Viernes, 1 de agosto de 2008 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Al igual que Panam, Caramelito fue animadora de programas infantiles de la televisión, firmó las canciones que desentonaba alegremente y repitió ese esquema sobre el escenario. Todo ello sin tener el criterio y la formación necesarios para entretener –ya no hablemos de educar– a niños y niñas de corta edad, obviamente dando por sentado que con un poco de colorinche y bailoteo, lugares comunes y zalamerías al por mayor, bastaba para salir del paso y encima vender unos cuantos discos. Como no existe filtro de calidad respecto de los shows de teatro o TV que se ofrecen a los chicos y el periodismo la trató con indulgencia, años estuvo explotando el rubro la rubia salida de las huestes de Nico Repetto, hasta que decidió despedirse con un inenarrable producto fílmico estrenado la semana pasada –las vacaciones de invierno, ya se sabe, dan para todo–, La luz del bosque.
Y aunque en un reciente programa alimentario de Mirtha Legrand dio a entender que prefería que la llamaran por su nombre propio, Cecilia Carrizo, lo cierto es que los hacedores de La luz... le propusieron encabezar el elenco con ánimo de usufructuar los últimos dividendos carameleros. (Es que la todavía aniñada animadora está en el Premier haciendo teatro para gente adulta que desee ver, además, a Silvina Luna, Diego Pérez, Marcelo De Bellis, Alberto Martín en Más que amigos...). Si bien dos chicos y una chica son los personajes de la película que más tiempo están en pantalla, Cecilia “Caramelito” Carrizo –así nombrada– aparece en el aviso coronada de flores junto a Celeste Harvey (que como no es conocida, no se la menciona), y en el medio de la rubia (buena) y la morocha (mala) tenemos a Fernando Lúpiz, de casco guerrero y espada (probablemente con la idea de atraer a algunos varones, ya que el Caballero Luz interviene fugazmente, en cambio Lúpiz tiene más papel –es un decir– como padre, esposo y dibujante de historietas que se hacen realidad).
La rubia que escribía y cantaba “Porfi, porfi, por favor,/ muchas gracias digo yo,/ buenos días, buenas tardes,/ buenas noches y me voy...” se despide entonces de Caramelito pero, hélas, deja esta doble ¿actuación? como Sofía, la mujer de la ciudad que va de camping con su familia, y como Lucinda, el hada despojada de su beba Primavera por su malvada hermana Brunilda. El hijo y la hija de Sofía, en compañía de un niño campestre de la zona, tendrán un encuentro cercano con Lucinda –sin advertir que tiene los rasgos de Sofía–, luego del cual marcharán al rescate de Primavera, no sin toparse por el camino con taladores y un cazador furtivo –mensaje ecologista, cómo no–, animales heridos o muertos, ratas vivas y agresivas. Antes de encarar a Brunilda, el trío pasa por la cocina de la bruja Gula, que mira a los chicos con hambre. Realmente el nivel es muy parejo: grado cero en materia de guión, realización, actuación, arte... Menos mal que se trata –quiera la Diosa– del adiós definitivo de Caramelito al rendidor rubro que explotó durante demasiado tiempo.
También se conoció la semana pasada Valentina, la película, dibujos animados para mejorar aun más las excelentes ventas de agendas, mochilas, útiles escolares, carpetas, ropa de ese sello con destino al consumo de niñas entre 6 y 12 años. Porque la edad de Valentina es incierta para que chicas de distinta edad se identifiquen con ella: en la película se la ve con ese aire de Lolita que lucen muchas nenas locales, vestidas y peinadas como adolescentes, a veces maquilladas. El cuerpo de Valentina –liso el pecho– parece de menos de 10, pero su cara con boquita pulposa roja en forma de corazón, sus ojos pintados, su manera de vestir y su amaneramiento al hablar representan otra edad. Sin duda, ésta es una producción pensada exclusivamente para niñas consumidoras: los personajes de varones, sólo compañeros de colegio, no se sabe de qué grado, ya que los padres no aportan (tampoco las madres), son mera excusa para que la buena y dulce V empiece a pensar en el primer beso, en el primer amor. En realidad, es en lo único que piensan ella y sus amigas, sin que se mente nada relativo a la sexualidad. Ah, sí, Valentina tiene una idea: inspirada en una charla que tuvo con su cariñosa y sabia abuela, propone a sus amigas celebrar la llegada de la primavera quemando un monigote, idea que dará pie a una liviana trama ligada a una triste leyenda. Ah, también V hace canciones y, claro, las canta, porque aquí también hay que vender discos de letras vacuas y música seriada.
Valentina, la película brinda un compendio tirando a reaccionario de la feminidad más ñoña e insustancial, tanto en el arreglo de las niñas como en la futilidad de sus intereses. El mundo V tiene una estética meliflua y abigarrada donde se reproducen corazones y mariposas, el forastero resulta ser el malo y debe borrarse, todo viene muy premasticado a través de estereotipos sexistas que pretenden representar el mundo, delimitarlo, uniformarlo. Miren si no lo que escribió alguien que no firmó, en el diario El Argentino: “Andá a verla si tu hija pinta para pichón de tumbera. Quedate en casa si tu hijo levanta la mano para que lo lleves”. Menos mal que hay gente que entiende de qué va la peli...
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