Viernes, 10 de octubre de 2008 | Hoy
CLASIFICADOS
Lo peor había pasado. Ezeiza no se veía tan hostil como imaginó horas antes en su habitación. Había repetido los pasos a seguir, cada trámite que surgiría sobre la marcha hasta el instante de abordar el avión que la desembarcara en París; la gracia del idioma portugués, exorcizador de posibles antipatías aduaneras. El amuleto se le quebró este lunes, cuando personal de Drogas Peligrosas de la Aduana la detuvo en el preciso instante en que se disponía a abordar un vuelo de Air France. Voceros del aeropuerto informaron que “la mujer, de nacionalidad brasileña, llevaba unos cuatro kilos de cocaína de suma pureza en su equipaje”. Su caso se agregó a otros similares que ocurrieron en los últimos días, con la detención de cuatro personas y el secuestro de más de diez kilos de cocaína para ser transportados a Europa en vuelos desde Ezeiza. Las “mulas” son, en su mayoría, mujeres, pobres y extranjeras que transportan droga para un narcotraficante. En la Argentina de la última década, la cantidad de casos se cuadruplicó: sólo en el primer semestre de 2007 se detuvo a 115 mulas en aeropuertos, mientras que en el mismo período de 2006 fueron detenidas 40. Argentinas, bolivianas, brasileñas, británicas, canadienses, eslovacas, rusas o turcas son algunas de las nacionalidades que terminan perdiendo en las cárceles federales de este país. Los registros de la Procuración Penitenciaria señalan que la cantidad de presas extranjeras aumentó un 40 por ciento en los últimos cinco años y que el 78 por ciento arrastra causas por narcotráfico. En la Unidad 3 de Ezeiza, uno de los penales que concentra en mayor número esta población, se encierra a mujeres jóvenes, sin antecedentes y con hijos pequeños que suelen viajar con ellas. Por lo general, la Justicia les garantiza castigo parejo: casi siempre cumplen condenas de cuatro a cuatro años y medio. La repatriación es una utopía. Desde hace un tiempo, Asuntos Penitenciarios se empantana en consultas con la Dirección de Migraciones, de tan complejo que le resulta dirimir el retorno de las mujeres a sus países de origen. Ellas, atrapadas en una espiral de revictimización, aprenden que para acceder a un servicio judicial se requieren patrones económicos y sociales que nunca tendrán. En las páginas de los clasificados hay avisos sutiles que intentan pescarlas al vuelo con ofertas laborales como acompañantes de viajeros y damas de compañía de mujeres mayores que parten al exterior. O como la perla que ilustra esta nota, destinada a una joven alemana, sin hijos, para brautzelt (casarse, en ese idioma) con abogado entrado en años.
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