero Cristina no apela a la familia, nunca mete a sus hijos, ni tampoco a la religión: es decir, piensa con categorías políticas sin convocar la sensiblería de género tradicional. Esto hace, en buena medida, que a ella se la vea con un estilo más tenso y dramático que a Kirchner, pero eso es porque los varones, de cualquier sector de la clase política, como pertenecen al club de varones, tienen un modo más relajado. Ella no tiene club de mujeres y parece no haberlo querido armar. Esa es otra diferencia con Chiche, quien a partir de las figuras más conservadoras construyó una fuerza política propia de mujeres: de lo más tradicional, pero propia”, argumenta Fernández.
También Hillary ha debido responder a este tipo de descalificaciones de su propio poder: el presentador de ABC News Charles Gibson le preguntó hace poco en una entrevista pública: “¿Estaría en esta posición si no fuera por su marido?”. La columnista Peggy Noonan, del The Wall Street Journal, sacó unas conclusiones que van en la misma línea, remarcando una suerte de incapacidad femenina de afrontar situaciones difíciles, al concluir la interna demócrata que dio como victorioso a Obama: “(Hillary) se pasó su campaña acusando a América de ser sexista, de tratarla diferente por ser mujer, y luego, cuando no tuvo la elegancia para felicitar al ganador, envió a sus asesores a decirle a la prensa que sólo necesitaba tiempo, que todo era muy emotivo. En otras palabras: ella necesita espacio porque es una mujer”. También al final de la interna, uno de los asesores de Obama, al ser consultado por la CNN sobre si Hillary aceptaría ser la vicepresidenta en la fórmula demócrata, dijo que a ellos no les interesaba compartir el poder entre tres. Obviamente, se refería a que Hillary no viene sola, sino con Bill.
Para orientar la imagen de las mujeres políticas –especialmente en la competencia presidencial y, luego, en el desarrollo mismo de la gestión– las estrategias de sus asesores suelen enfatizar su costado ordenancista. La campaña de Hillary hizo hincapié en su experiencia y la mostró cercana al establishment, lo que hizo que –según diversos analistas– la propuesta de “cambio” quedara del lado de Obama. El perfil institucionalista con que Cristina insiste desde antes de ser electa parece estar teñido de la misma pretensión: crear una imagen que contrarreste la supuesta debilidad femenina frente al poder. El riesgo de estas estrategias es el que ya derrotó a Hillary: que el discurso de estabilización, aun siendo muchas veces defensivo, determine el tono conservador de las mujeres políticas.
En cada uno de sus últimos discursos, Cristina insistió en nombrar a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y la semana pasada reivindicó a las/os travestis y vendedores/as ambulantes (¡se olvidó de las mujeres en situación de prostitución!) que estuvieron presas por luchar contra el código de convivencia de la ciudad. Estas apelaciones a las luchas pasadas y recientes conviven hoy con la retórica sobre la institucionalización política (a veces poco creíble: como la idea de que para hacer un reclamo hay que constituirse en partido político) que fue su eje de campaña.
Sin embargo, la presión por un giro a la derecha parece ser una constante. “Una de las formas de supervivencia de una líder femenina es aliarse a la derecha, por lo cual renuncia así a una forma diferente de gestión: es una forma de compensar y mostrar sometimiento. Creo que hay una presión en ese sentido”, analiza Braga Menéndez.
“En el caso de Bachelet podemos hablar de elementos críticos de su liderazgo: ha habido un problema en la conducción, la cual finalmente ha sido entregada a la conducción económica proclive a favorecer los intereses derechistas y, en cambio, no hubieron cursos de acción respecto de la sensibilidad evidente que ha demostrado tener la presidenta. Esto se vincula, creo yo, no con una cuestión de liderazgo femenino, sino con la contradicción de este gobierno, y de los gobiernos de la Concertación en general, entre un horizonte socialdemócrata y una línea económica liberal: es una contradicción que la presidenta no zanja. Ahora, ¿por qué no lo hace? Si decimos que no lo hace por la gran influencia del sector liberal o componente derechista del gobierno o por la dificultad de toma de decisiones es algo que remite a diferentes interpretaciones. Yo diría que se trata de un problema de la institucionalidad heredada del pinochetismo: hay un empate político en la institucionalidad chilena que hace que siempre se tenga que negociar con la derecha”, sintetiza con claridad Garretón.
Los vaivenes de la imagen medida por las encuestas permanentemente y la producción de enfoques generados desde los medios parece, por momentos, volverse tautológico: explican por qué asciende o desciende una personalidad a la vez que producen y convalidan cuáles son las formas correctas de tal valoración social. El tratamiento de los medios a las políticas mujeres, según la Organización Nacional de Mujeres de Estados Unidos (NOW, por sus siglas en inglés), puede dividirse en dos categorías principales: aquellos que trivializan a las mujeres que se lanzan a la política poniendo el eje en su ropa, en cómo se arreglan el pelo, o en su gusto en la decoración de la casa (personal y oficial), y aquellos que sitúan al género como su característica más importante, deslizando así los estereotipos más obvios para poner en cuestión la habilidad femenina para llevar adelante un liderazgo fuerte y efectivo. Esos estereotipos, a su vez, raramente salen de la dicotomía de manual: si las mujeres se muestran tradicionalmente femeninas serán tildadas de demasiado “suaves” o “débiles”; de lo contrario, si se exhiben poderosas y seguras, se les dirá que son “duras” o “estridentes”, dos atributos típicamente masculinos.
“Hubo una cuota de género en relación al tipo de críticas que se le hicieron a Cristina todas estas semanas de conflicto. No creo que los problemas sean netamente por esto, pero sí que la insistencia con su imagen –cómo se viste, cómo se pinta, etc.– es una forma de vulgarizarla. Después uno podría pensar, como hipótesis, si se le animan más porque es mujer. No diría que el conflicto duró tanto tiempo por esa razón pero sí que opera un prejuicio por el hecho de ser mujer que por supuesto se mezcla como rasgo dentro de una coyuntura política y de gestión más compleja”, describe Del Franco.
NOW siguió minuciosamente el tratamiento que los medios dieron a la campaña de Hillary. Y efectivamente uno de los ítem que destacan en su informe es una suerte de obsesión mediática con el vestuario de la candidata, usado casi como clave de interpretación (psicología barata de por medio) de su personalidad. Además, NOW ha instalado una suerte de observatorio virtual –mejor dicho: un “medidor misógino”– donde denuncia a todos y todas las periodistas que hacen uso de los estereotipos de género para fundamentar sus análisis políticos. Un ejemplo burdo pero con mucha audiencia: el presentador del programa Buenos días América, Glenn Beck, dijo que no podía escuchar los discursos de Hillary porque le hacían acordar al tono de su esposa cuando le pide que saque la basura.
“En los medios, siempre publican fotos de Cristina con un ángulo que sea, por decirlo de algún modo, ‘equívoco’ cuando está con algunos personajes, de manera tal que parezcan fotos sexies. Así pasó en algunas que publicaron de ella con el presidente francés Sarkozy, con el presidente ecuatoriano Correa y con algún dirigente del campo”, señala Braga Menéndez como dato a tener en cuenta. “Es que creo que Cristina junta dos cosas que las mujeres políticas han tenido por separado: mientras que el aspecto de Bachelet y de Hillary es asexuado, ella pone una cuota de coquetería, de arreglo sexy, junto a un relato conceptualmente más alto que el común de la clase política argentina. Ambas cosas juntas, sobre todo porque suelen estar disociadas, resultan insoportables. Es más bien esto, y no que sus propuestas sean tan radicales, lo que convoca tanto rechazo”, dice Fernández.
La cuestión sexista no puede despreciarse o no tenerse en cuenta en la medida en que se articula como dimensión del debate público, del lenguaje mediático y del comentario al paso a la hora de analizar los rumbos del gobierno. Y, sobre todo, porque revela una dimensión del análisis político que pretende invisibilizar o trivializar el modo en que –justamente– se habla de las mujeres, en general y específicamente, de las que llegan al poder.
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