ENTREVISTA
Hay ciertas muertes que se instalan en el centro de la sociedad y la involucran aunque no pueda tramitarse colectivamente el dolor que provocan, más que como impotencia. En esas situaciones es cuando aparece esa palabra repetida capaz de explicarlo todo: inseguridad. Para la filósofa Susana Murillo, con esa palabra es posible colonizar el dolor y organizar las respuestas y los reclamos individuales para transformarlos en comunes, incluso en consonancia con los dictados de organismos multilaterales de crédito. Con esta hipótesis, la investigadora analiza hechos que parecen distantes, como el efímero liderazgo de Juan Carlos Blumberg, la tragedia de Cromañón y hasta ciertas expresiones durante el último conflicto con el “campo”.
Ante la catástrofe, el pánico, el desastre, la muerte, emergen hoy varias formas de colonizar el dolor: modos de contenerlo, de nombrarlo, de dibujarle contornos y darle forma. De traducirlo y resignificarlo. Digamos que una de las colonizadoras más flexibles y exitosas, o exitosa por flexible, es la idea misma de inseguridad. El dolor pasado por el tamiz de la inseguridad se vuelve otra cosa: la colonización ha reinterpretado sus orígenes, le ha encontrado voceros y ha diagnosticado las culpas. Esta no es una operación metafórica, sino una estrategia que –según la filósofa Susana Murillo (UBA)– coincide con precisas recomendaciones de los organismos internacionales de crédito. Murillo, autora del reciente libro Colonizar el dolor. La interpelación ideológica del Banco Mundial en América latina (Clacso), analiza concretamente el caso argentino a partir de dos situaciones clave, leídas en secuencia: de Blumberg a Cromañón. Sobre el graffiti de las zapatillas Topper que devinieron símbolo de los jóvenes muertos en el incendio del boliche porteño se estampa el sello con que el Banco Mundial rubrica sus documentos: ésta es la imagen inquietante que ilustra la tapa de este largo texto. A su vez, las preguntas que se hace la autora –investigadora también del Instituto Gino Germani y especialista en el pensamiento de Foucault– tienen como trasfondo las movilizaciones del 2001, casi como un contrapunto invisible: ¿cómo es posible que después de una demostración masiva y callejera contra el neoliberalismo como la de aquel diciembre, las movilizaciones más grandes que le siguieron hayan sido a favor de la mano dura bajo el liderazgo de Blumberg? ¿Qué tipo de autoridad paterna parece haber querido reponer esa figura? ¿Qué vinculación hay entre estas marchas y la política de derechos humanos de los últimos años? ¿Cuál es el papel de las homilías de Bergoglio? ¿Qué tiene que ver Cromañón con todo esto? Murillo extiende su análisis hasta el último conflicto del campo.
El mismo día y a la misma hora que el ex presidente Néstor Kirchner descolgaba de la ESMA el cuadro del dictador Jorge Rafael Videla los medios anunciaban el asesinato de Axel Blumberg. Esta dudosa coincidencia, según advierte Murillo, dio lugar a una frase por demás ambigua del falso ingeniero Blumberg: pidió que no se repita otro 24 de marzo.
–Yo creo que la muerte de Axel Blumberg no fue al boleo. Y esta simultaneidad cumple el papel de una colonización de la lucha de los derechos humanos. En la estrategia Blumberg hay una disputa por el discurso mismo de los derechos humanos. Blumberg, en una misa de principios del 2005, dice “Que no haya otro 24 de marzo”: es una frase escalofriante dicha por él, y la leo como intento de colonización de esa fecha. Y hay que notar que la dice después de que las víctimas de la tragedia de Cromañón lo han echado de sus marchas, con la acusación de nazi.
–Ante la indiferencia política y el racismo societal contra los pobres y los delincuentes, que empiezo a notar en ciertas entrevistas que estaba haciendo para una investigación anterior, se me ocurre mirar estas reacciones como estrategias políticas y dado las transformaciones de las últimas décadas, en las que el Estado evidentemente pierde soberanía, decidí estudiar los documentos de los organismos internacionales. Analizando sistemáticamente los textos del Banco Mundial desde 1978 hasta el presente, empecé a encontrar curiosas semejanzas entre algunas cosas que sostenían científicos sociales progresistas y las recetas del Banco Mundial para América latina: me refiero a nociones como las de empoderamiento y capital social, por ejemplo. Pero la que más me interesó fue la de accountability social o exigencia de rendición de cuentas.
–La exigencia de rendición de cuentas (o accountability social) tiene varios puntos ya establecidos y funciona como una receta propuesta por el Banco Mundial. Primero, sostiene que no hay que eliminar de las sociedades el conflicto y la sospecha –entre personas, sectores, grupos, etc.– sino que hay que profundizar ambos elementos porque generan desconfianza y al generar desconfianza generan denuncias. El conflicto, ante cualquier muerte, es inevitable, pero lo que quiero marcar es cómo es colonizado con una estrategia deliberada. Segundo punto de la receta: tratar de buscar grupos que frente al conflicto se movilicen y ver en qué medida son representativos y, dentro de ellos, detectar líderes representativos. Si esto se consigue o se logra impulsar viene el tercer elemento: que los medios masivos de comunicación tomen estas situaciones, la coloquen en el centro de la agenda cotidiana y encarrilen el asunto como un modo de interpelar directamente al Estado para que reforme algo: sea la justicia, algunas leyes o, si es necesario, que se reemplace a algún funcionario.
–Porque justo la encuentro en los documentos cuando acá estalla el caso Blumberg, sobre el que también empiezo a trabajar sistemáticamente. La pregunta para mí fue: ¿cómo es posible que en este Buenos Aires que en diciembre de 2001 dio lugar al broche de oro del fin del modelo neoliberal, tengamos una marcha tan multitudinaria avalando la “mano dura”? Y esto lo digo aun cuando la mayor parte de los concurrentes a la primera marcha no se dieran estrictamente cuenta de que eso era lo que significaba la marcha. De ahí surge el núcleo de mi investigación: ¿cómo entender la paradoja de que la gente interpele de manera apolítica a los políticos? ¿Y cómo es posible que esa interpelación encubra un pedido de “mano dura”? Después mucha gente se retira de las marchas al constatar esta direccionalidad, pero no me interesa la idea de culpabilizar ni de moralizar a las clases medias. Me parece más interesante comprender el proceso histórico. Grabador en mano, fui a todas las marchas de Blumberg, tratando de interrogar a lo que se suele llamar la gente común para encontrar en sus discursos respuestas a estas preguntas que me había planteado.
–Yo seguí la cobertura que la prensa le dio al caso y obviamente me sorprendí con la vinculación de Blumberg con grupos muy peligrosos a nivel internacional como el del ex intendente de Nueva York Rudolph Giuliani, que acaba de estar como orador en la Convención Republicana. El grupo Bratton-Giuliani tiene una empresa monstruosa de seguridad que vende empresas de seguridad en América latina y ellos se acercan concretamente a Buenos Aires para asesorar a Cavallo y a Beliz en la elección que finalmente gana Aníbal Ibarra. Son ellos los que proponen a Buenos Aires como vidriera de la inseguridad para luego vender seguridad, como argumenta Javier Auyero. La vinculación entre negocio y gobierno político de los sujetos se da de manera emblemática en las empresas de seguridad.
–El reposicionamiento del padrevarón es fundamental. Sobre todo porque después del desastre económico del país, el lugar del varón se vio profundamente lesionado. Y esto lo he relevado con entrevistas a médicos y psicoanalistas que trabajan con pacientes de clases medias pero también de clases populares. A nivel cultural, la figura del varón decae fundamentalmente por la desocupación y se expresa en índices de alcoholismo, suicidio, violencia doméstica y lo que algunos llaman una “nueva enfermedad”: la depresión masculina (obviamente porque siempre se ha asociado la depresión como femenina). No es casual que los medios, a partir de Blumberg, hayan remarcado tanto la imagen del padrevarón. Axel es el que murió pero el que aparece es el padre; los chicos de Cromañón van a tener un poco más de presencia pero de todos modos son también los padres los que se vuelven protagonistas. Hay algo de la reposición de la política legítima hecha por familias.
–Claro, porque las madres en Argentina son las Madres de Plaza de Mayo y tienen posiciones políticas claras. Ahora, más que de madres y de padres en los medios se habla de “las mamás y los papás”: es un lenguaje de jardín de infantes.
–Sí. Yo encuentro que el caso Blumberg se repite casi exactamente en toda Latinoamérica: la matriz es México, pero también se da de manera idéntica en Brasil, Chile y Colombia. Creo que esto hace que ya no podamos pensar en una casualidad, sino en una estrategia política. Se trata de empresarios o personas importantes, no justamente progresistas, a quienes les secuestran y/o matan a sus hijos y que luego de ello estos padres varones inician una campaña que llaman “misión” o “cruzada”, con un lenguaje religioso similar al que usa Bush para su política. A partir de esa misión o cruzada fundan organizaciones no gubernamentales y aparece la cuestión de lo apolítico: invitan a los vecinos en tanto tales, o como ciudadanos, a participar con un carácter justamente apolítico y profundamente religioso. Esto se vincula fuertemente con la estrategia del Banco Mundial que mencioné como accountability social o exigencia de rendición de cuentas.
–Porque es una estrategia que se asocia a las dos reformas estructurales del Estado. Si la primera se da a principio de los ’90 y en vez de tener un efecto derrame como se prometía, más bien genera muchas resistencias en toda Latinoamérica teniendo a Chiapas como momento decisivo, la segunda etapa de reformas se basa en acusar de los efectos negativos de las primeras reformas no a su carácter neoliberal sino a la corrupción de los Estados latinoamericanos que las llevaron adelante y al origen ibérico de las instituciones de la región que, a diferencia de las instituciones norteamericanas, supuestamente siempre estuvieron vinculadas con la desigualdad. El documento del BM que dice esto se llama “La ruptura con la historia” y éste el llamamiento que dice dirigir a América latina: a romper con la historia. Esto se traduce a un segundo impulso de reformas del Estado y en particular de la Justicia. ¿Por qué de la Justicia? Porque hoy en día la mayor parte del capital en el mundo proviene de negocios ilegales: de tráfico de armas, de drogas y de personas. De modo que la vieja justicia que tenía que ver con el mundo industrial ya no sirve.
–A fines de 2004 estalla Cromañón y lo que me sorprende es que muchos chicos van a la primera marcha y también mucha gente indignada y dolorida para acompañarlos. Pero lo que ocurre es que se empieza a expulsar a todos aquellos que tienen consignas políticas: expulsan a los chicos de la FUBA, a grupos de asambleas barriales y a partidos de izquierda. Esta expulsión la vi claramente y me sorprendió obviamente mucho más que en el caso Blumberg.
–Porque ante la muerte de tantos chicos, la mayoría de clases populares, lo primero que vemos es la manifestación masiva en las calles. Y yo pensé, creo que como muchos, que estábamos ante una nueva presencia del 2001. Sólo que ciertos aspectos del 2001 que vuelven son aplacados inmediatamente.
–Totalmente. Porque la calle estaba llena de diversidad, de reclamos, de consignas políticas y de gente llorando. Es decir, estaba presente toda la multiplicidad que nos rodea y la vi claramente en la primera y segunda marcha. Después hay un momento en que todo cambia y pasan cosas como que prohíben marchar a los sobrevivientes con el argumento de que habían salido del boliche a costa de la muerte de otros. Esto lo hace un grupo determinado y quiero aclarar que no se puede generalizar y hablar de “los padres” de Cromañón como hacen los medios. La situación de verdadera ratonera y el terror que vivieron esos chicos y chicas no permite culpar a nadie. Pero me llama mucho la atención el cambio que se produce a partir de esta construcción de lo apolítico y de una moralización que transforma la trama objetiva, económica y política, que significa ese boliche (porque objetivamente ese lugar no cumplía con los requisitos de la habilitación, se había sobornado personal policial, Chabán tenía antecedentes probados en este tipo de cosas, etc.) en una insistencia que recae sólo sobre dos personajes: Chabán e Ibarra. La otra cuestión similar es la culpabilización de Callejeros que yo creo que también son víctimas.
–Hay muchos familiares que asocian, por la historia de este país, todo lo que es política con la muerte. Entonces, no quieren que se metan las agrupaciones políticas o las consignas del tipo que sean. Otro elemento importante es que empiezo a observar en las marchas grupos de adolescentes muy jóvenes que no tenían experiencias en marchas y que tenían consignas terribles como la de quemar tribunales si soltaban a Chabán. Pero lo que más me llama la atención son los personajes que guían a estos jóvenes. Me acerco e intento entrevistarlos pero se niegan, niegan también tener vinculación con los adolescentes, aunque veo claramente cómo les “bajan” consignas. Puedo agregar como dato que llevaban banderas y camisetas de Boca y que eran los que corrían a palazos e insultaban a los chicos de la FUBA, por ejemplo, que iban especialmente porque hay unos estudiantes de arquitectura que murieron en Cromañón. Los familiares le temían pavorosamente a la figura del infiltrado, pero verdaderamente en esas marchas existieron y no eran precisamente de izquierda. Paralelamente comienzo a leer las homilías de Bergoglio que no me parecen una cuestión menor.
–La Iglesia Católica empieza a vincular fuertemente a Ibarra y, de alguna manera, también al gobierno nacional, con el acontecimiento de Cromañón. Hay una homilía de Bergoglio en la que dice claramente, refiriéndose a la ciudad de Buenos Aires, que todos los miembros de la Legislatura que no voten por la destitución de Ibarra son cómplices de la tragedia de Cromañón. Cuando los chicos van a la procesión tan popular de Luján, ahí la homilía vincula la muerte de los jóvenes con gobiernos en los cuales se favorecen actitudes proaborto, donde el papel de la familia y de la mujer pierde importancia. Acá empiezan a aparecer políticos de la oposición, como Elisa Carrió, que se hacen eco de este discurso y a partir de eso se acercan a la plaza abriendo también disputas entre los propios familiares. Lo que más me impresiona en esta clave es el cuestionamiento de los familiares a la jueza que dicta la liberación de Chabán por el principio elemental de que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario; se la cuestiona por ser una jueza garantista, así como también lo era la Cámara del Crimen que interviene. Los familiares asocian así garantismo con abolicionismo. En muchos de los discursos de los padres se responsabiliza al garantismo penal como culpable de la situación que se vive, por lo cual vuelve a aparecer el fantasma de la mano dura. No digo que lo hayan hecho con conciencia total, porque acá hay que analizar el papel que en ese momento jugaban los medios. Pero sí creo que son todos factores que hacen que se vaya eliminando de la plaza y de las marchas todos esos signos de multiplicidad y de politización de los que hablábamos antes.
–Sí, porque veo un redireccionamiento de las energías populares. Y me hace acordar a un párrafo de Rousseau en El contrato social que explica que cuando ciertas fuerzas sociales encuentran obstáculos para desarrollarse como fuerzas nuevas, se debe en cambio reorientarlas en direcciones ya existentes. Creo que toda la potencia social del 2001-2002, de los cuerpos en la calle, de manera muy hábil en vez de ser reprimida es redireccionada y corrida hacia conflictos locales. Así, se permite que la gente siga reclamando pero desde el lugar pasivo de la víctima y además se permite que esto se haga desde el interés individual, completamente al interior de la matriz liberal.
–Su protagonismo es total. Se adueñan de lo que pasa y lo transforman en espectáculo. Sólo una anécdota: el día previo a la liberación de Chabán, garuaba y éramos muy pocas personas en la plaza a eso de las seis de la tarde. Pero llega Canal 9 y el periodista dice: “La lluvia arrecia, la plaza desborda, pero de acá no se mueve nadie”. Cuando llego a casa y lo veo por TV efectivamente por el tipo de plano de la cámara, parecía que éramos muchos más. Quiero decir: los medios colonizan este dolor y esto también es parte de la estrategia política que estamos comentando. De todas maneras, lo que yo remarco, por ejemplo en la marcha que se hace al cumplirse un año de la tragedia de Cromañón, es el contrapunto entre lo que pasa en el escenario y los pibes que están abajo. Ahí tengo una escena que nunca voy a olvidar: los pibes gritaban “resistiremos” y sobre el escenario –al igual que lo que pasaba con Blumberg– una persona que representaba a una iglesia protestante traducía la consigna de los pibes al estilo de “los jóvenes dicen que tienen esperanza en Dios”.
–Este es un paralelismo con el caso Blumberg: efectivamente la colonización del dolor y, a pesar de que la gran diferencia del caso Cromañón es que hay pibes que quieren resistir políticamente e intentan tomar la palabra, su voz es colonizada y transformada en una plegaria religiosa. Entonces, nuevamente, vemos funcionar varias estrategias de colonización: por un lado la iglesia, por otro los medios: fundamentalmente Radio 10, Infobae y Canal 9, y finalmente los partidos políticos de la oposición. Y todo esto en medio de una estrategia promovida por el Banco Mundial: la recomendación a partir de la segunda ola de reformas del Estado de darle protagonismo a lo que llaman “la sociedad civil” como instrumento de interpelación al Estado para su reforma y para la reforma judicial. Finalmente, en Argentina esto funciona punto por punto: se reforma el Código Penal, se pone en funcionamiento el Código Contravencional y cae un jefe de Gobierno que, más allá de que se esté o no de acuerdo, había sido elegido democráticamente. La estrategia, además, continúa hasta el presente.
–La veo en el llamado “conflicto del campo”. En el modo en que una afectación de intereses de un grupo es tomado por los medios masivos y esos intereses son presentados como los de la población en general y se los asocia con el símbolo de las góndolas vacías, volviendo a reavivar capas de la memoria argentina vinculadas con la muerte. No hay que engañarse: no sólo en Callao y Santa Fe hubo cacerolas estridentes. También sonaron fuerte en las torres de enfrente de mi casa en las que no puede decirse que viva gente pudiente.
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