MODA
Con aires de pin-up rockera y una cabellera a lo Lady Godiva, Miuki Madelaire se instaló en la movida de la moda de fines de los ’80, convirtiendo cualquier espacio en pasarela y cada desfile en un relato. Después de una década en Miami regresó con nueva colección y ganas de volver a dar vida a su universo particular.
› Por Victoria Lescano
Pasaron veinte años desde que Miuki Madelaire, dueña de una silueta pin-up rockera con pelo muy largo y rubio carmesí que siempre asomaba por debajo de capelinas, llegó desde Misiones e irrumpió en el circuito de la moda de Buenos Aires con una tienda en el subsuelo de la galería Bond Street llamada Parafernalia, en alusión a la cantidad de artilugios necesarios para que algo luzca espectacular.
En una puesta de pasto sintético, nubes pintadas y percheros barrocos colgó desde minifaldas a piezas en crochet, vestidos con estampas que pregonaban los comienzos del acid house y entre ellos, plataformas vertiginosas y el logo de una boca, diseñado por Cristian Peyón, el cantante de Amor Indio. La tienda fue contemporánea a Tedéum, proyecto de moda de la Vj Ruth Infarinato y de Marcelo Bosco y de Patra Ariño, que sentaron la piedra basal de un movimiento de moda que estallaría unos años después.
Miuki, que en japonés alude a “lo hermoso y bello”, es el apodo que ideó su madre, Nélida –una conductora de televisión y de célebres desfiles a quien los periódicos de la Mesopotamia comparan con Mirtha Legrand–, y con el que construyó un estilo que permanece en el imaginario de lo exótico a lo largo de 1990.
Para ella la moda fue un efecto especial para narrar tramas fantásticas emparentadas con el bondage pregonado por Vivienne Westwood, el extravagario de John Galliano y relatos fantásticos y criollos ambientados en la selva. En su anecdotario de pasarelas hubo cuentos de hadas perversas, vestidos símil bandera argentina devenidos gowns de noche y con tocados de delfines o de cisnes con strass, corsés de cuero que culminaban en faldas con plumas y Pocahontas dominatrices.
Sus performances de moda transitaron pasarelas variadas: de la discoteca El Cielo a fiestas temáticas junto al PR Javier Lúquez en el Paseo Alcorta, el Museo Metropolitano, un desfile –que fue el primero en la temática del VIH– en el Jardín Botánico a beneficio de la Fundación Huésped junto a otros diseñadores de la galería Bond y concursos de estética en el club Ave Porco llamados Mis Universo Exótico y Miss Eva Perón. De esas realizaciones en Ave Porco destaca a un modelo cultor del leather que se paseaba con su perro bulldog, y también que esa exaltación de la figura de Eva coincidió con el boom hollywoodense y que ella oficiaba de conductora con un maxi rodete símil al que Julio Alcaraz esculpió para la Primera Dama.
Pasó una década en Miami, donde armó la productora Parafernalia TV, junto a David Kaumman, su ex marido. Y bajo el concepto de “moda entretenimiento”, hizo shows en homenaje a divas del burlesque, con cuerpos pintados con caracteres chinos o con fileteados y festejos para bandas de rock y hip hop (enfatiza las celebraciones para Puff Daddy y para Outkast en el Hotel Delano). Pero en septiembre oficializó su regreso a Buenos Aires y al diseño de modas con un desfile en el ciclo Alta Moda, y es probable que en octubre cautive con su gusto por el dark exótico desde una fiesta de temática Halloween en el Salón Pueyrredón, junto a Claudio O’Connor, su actual novio y líder de una banda de metal.
La colección verano de Madelaire se llamó Bien Star y tuvo como argumento un homenaje a la naturaleza y el regreso a las raíces. Hubo tocados que recrearon especies de la selva misionera, vestidos de noche, una nueva línea de sastrería y otra de cocktail, accesorios con forma de pájaros, remeras hip-hoperas en pailettes, un tatuaje símil corazón con su nombre aplicado a una línea de sastrería y jeans con fabulosas tachas y cadenas. Al cierre aparecieron vestidos negros y tocados góticos: “Quise que se viera que, si bien en los años ‘90 usé muchas alas de murciélago, estoy practicando un diseño más accesible. Usé animal print y charol, que para mí son básicos, agregué jeans que antes no usaba y a los que customizo con tachas. Ahora, a la mujer la encorseto de otra manera, con un cinturón arriba de una camisa blanca”, dice sobre su nuevo abordaje de moda.
En su hogar y actual show-room pintado de rojo, situado en la planta baja de un edificio art-déco de la calle Paraná 1200 –con vistas a un jardín entre gótico y afrancesado–, Miuki vive junto a sus dos hijas de 14 y 8 años. La mayor ostenta maquillaje y un peinado a lo Brigitte Bardot con short y zapatillas, y se proclama lectora de Chick lit, mientras que la menor se consuela ante la austeridad de su uniforme de colegio de monjas: “Se llama Adoratrices porque adoran a las actrices”, nos dice mientras toma leche chocolatada y habla de comics para niñas.
–A los 16 años me vine a vivir a Buenos Aires con la idea de estudiar Bellas Artes en la Pueyrredón, pero no pude porque todavía no había terminado el secundario. Mi primer contacto con la moda sucedió cuando me fui a Londres, y me anoté en la escuela Saint Martin’s School of Art; allí descubrí que el diseño de moda podía ser un arte aplicado. Mi plan era quedarme a vivir ahí, pero pasado un año me deportaron por temas de visa. Al volver caí a una Buenos Aires gris y aburrida, y de casualidad me enteré de un desfile en el Garage Argentino. En la calle México vi gente vestida de muchos colores, que salían así del bar Bolivia, y yo me metí entre ellos sin saber que eran modelos listos para la pasarela. Esa fue mi primera imagen de un nuevo movimiento en Buenos Aires y me uní, con mi estilo de new psicodelia y una mezcla de Janis Joplin con Barbarella. Mis primeras prendas estaban inspiradas en esa nueva psicodelia, había citas al look Bardot y al de Jane Fonda en Barbarella, pero rockeados, porque yo siempre rockeo todo y si voy a la selva le hago stoned washed. Parafernalia se volvió una tienda fetichista; la gente se iba a comprar un sombrero de terciopelo violeta para tenerlo como objeto en su casa. Recuerdo que Marcelo Bosco me habló de una galería abandonada en la cual quería abrir un local y yo le dije que me avisara. Todas las bandas de rock de esa década venían a buscar ropa primero ahí, y después a mi show-room de la calle Castex.
–La moda entretenimiento es un nuevo género, acontece en los actuales desfiles de Alexander McQueen, de John Galliano o de Karl Lagerfeld, quien lo enfatizó cuando mandó a hacer la célebre chaqueta Chanel en cemento gigante para que las modelos salieran a la pasarela desde las mangas; la tendencia es que la moda viene como merchandising de todas esas puestas y que las firmas viven de la cosmética y de los accesorios. Lo mío salió de forma espontánea, surgían realizaciones para fiestas de Javier Lúquez, y las concebía como una gran instalación, pero no lo hacía porque afuera estaba de moda, a mí me salía criollamente. Después vi que Galliano lo estaba haciendo. Hubo una trilogía en el shopping Alcorta, que admitió desde una fiesta de Halloween, un Fashion Circus adonde Roberto Pettinato fue un conductor genial y con un traje horrible, hasta la celebración de La Jungla. Recuerdo que para Halloween hubo un gran montaje de andamios e invitados de lujo arriba y debajo de la pasarela. Yo no diseñaba el vestidito y luego veía cómo mostrarlo en la pasada; primero pensaba la situación y armaba la performance, diseñaba para que una modelo se pudiera subir a una escoba moderna, con un volante. Tenía un taller propio y trabajaba con sombrereros, creadores de tocados revisteriles y de teatro, armaba los gigs o situaciones enmarcados en la gran puesta. Porque a mí no me importa la ropa, me importa lo que se está contando a través de la vestimenta.
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