Viernes, 10 de octubre de 2008 | Hoy
INTERNACIONALES
Es la ministra de Relaciones Exteriores de Israel, pero los casos de corrupción que envolvieron al primer ministro de su gobierno pusieron a Tzipi Livni –una abogada de cuarenta y pico, con poca experiencia en política– frente al desafío de formar un nuevo gabinete en los próximos veinte días, y convertirse ella misma en primera ministra, o llamar a elecciones anticipadas. Mientras el tiempo pasa, en Israel la pregunta del millón es qué hizo Livni en París mientras fue una espía del Mossad.
Por M.B.
Tzipi Livni es ministra de Exteriores en Israel, pero su pasado como espía en el Mossad despierta interrogantes en su país. Mientras ella se niega a revelar si liquidó terroristas árabes en París, la prensa se pregunta si en caso de ser elegida primera ministra –la primera mujer desde Golda Meir– podrá hacer frente a una posible crisis militar.
“Si, como dice la canción de John Lennon, la mujer es el negro del mundo, entonces Tzipi Livni es la Barack Obama de Israel”, afirma el diario israelí Haaretz. Es que, contra todos los pronósticos, y en un estado donde la mayoría de los jerarcas son hombres de botas pesadas y sangriento pasado militar, esta abogada y sin demasiada experiencia en la política se convirtió en la sucesora del primer ministro Ehud Olmert. Peor aún, ni siquiera se casó con uno de los ex presidentes más queridos del mundo, Bill Clinton, ironiza Neri Livneh, periodista de este diario de tendencia liberal en lo económico y centroizquierda en el conflicto palestino–israelí. Así es. Tzipi –de tzipora, “pájaro” en hebreo–, una mujer corpulenta, que no usa maquillaje e indefectiblemente viste con trajecitos sastre de corte matrona fue elegida hace unas semanas por los miembros de su partido, el centrista Kadima, para reemplazar a Olmert en la presidencia del partido, para así convertirse en candidata al cargo de jefe de gobierno. A los 50 años, Tzipi es la primera mujer después de Golda Meir en posición de dirigir el Estado de Israel (“Meir no cuenta –señala Livneh– porque fue elegida por un comité de su propio partido”). En realidad, técnicamente, las cosas no son tan simples para esta sabra (“judía nacida en Israel”). El pasado 22 de septiembre fue designada por el presidente del país, Shimon Peres, para formar un nuevo gobierno a los 42 días de la dimisión de Olmert, envuelto en varios casos de corrupción y que, sin embargo, permanecerá como primer ministro en funciones hasta que se forme el nuevo gabinete, mediante una nueva coalición o elecciones anticipadas.
Mientras Tzipi sigue en funciones en su puesto de ministra de Relaciones Exteriores, sus rivales –el ministro de Transporte, Shaul Mofaz, es uno de los nombres que más suenan– emprenden una carrera contra el tiempo para acortar las preferencias que la señalan como la favorita para suceder a Olmert. Todo puede suceder, pero lo más probable, indican los analistas israelíes, es que la protegida del ex primer ministro Ariel Sharon, antes de que éste cayera en el coma en el que todavía permanece, siga los pasos de Meir.
Tzipi nació en el seno de una familia sionista: sus padres combatieron en Irgun, la organización armada que peleó contra los británicos en Palestina antes de la creación del Estado de Israel y que en 1946 mató a 91 personas en el hotel Rey David, en Jerusalén. Aún hoy, su madre, Sarah Rosemberg, llora cada vez que escucha en la televisión a su hija defender el derecho de los palestinos a tener su propio Estado y que recientemente ha manifestado su compromiso de seguir las negociaciones de paz con Palestina.
Cuando terminó el secundario, como hacen todos los jóvenes israelíes, Tzipi cumplió dos años en el ejército. Hasta ahí, nada fuera de lo normal. Pero enseguida viene la parte cinematográfica que, desde que fuera nombrada ministra, horada la curiosidad de los medios. A fines de los ‘70 entró al servicio secreto exterior israelí, Mossad, por ese entonces muy activo en la caza de terroristas árabes en Europa. Aparentando ser una inofensiva abogada israelí, durante cuatro años, Tzipi alquiló un departamento en París, una safe house o casa de seguridad que servía de refugio para todos los agentes israelíes. Luego, el silencio. Aun hoy, tanto Tzipi como el Mossad se niegan a revelar cuáles eran las tareas que como espía cumplió la actual ministra. “Fue maravilloso, pero me enseñaron habilidades que no puedo usar”, dijo hace unos años con aire enigmático. Más allá de su pasado con olor a novela de John Le Carré, su paso por el Mossad interesa a los israelíes, que quieren saber si la ministra podrá estar a la altura de las circunstancias en caso de que en Israel se desate una crisis militar mayor. “¿Tiene el perfil de una asesina?”, es la pregunta que se hacen muchos periodistas que escrutan la biografía de esta madre de dos hijos adolescentes.
Luego de este paréntesis que mantiene en vilo a la prensa, una vez finalizado su trabajo como espía, Tzipi estudió Derecho en la Universidad de Bar Ilán, en Tel Aviv, y se especializó en Derecho público y comercial. Se casó, tuvo dos hijos y recién cuando éstos tenían 10 años entró al partido de centroderecha Likud. A partir de allí integró sucesivamente las carteras de Agricultura, Inmigración, Vivienda y Justicia, donde se reveló como una buena administradora. En el gabinete de Sharon apoyó el plan de retiro de la Franja de Gaza y se impuso como la mediadora entre los opositores y defensores de esta polémica iniciativa. “Como mis padres, creo en el derecho del pueblo judío a poseer todas las tierras de Israel”, dijo en 2006 cuando fue elegida ministra de Exteriores. “Pero si tengo que elegir entre mis sueños y mi necesidad de vivir en democracia, prefiero entregar algo de tierras y vivir en un Estado judío y soberano.”
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