Vie 10.10.2008
las12

URBANIDADES

El sexo no muerde, el silencio si

Hay un bullicio en el ambiente, propio de niños y niñas cuando algo los entusiasma, llama su atención, despierta la curiosidad. Aquí y allá los ojos se abren como platos, sube el color a las mejillas infantiles, las manos tironean de las de sus padres o madres para que acompañen en el descubrimiento. Hay quienes se tapan la cara con un resto de pudor, quien se jacta ante un hermano menor de ya saber lo que le están mostrando. Sucede en el segundo piso del Museo de Ciencias del Parc de la Villette, en París, durante una muestra de sexualidad para niños y niñas de hasta 13 años que logra instalar la educación sexual sin solemnidad, ofreciendo tanto contenidos como invitando a hablar, a usar las palabras propias, esas que se intercambian casi en secreto entre pares, en la escuela, en la plaza. A lo largo del recorrido –que empieza con claras referencias al amor de pareja, con una instalación en forma de gran corazón bajo el cual es posible acostarse mientras sobre los ojos una pantalla reproduce fragmentos románticos de películas populares que incluyen escenas de parejas del mismo sexo–, la mayoría de las preguntas posibles encuentran respuesta en juegos interactivos que descubren desde la mecánica de los besos –y de las ganas de besar a alguien– hasta las relaciones sexuales a través de una serie de personajes de distintas edades con los que espectadores y espectadoras pueden identificarse. Así, mientras los personajes que están más cerca de la adolescencia miran embelesados el abrazo desnudo de una pareja de caricatura, los más chicos hacen esos gestos de asco que genera en la primera infancia saber que los adultos intercambian saliva y lengua cuando se besan. Los juegos son muchos: desde los que invitan a imaginar cómo conquistar a la niña o el niño de los sueños hasta aquellos que, apretando un botón, permiten ver el mecanismo de la eyaculación. Cada tanto, rodeados de almohadones y a una altura que es imposible esquivar, hay pantallas con videos animados destinados a la prevención del abuso que ponen en palabras e imágenes situaciones que a menudo no se nombran: “El agresor puede ser alguien de tu familia; hablá, buscá alguien en quien confiar, nadie tiene derecho a tocarte, ni a pedirte que te desnudes”, se escucha mientras en la pantalla se ven situaciones posibles –una mano que después de una caricia inocente se mete debajo de la remera, por ejemplo– que, sin ser agresivas, dejan bien en claro los límites. Los cambios del cuerpo de la pubertad a la adolescencia, la invitación a decir cómo se llama vulgarmente a los genitales para explicar el nombre correcto, la función; el rescate del pudor; los métodos anticonceptivos, el valor de decir “no” cuando se quiere decir no. Y también el placer, el descubrimiento de las posibilidades del cuerpo, la celebración del amor, del cuidado mutuo. La exposición, durante el verano europeo, fue un éxito. Más de 20 mil niños y niñas la visitaron y sus dibujos y reflexiones se acumulan al final como una prueba de que es posible hablar de sexualidad sin tener que hacerlo en voz baja, ni en términos que son ajenos para chicos y chicas. Porque los niños y las niñas hablan de sexo. Muchas veces, la mayoría se podría decir, sin necesidad de acudir a encuestas, aprenden de la pornografía, de materiales que miran o leen a escondidas, de conversaciones entre pares. Y así es fácil distorsionar el sentido de la sexualidad, asociarla con la culpa, con el miedo o sólo con el riesgo de contraer enfermedades. Esta muestra, que nace de un libro –Zizi sexuelle– que se vendió por millones en Francia, está tan cerca de las necesidades de los niños y niñas de cualquier geografía como lejos de las posibilidades de nuestro país, donde todavía se discute –o se prohíbe directamente, como sucede ahora mismo en Mendoza– si mencionar a la masturbación en los planes siempre fallidos de una educación sexual que no termina de brindarse masivamente. Pero, más allá de la falta de materiales disponibles, hay algo que sí puede replicarse en cualquier casa, en cualquier escuela: la falta de solemnidad, la predisposición a la escucha, la valoración de los saberes que los chicos tienen; no hay otra manera de cerrar la herida de silencio por donde se escurren los miedos de quienes arriban a la sexualidad activa como pueden. Cuando se habla de sexualidad, no son los más chicos, menos los adolescentes, los que quieren que se les dé clase. Porque el cuerpo mismo es una experiencia que todos y todas tenemos, no hace falta siquiera que nos digan cómo proporcionarnos placer; pero sí quitarle a ese placer la culpa y el silencio reverencial que, sí, es pasto seco para la zona más oscura de la sexualidad.

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