En Latinoamérica, en los últimos 5 años se habilitaron 3 bancos públicos de células madre de cordón umbilical. Uno de ellos, en el Garrahan. ¿Por qué es una gran noticia? Porque además de ser un paso para la ciencia y una chance de vida para quienes esperan un trasplante, representa un avance en el acceso a los derechos humanos vinculados con la salud y la identidad. Una periodista de Las12 que convirtió a su hijito en donante presenta ese mundo, un mundo de mujeres, el mundo de las madres de las células madre.
› Por María Mansilla
No tengo cómo pedirle permiso pero igual sigo adelante. La prueba está en el sobre de papel madera que hace equilibrio encima de mi panza. Una panza a punto de estallar, exagerada como son de exageradas las panzas que cumplen 9 meses de embarazo. Parir a mi primer hijo no es, se ve, anestesia suficiente para distraer al miedo. Por eso llevo conmigo, al quirófano, otra hermosa excusa para soportar el trance, para resignificar tanto rojo-sangre y aquello de dar vida. Estoy desnuda debajo de una bata transparente, llevo un horrible gorro verde en la cabeza. No siento el frío, trato de pensar en nada.
“Colecta de sangre de cordón umbilical”, dice la frase que sella el sobre equilibrista. Su presencia en esta sala gris y beige, donde no logro identificar qué canción suena en la radio, indica que convertiré a mi hijo en uno de los voluntariosos 13 millones de donantes de células madre de cordón umbilical que hay en el mundo. Por eso el parto se extiende 7 minutos de más: el tiempo que le lleva a la médica, al instante de despegarme de ese apasionado bebé llorón y pegajoso, capturar parte del cordón que, de lo contrario, habría ido a parar a la basura.
El padre me canta al oído. El recién nacido sacude las patitas. Ahora sí puedo olvidarme de todo. Incluso de lo valioso que es recuperar ese trozo de cordón que contiene células que, en potencia, conservan latente una esperanza para curar enfermedades. Porque son células que oxigenan los tejidos del cuerpo humano, nos defienden de las infecciones, refuerzan el sistema inmunológico; sin ellas no hay vida.
Su implante se utiliza en tratamientos a personas con leucemia, linfomas, aplasia y otras 70 enfermedades hematológicas terminales que se atienden con trasplante de médula ósea. Al menos, es lo que se descubrió hasta ahora. Porque las terapias con células madre adultas, como son éstas, no hace mucho tiempo que son investigadas. La corazonada del mundo científico susurra que la cruzada recién comienza. En este momento, el equipo de investigación más abocado está en California, Estados Unidos; obtener conclusiones les va a llevar unos diez años. Por lo tanto, lo que prometen los rimbombantes titulares periodísticos –“Crean dientes a partir de células madre”, “Futbolistas ingleses conservan células madre para heridas”–, se parece más a magia que a ciencia.
Con mi vástago a cuestas salgo del quirófano. El sobre marrón lleva ahora una bolsa de plástico especial donde se guardaron las células, tres tubos con muestras de mi sangre, papeles y papeles, el consentimiento informado. Me lo llevo porque nos pertenece, me explicaron, y puede permanecer a temperatura ambiente. En cualquier momento, alguien tocará la puerta de la habitación para retirarlo en nombre del Banco Público que funciona en el Hospital Garrahan, el “Banco Nacional Público de Células Progenitoras Hematopoyéticas”, dicho con todas las letras.
Una vez en ese hospital pediátrico, nuestra donación estará también a la mano del BMDW (Bone Marrow Donors Worldwide), “las páginas amarillas de los donantes”, una red internacional que agrupa 54 registros de 42 países con 13 millones de donantes. Las células de mi bebé chapotearán en nitrógeno –en un aljibe gigante de acero– hasta que llegue el momento de latir en el organismo de otra persona de cualquier lugar del mundo que más que nadie anhela que le sean compatibles para que su vida mejore.
La hematóloga Ana del Pozo es el ombligo, el núcleo del banco público argentino que funciona en el Hospital Garrahan, su emprendimiento cuenta con el apoyo del Banco Público de Nueva York, el pionero en esta historia. Su tarea no tiene propaganda en los consultorios de obstetras donde abundan, en cambio, folletos de centros privados de células madre, donde a cambio de una importante inversión (motivada por un eufórico mensaje en supuesta defensa de la vida del bebé) realizan la colecta de sangre de cordón. ¿Qué opina la doctora de ellos? “Consideramos que no tiene utilidad porque si en algún momento hubiera terapéuticas efectivas para tratar enfermedades degenerativas con células madre, estarían disponibles las que se alojan en la propia médula del paciente”, afirma.
Una de las virtudes del banco argentino, la misma de los que ya funcionan en México y Brasil, va más allá de lo médico. Se planta, digamos, en el costado más social de la ciencia hasta abrazar causas relacionadas con el derecho a la salud y a la identidad. Es poderoso lo que significa conservar muestras ciento por ciento latinoamericanas, con nuestras caprichosas señas particulares: un mapa genético que tiene sangre indígena, algo de criollo, algo de europeo, algo de africano. Muestras que saben mejor que nadie quiénes somos y de dónde venimos.
“La población argentina posee características propias, es una mezcla genéticamente hablando: con antecedentes europeos, otros originarios de Sudamérica –explica con emoción la bióloga Cecilia Gamba, del equipo de Del Pozo–. Lo que hacemos tiene que ver con nuestra identidad porque a través de bancos públicos logramos tener mayor representación de nuestra población. Hasta entonces, para un latinoamericano era menos probable encontrar unidades compatibles en los registros internacionales existentes, porque esos bancos están conformados, en gran parte, por donantes de origen caucásico.” En el Garrahan ya se hicieron varios trasplantes de este tipo. Cuando tuvieron que recurrir a bancos extranjeros encontraron donantes en Estados Unidos, eran las células del hijo de una mujer guatemalteca.
“Otra de las ventajas que alojan las donaciones de cordón umbilical es la posibilidad de acceder a minorías étnicas –agrega la bióloga Gamba–. Las personas de las llamadas minorías étnicas generalmente no son donantes voluntarios porque culturalmente no acceden a las instituciones donde se realizan convocatorias, como pueden ser las universidades. Sin embargo, a la hora del parto, sí o sí acuden a una institución.”
Por eso el Banco del Garrahan tiene convenios con maternidades públicas que están, principalmente, en el norte y noroeste del país. “En Buenos Aires tenemos convenio con la Maternidad Sardá –agrega la bióloga–. Allí acuden mujeres argentinas pero también muchas de origen paraguayo, peruano, boliviano. Como cada comunidad tiene un genotipo particular, esto enriquece muchísimo el banco. Nos da la posibilidad, en Latinoamérica, de poder ofrecer esas unidades a la región.”
La encargada de coordinar la búsqueda de donaciones –de sobres papel manila equilibristas– es la médica María Angélica Marcos. No sólo camina las maternidades porteñas: también toma café y espera en la terminal de ómnibus de Retiro. Es que reciben “unidades” de todo el país, y esas bolsitas con células no llegan en helicóptero ni ambulancia. “Nos las traen los choferes de los micros, en un contenedor, y no las mueven hasta que no llegamos a recogerlas, sean las 10 de la mañana o las 12 de la noche. A pesar de no haber ninguna remuneración, todo el mundo colabora”, cuenta María Angélica.
Aunque la travesía termine de madrugada, igual, cada mañana, Angélica Marcos llega a la Maternidad Sardá. Atraviesa largos pasillos, esquiva embarazadas, saluda a sus colegas, esquiva a más embarazadas y empuja, dinámica, la puerta que dice: “Quirófano”. En el mismo rincón de siempre, una bandeja de plástico roja le sirve la planilla que avisa cuántas colectas se realizaron en los últimos nacimientos. Con esta información, Marcos recorre el pabellón lleno de puérperas despeinadas, felices con sus redondas tetas a mano y sus bebés con ojos como rayitas.
En la cama 103 está Vicenta Maturano: se sienta, mira a su bebé, se recuesta. Una y otra vez. Se sienta, mira a su bebé, se recuesta. Su bebé nació hace pocas horas y todavía no olfateó otro cuello que el de su mamá; ni sus cuatro hermanos ni su papá pudieron conocerlo todavía. El marido de Vicenta está en otra habitación: en la habitación 42, cama 29, del hospital Garrahan. Acompaña a David, que tiene 9 años, es el hijo mayor de la pareja y tiene leucemia. Buscando una cura para su cáncer llegaron todos desde Bolivia, hace 4 años.
Guardar sangre del cordón umbilical del hijo recién nacido no es ninguna garantía para la cura de David: sólo si su tratamiento requiriera un trasplante, sólo si ambos hermanitos fueran compatibles. Apenas el 60 por ciento de la sangre donada sirve para ser conservada y en cada intento la posibilidad de encontrar un donante compatible es del 25 por ciento.
“Tengo mucha esperanza ahora. Tengo 5 hijos, los otros no eran compatibles, por eso me quedé mal. Sigo luchando con mi nene. Por mala suerte nos llega esta enfermedad a nosotras, no es por ninguna otra cosa”, le cuenta Vicenta a la doctora Marcos.
La instrumentadora que atendió el parto de Vicenta se llama Laura Ledesma. “Estamos en la trinchera”, bromea la aliada de las médicas del Garrahan. Por turno atiende 35 nacimientos, de los cuales casi la mitad se embarca en hacer la donación. “Nos comprometimos para que, cuando se pueda, se haga la colecta. El sistema en el que trabajamos es cruel, atendemos muchas emergencias. Pero aunque el equipo esté cansado, cuando llega el momento acercamos los materiales y decimos: ‘¡Coleeecta!’. Estamos comprometidas con la causa. La causa tiene que ver con los trasplantes; algo tan sencillo puede cambiarle la vida a un paciente con cáncer.”
Donar las células de cordón umbilical no genera ningún dilema ético. Eso les queda a sus primas hermanas, las células madre embrionarias, las que se encuentran en un feto y tienen la increíble capacidad de reproducirse en todas las células posibles. Así lo explicaba el artículo “Divide y vencerás”, de National Geographic: “Los científicos han soñado durante mucho tiempo con retirar estas inocentes células de un incipiente embrión humano y persuadirlas de que lleven a cabo, en un aislamiento estéril, el milagro cotidiano que se realiza en el útero: transformarse en los aproximadamente 200 tipos de células que constituyen el cuerpo humano. El sueño es iniciar una revolución médica en la que los órganos y tejidos enfermos puedan curarse, no con agresivos aparatos mecánicos como bombas de insulina y articulaciones de titanio, sino con reemplazos vivos y cultivados ex profeso. Sería el nacimiento de una nueva era para la medicina regenerativa, un santo grial de la biología moderna”.
–La donación de sangre de cordón también es un acto de generosidad, igual que donar sangre –me explican cuando por fin retiran el sobre marrón– pero tiene otras características: la mamá dona algo preciado, algo que tiene un valor profundo. Tiene la profundidad de donar algo que es del bebé más que de ella, y lo está dando porque comprendió que guardarla no tiene sentido, porque confió en lo público y en que sí tiene sentido que esté en un lugar que le puede llegar a servir, incluso, a su propio hijo.
“Si tengo que mencionar virtudes de los otros bancos que existen en Latinoamérica, destaco el caso de México: teniendo menos de 1000 unidades se hicieron 25 trasplantes. Es increíble. Conmovedor. Se logró por la homogeneidad genética que tienen los originarios de esa zona de México, personas que no habrían tenido donantes si no hubiera bancos en su país. No nos va a pasar igual en la Argentina porque somos más heterogéneos. De las muestras obtenidas, tenemos alrededor del 52 por ciento de argentinos de origen europeo, un 4 por ciento de caucásicos puros que pertenecen a los europeos de la última migración: ucranios, rusos, minorías étnicas, inmigrantes pobres que llegan al país y van a tener familia a los hospitales públicos. Tienen muy buena educación y son solidarios. Recién ahora empiezan a abrir bancos en Europa de Este. ‘Tienen que donar, tienen que donar’, dicen, con su castellano limitado, a las otras madres. Por su parte, la población de pueblos originarios tiene una representación del 40 por ciento. En general, tenemos un perfil antigénico que lo consideramos argentino-latinoamericano, es decir: que no se encuentran en los bancos de sangre de cordón del resto del mundo.”
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