VISTO Y LEIDO
› Por Liliana Viola
La muerte y los desencuentros
Elvira Orphée
Ediciones Fundaciones Victoria Ocampo
179 páginas
Se acaba de reeditar esta novela de Elvira Orphée, que apareció en 1989 ya con nuevo título La muerte y los desencuentros, antes había sido concebida como una letanía poética y con otro nombre, En el fondo. Sigue siendo una de los más extraños proyectos de su autora, y a su vez un claro sello de su estilo. De espaldas a una trama que no por esto se dirá que no existe, la primera persona enajenada por el exilio y por la infancia, va narrando lo que ve, lo que vio, lo que cree haber visto y hecho, desde el temblor de una rama hasta el rostro de un hombre asesinado por ella misma. Orphée intenta ponerle una voz al tormento de habitar entre dos mundos. El país cálido de su nacimiento, donde deambulan como elementos de la naturaleza ella y sus parientes, y el país frío donde la ha enviado la madre en las primeras líneas: “no extrañarás nunca nada. Si ahora mismo no tenés recuerdos”. Desde esa primera partida, su condición de extranjera le habilitará a regresar cuantas veces quiera, dueña de un juicio crítico. Vivir en el otro lado siempre como provinciana con otros tiempos, le otorga esa una mirada oblicua. El plan está enunciado desde el comienzo: “No me contentaré con bosquejar mi propia historia, como una vez lo hice. Voy a corregir las omisiones”. Esta memoria parlante reconstruye un relato enunciado con anterioridad mientras repone los fragmentos faltantes. La escritura apela entonces al buen entendedor, que ata cabos, se repliega con ella en los detalles, y se deja aturdir por esta voz megalómana y obsesiva. Los personajes aparecen como náufragos mostrando en gestos, en modos de hablar o de sentarse, su particular desesperación. Un amor perdido que da nombre pone en juego la androginia de la niña, un padre que abandona muriendo y una serie de compañeritos, amigos y perversos se enlazan con serpientes venenosas, gallinas que en lugar de empollar son empolladas, gatos que saben más que nadie. Un momento histórico y una mirada sobre la historia argentina, aparecen entre lineas de este discurso que se postula a cada paso como mezquino y profético. Texto encerrado en su propia alucinación que solo ha cedido a la determinación de hilvanar frases inteligentes y destellos.
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