Ahora los llaman padres-helicóptero y padres-paparazzi: son los que revolotean hasta el acoso a sus hijos e hijas para que sean los mejores, para que tengan lo mejor. Fueron protagonistas de la generación del “niño libre” y hoy educan al “niño dirigido”, según reflexiona en su nuevo libro el autor de Elogio de la lentitud, Carl Honoré. Atormentados por la idea que tienen del futuro y bombardeados desde distintos sectores, padres, madres, chicos y chicas –de clase media y alta– sobreviven como pueden en un mundo en el que la exigencia, como un pacman, se devora todos los rincones de la vida, hasta las colonias de verano.
› Por María Mansilla
“Conclusión DEJA EN PAZ A ESOS CHICOS.” Así empieza el último capítulo del nuevo libro de Carl Honoré, el autor de Elogio de la lentitud, una fórmula de vida que se tradujo a 30 idiomas. Con su último trabajo, Bajo presión, seguramente pronto sucederá algo semejante. Cualquier lector o lectora que tenga el escrito en sus manos puede, al estilo Rayuela de Cortázar, empezar a leerlo casi casi por cualquier pasaje: algunos capítulos son más o menos imprescindibles; otros, fundamentales. Todos sobrevuelan las consecuencias provocadas por la misma idea: sentir la infancia como un momento crucial de la vida, tan importante y tan valioso que por las dudas mejor no dejarlo en manos de los chicos. Por si acaso. Honoré, que es un periodista devenido escritor, no nos da muchas primicias pero sí documenta un tema que por cotidiano a veces no se ve: cómo es educar hijos e hijas en un mundo hiperexigente, sus causas y efectos.
En la Argentina le ponemos música al bebé que todavía está en la panza para que su cerebro empiece a trabajar; en Shanghai existe una versión infantil del prestigioso MBA. En muchos centros de fertilización asistida, las alternativas para garantizar cierto perfil genético al embrión se afianzan. En Estados Unidos, si muestran tendencia a ser chiquitxs físicamente, reciben dosis extras de hormonas de crecimiento. Para el último Día de la Madre, según el Wall Street Journal, más que una caja de bombones muchas mujeres recibieron otro gran obsequio: sus hijos e hijas, de una vez por todas, aceptaron ir al dentista: es que la mejor forma de hacer feliz a una mamá de hoy, decía el artículo, es que ellxs mejoren.
La exigencia se trata de una característica que “viene con el cargo” de toda persona que se transforma en padre o madre, algo que ya se observaba, incluso, según Honoré, en tiempos de la antigua Roma. De aquella mater familias a esta parte, la presión por educar vástagos para que sean las y los mejores y que tengan lo mejor en la vida, resulta aplanadora. El contexto es favorecido además por la salida de la mujer al mundo laboral y su rebote en la economía familiar. También, por el descenso de la natalidad: se puede estar más pendientes ahora que, en número, son menos. Hombres y mujeres que crecieron en la época de la llamada “generación del niño libre” crían a “niños dirigidos”. Los adultos en estas circunstancias son bautizados “padres-helicóptero” y “padres-paparazzi” por revolotear a veces hasta el acoso a los menores de edad como un modo de enfrentar su propio miedo al fracaso, ahorrarles sufrimientos, responder a la creencia de que sólo si es “completo” tendrá una buena oportunidad a futuro. Ni paparazzi ni helicópteros están solos: la publicidad y muchas instituciones –escuelas, publicidad, industria del entretenimiento– hacen la otra parte de la tarea.
“Se mire como se mire, estamos criando a la generación más conectada, consentida y vigilada de la historia, ¿es de veras tan negativo?”, cuestiona Honoré. Y hace una lista con sus argumentos:
En 2010 serán obesos casi el 38 por ciento de los europeos menores de 18 años, y el 50 por ciento de los niños y niñas del continente americano, según la Asociación Internacional para el Estudio de la Obesidad.
En 2020, las enfermedades mentales estarán entre las cinco principales causas de muerte o discapacidad entre jóvenes, advierte la Organización Mundial de la Salud.
La sobrevaloración de la fama y la belleza afecta principalmente a las y los chicos de clase alta. No es en los ghettos urbanos donde predominan la depresión y la ansiedad infantiles sino en los elegantes pisos del centro de las ciudades y en los barrios residenciales, donde las dinámicas clases medias dirigen como proyectos a sus hijos...
Respecto del abuso de la tecnología, lo relaciona con un estudio de Hewlett Packard hecho en el mundo adulto que concluyó que el incesante bombardeo de mensajes electrónicos, llamadas y mensajes instantáneos causa un descenso de 10 puntos en el cociente intelectual de un trabajador de oficina medio: el doble de la caída que causa fumar marihuana.
“¿Te sentís solo/a? ¿Son tus compañeros/as amables?”, preguntó en 2007 Unicef a niños y niñas de todo el mundo. Justamente los japoneses, estadounidenses e ingleses –donde los sistemas educativos son de los más rigurosos– fueron los que más respondieron sí a la primera, no a la segunda.
Respecto de la loca carrera en nombre de la formación Honoré abre el signo de pregunta: “¿Tienen un efecto positivo tantos esfuerzos, exámenes y comparaciones? ¿Hacen que los niños sean más felices, sanos e inteligentes? ¿Generan mejores trabajadores y ciudadanos? ¿Unas notas mejores significan que los niveles escolares están mejorando? En todo el mundo, los padres y educadores llegan a la conclusión de que la respuesta a todo lo anterior es negativa”.
“Mary, ¡mata a esa perra!”, le gritó a la exitosa tenista francesa Mary Pierce su padre Jim un segundo antes de ser declarado ciudadano no grato por la Asociación de Tenis Femenino. Por su parte, un tal Christophe Faviau envenenó la gaseosa del contrincante de su hijo, también tenista, para sacarlo de su camino. Más allá de la truculenta anécdota, los casos reflejan las situaciones de maltrato, violencia a las que se someten muchos jóvenes que son víctimas de los adultos que están ahí para cuidarlos. Ante la espectacularización incluso del mundo del deporte y la cotización de lxs protagonistas, la locura por el éxito del máximo rendimiento físico también transpira la camiseta.
“Muchas veces, los entrenadores buscan resultados olvidándose que los deportistas son personas. Algunos tienen una base pedagógica y orientan al deportista en su integridad, pero otros no. De hecho, en los entrenamientos de alto rendimiento resultan ser como máquinas y tienen que cuidarse de todo: de no salir, de no cometer deslices con las comidas, dormir determinada cantidad de horas. Es, en fin, lo que muchos eligen, y saben que esto puede venir. En cuanto a niños y jóvenes, generalmente comienzan desde temprana edad y con estas exigencias llegan a la adolescencia cansados, y a los 17 años, la edad propicia para mejorar las marcas, dejan”, reflexiona Claudia Parlagreco, profesora de educación física y guardavidas, que acaba de ser parte el Congreso Internacional de Actividad Física y Salud.
Un rico debate se desató hace pocas semanas en Estados Unidos, y lo cubrió el The New York Times. Allí se anunció –y cuestionó– la llegada a ese país de un test genético infantil que determina para qué deporte es apta una persona desde muy pequeña. Lo realiza una empresa que se llama Atlas Sports Genetics, cuesta 149 dólares. Ni siquiera se trata de un pinchazo: una esponja que se frota por dentro de la mejilla colecta ADN y el microscopio evalúa el ACTN3, uno de los 20.000 que componen el mapa genético humano. El resultado ronda alrededor de dos genes: quien tiene dos copias de una variante genética llamada “R” es bueno en deportes que requieren de velocidad; en cambio, los portadores de la variante “X” serán geniales cuando resistencia se necesite.
La riqueza del debate está, justamente, en que más allá del ACTN3 se discute algo más profundo, se discuten ideas más que hechos. Así, los adeptos argumentan que el test brinda una gran alternativa a madres y padres que podrán encaminar a sus hijos en la actividad indicada y evitar múltiples frustraciones (y gastos). Permitiría, en todo caso, acompañarlo al gimnasio o... sugerirle dónde estudiar ingeniería en sistemas o dónde practicar ajedrez. Los otros conocedores de la materia, quizás los más conservadores, quizás los más serios, desaconsejan su realización por muchos motivos. Lo hacen mientras detestan la mercantilización de los exámenes de ADN que ahora conquistan un nuevo nicho: el de los padres ansiosos por brindarles un futuro a sus hijos “Imaginé que generaría controversias”, asumió Kevin Reilly, presidente de Atlas. Su mente avisó más que cualquier crítica: contempló, incluso, que lo tildasen como el Hitler contemporáneo tratando de crear una raza de atletas perfectos.
El director del Programa de Terapia de Genes del Centro Médico de la Universidad de California, Theodore Friedmann, calificó el emprendimiento como “una oportunidad de vender nuevas versiones de petróleo de serpiente”. Otro especialista, como Stephen Roth, de la Universidad de Maryland, considera a ese gen uno de los más “emocionantes” en la performance deportiva. Pero se pregunta: “¿Va esto a afectar a Johnny cuando participa en un partido de fútbol o a Suzy cuando realice atletismo en la escuela? No hay pruebas suficientes siquiera para poder sugerirlo”. Roth plantea la gran duda: “Los chicos no están preparados para tomar decisiones racionales y autónomas sobre lo que harán el resto de sus vidas”. Los detractores proponen un plan B que, excepto por falta de oportunidades económicas, ha sido infalible para detectar cracks: observar a un niño o niña en su clase de gimnasia. Además –o por ahora– ese viejo test es gratuito.
Que levante la mano quien no vio caer su mandíbula al conocer la existencia de institutos que enseñan inglés a los bebés. “En los primeros meses de vida el ser humano es ciudadano del mundo, ya que el balbuceo a los tres meses es igual sea cual fuese el lugar donde vive –dicen las propagandas de Warrington, uno de los institutos ad hoc–. Las investigaciones demuestran que el cerebro del bebé crece considerablemente, más si se lo expone sistemáticamente a una segunda lengua. Esta exposición produce y refuerza conexiones neuronales que le facilitan su desarrollo intelectual, no sólo para el aprendizaje de idiomas sino también para distintas áreas y para toda la vida.”
Los están esperando con las manos abiertas desde que atraviesan el canal de parto, cuando inician por los primeros dos años y medio de vida intrauterina, cuando atraviesan un “Big Bang neuronal”, como llama Honoré, período durante el cual todo estímulo (oportuno) será bienvenido, aunque se sepa que la cría humana no necesita más estímulos que los que están incluidos en la vida diaria.
“Vivimos en la sociedad del conocimiento, de la información, lo que se privilegia es la inteligencia”, dice la doctora Alicia Oiberman, del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y Experimental del Conicet. Ella está al frente de una curiosa prueba: el test llamado Escala Argentina de Inteligencia Sensorio motriz (EAIS) que se realiza a bebés de entre 6 y 32 meses de vida para conocer no su cociente intelectual sino la etapa cognitiva que atraviesa, y detectar si tienen dificultades para hacer frente a los problemas. “Muchos padres vienen a ver cómo se encuentran sus niños –retoma Oiberman–, a ver si van a poder pensar, y el niño piensa desde chiquitito, la cuestión es darle actividades según su desarrollo cognitivo. No hay que pensar al chico como una computadora ni como un adulto en miniatura. Todos los bebés son diferentes y suponer una norma sin excepciones para el desarrollo implica patologizar la diversidad.”
En caso de detectar algún problema en el desarrollo cognitivo, Oiberman y su equipo trabajan a la par de la mamá para promover una estimulación adecuada. “Se cree que las mujeres saben qué hacer con un recién nacido, pero la experiencia histórica demuestra que a veces es así, pero otras veces no. Desde el punto de vista de la psicología esta atribución de competencia innata y natural es equivalente a un acto de violencia contra la mujer en el que al mismo tiempo se discrimina al hombre. En consecuencia; las mujeres se ven forzadas a ‘hacer como que saben’ y los hombres tienden a quedar excluidos de la crianza. Desde los equipos de salud hay que alentar a los padres a descubrir lo que ya saben, no por instinto sino porque en algún rincón de su cuerpo ha quedado la huella de sus primeros años de vida. La capacidad de identificarse con el bebé resulta de un saber presente en todo ser humano más allá de lo simbólico, aquello cifrado en el cuerpo durante la vida intrauterina incluso. La idea no es subestimar el saber de los padres, sino ayudar a apuntalarlo y desplegarlo. Que quien decida ejercer el rol parental pueda abordar la experiencia con la actitud de un explorador que se aventura sobre un territorio desconocido, que sin embargo alguna vez recorrió en los brazos de sus padres.”
“¡Hay esperanza!”, concluye Honoré en el último capítulo del libro. De un libro dedicado a reflexionar las acciones de una generación de padres y madres que señalan a sus hijos e hijas qué deben hacer. Paradójicamente, él también se pone a dar consejos. Claro, viene con el cargo: es padre de un varón de 7 años. Entonces tanto análisis sociológico se reduce a un puñado de fórmulas que suenan bien en un best seller. En síntesis, sus indicaciones dicen: 1) Recordar que ninguna pistola apunta a su cabeza ni la obliga a criar a la próxima generación con tanto rigor. 2) Aceptar que niñas y niños tienen una cantidad de aptitudes: que no todos pueden entrar a Harvard... y que no todos lo desean. 3) Valorarlos por lo que son y no por lo que queremos que sean. 4) Soportar sin miedo los conflictos. 5) Planificar el futuro sin perder la magia del presente. 6) En lugar de hacer una torta como ejercicio químico en la cocina, que sea para saborear el chocolate. 7) En vez de besar al bebé porque eso beneficiará su “cortex prefrontal” hacerlo por placer. 8) No convertirse en una sargenta de instrucción ante el primer indicio de talento para algo. 9) Relajarse 10) Y dejar que los efectos del desarrollo se arreglen por su cuenta.
“El primer derecho humano que tiene una persona es ser deseada como persona, no como propiedad. En función de cómo se tiene a los hijos hoy y cómo es el imaginario social con respecto a esto, hay una violación a los derechos humanos porque se lo plantea como una cuestión de propiedad o se los tiene como si fuesen animalitos –dispara la psicóloga Liliana Pauluzzi, directora de Casa de la Mujer Rosario–. En sociedades con poder adquisitivo mayor todo es exitismo e individualismo, un éxito relacionado con valores consumistas. ¡La ternura nunca se tiene en cuenta! De esa forma se niega la humanidad.”
¿Cómo pensar este tema desde una perspectiva de género? Pauluzzi arriesga: “En todas las clases sociales al varón se lo educa para que ejerza una sexualidad relacionada con la agresión. Mientras que a las mujeres se les quita la posibilidad de ser dueñas de su sexualidad, la prueba está en los altos índices de embarazo adolescente. A su vez, la exigencia hacia las nenas tiene alta carga de erotización, pero siempre se trata de tener un cuerpo determinado para otros. Un paso fundamental para modificar esta cultura es que se cumpla la educación sexual. ¿Por qué está frenado ese proyecto? Porque justamente cuando se habla de sexualidad se ejerce un juicio crítico sobre el poder imperante. Hay movimientos que están cambiando esta situación, pero hay un poder muy grande que lo frena, el de los fundamentalismos. No sólo el fundamentalismo religioso sino también el fundamentalismo de mercado.”
Una de las actividades que suele quedar fuera de la agenda infantil no es sólo la falta de tiempo al aire libre (menos en espacios públicos), sino que muchos chicos y chicas se pierden, directamente, nada menos que el juego. El juego es su lenguaje, es su idioma, su terapia, su medio de comunicación. “Hoy, existen dos polos en la infancia. Por un lado, una infancia que no tiene respetado ningún derecho, que son los chicos en riesgo social que no tienen tiempo para jugar –dice la profesora Beatriz Cava, presidenta de IPA Argentina (Asociación Internacional por el Derecho del Niño a jugar, www.ipaargentina.org.ar)–. En el otro polo, está la infancia híper realizada, como dice Mariano Naradosky, ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires: en ese caso, la infancia está ocupada por una agenda que los padres arman para ellos: para que sus hijos no estén en la calle, para que sean eficientes y buenos adultos luego. El concepto de infancia es considerado incompleto, hay que llenarlo de contenido, de actividades, para que después cuando sean grandes sean personas eficientes y consigan un buen trabajo.”
“La infancia es absolutamente completa –aclara Cava–, y como tiene todo un potencial a desarrollar esa persona tiene que ser atendida y respetada en sus derechos. Muchos padres sienten que el tiempo libre lo van a malusar o que jugar por jugar no sirve. Un chico que no juega no va a desarrollar su capacidad creadora. En cambio, va a sumar contenidos y va a sumar disciplina, va a ser un niño y seguramente un adulto obediente, y va a poner en su currículum que sabe 300 cosas pero quizás no pueda recrear su realidad, adaptarse a conflictos ni disfrutar de su vida porque la vida va a tener que ser hecha por el otro para que él pueda accionar.”
Desde las páginas de Bajo presión hacen el mismo recorte: “No todas las infancias son iguales. No encontraremos muchos niños dirigidos como si fueran un proyecto en los campos de refugiados de Sudán ni en las barriadas de América latina. Incluso en el mundo desarrollado millones de chicos, sobre todo en las familias más pobres, tendrán más probablemente un déficit que un exceso de atención paternal. Seamos sinceros: la mayoría de los padreshelicóptero pertenecen a la clase media. Pero eso no significa que este camino cultural afecte sólo a la gente adinerada. Cuando se trata de un cambio social, las clases medias suelen marcar la pauta, y con el tiempo sus complejos y debilidades se deslizan arriba y abajo por el escalafón social. O como mínimo hacen que todos los demás se sientan culpables por no mantener el ritmo”.
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