INTERNACIONALES
Los recientes ataques de Israel contra la Franja de Gaza son una buena excusa para discutir el ignorado trabajo de muchas mujeres por restablecer la paz en la región. Mientras que, irónicamente, los líderes políticos se sientan a negociar la paz recién llegados del campo de batalla, en estos acuerdos las mujeres han sido siempre las grandes ausentes.
› Por Milagros Belgrano Rawson
Por primera vez desde el gobierno de Golda Meier, una mujer israelí ha sido la encargada de orquestar una embestida militar contra territorio palestino. Junto al titular de Defensa Ehud Barak, la ministra de Exteriores de Israel Tzipi Livni confía en que, con este ataque, en febrero próximo pueda derrotar al líder de la derecha israelí Benjamin Netanyahu y alzarse con el puesto de primera ministra. Si logra reducir al mínimo las bajas civiles y militares, es probable que esta ex agente del Mossad logre su objetivo, indican los analistas de ese país. Hace dos años, la politóloga israelí Naomi Chazan indicaba que, por primera vez en la historia, la llave para la resolución del conflicto árabe-israelí estaba en manos de dos mujeres, la secretaria de Estado de George W. Bush, Condoleezza Rice, y la propia Livni, ambas muy activas en acelerar el final de la segunda guerra en el Líbano, en el 2006. Dos años más tarde y con un panorama internacional diferente, las chances de que la ministra decrete un alto el fuego en la actual escalada de violencia se diluyen minuto a minuto. Pese a ese escenario poco optimista, quizá sea hora de revisar el olvidado rol de las mujeres para la búsqueda de una solución a este conflicto y otros que han desgarrado el planeta. Si el hecho de que una mujer poderosa sea casi excepcional en Israel –no es casual que en su Parlamento haya menos mujeres que en países como Afganistán–, también lo es el papel de otras tantas mujeres, habitualmente excluidas de las negociaciones por la paz.
Un viejo axioma feminista indica que las mujeres son menos proclives a la violencia y más predispuestas al diálogo y la negociación. Es probable que Livni no sea una excepción a la regla. Como Meir y Margaret Thatcher, en un mundo donde las mujeres con real poder de decisión se cuentan con los dedos de una mano, el uso de la violencia sea quizá su única carta para destronar rivales. De última, al igual que su antecesora o incluso la ex dama de hierro británica, Tzipi jamás se ha considerado como representativa de las israelíes ni ha hecho del género o los derechos de las mujeres su bandera política. Por otro lado, esa verdad enarbolada por algunas feministas e incluso la ciencia social sólo podría serlo a medias. Como cuando se afirma que las mujeres tienen menos tendencia a robar o a cometer actos delictivos, lo cierto es que cuando el sexo femenino se encuentra escasamente representado en los gobiernos y parlamentos de todo el mundo, que los casos de corrupción sean mayoría entre los funcionarios hombres podría deberse a una mera cuestión matemática y no a una posible bondad intrínsecamente femenina. Como observaban Swanee Hunt y Cristina Posa en un artículo publicado en la revista Foreign Policy, no se puede ignorar que, mientras algunos hombres cambiaron el curso de la historia con su activismo pacifista, de igual manera algunas mujeres lograron posiciones de poder a través del derramamiento de sangre o, en otro extremo, se convirtieron en soldados o terroristas suicidas. Más allá de estas excepciones, ante un conflicto, las mujeres son a menudo las partidarias más fervientes de la moderación. Y traen consigo diferencias que las convierten en las voces más autorizadas para negociar la paz. Mientras muchos líderes se sientan a discutir la paz cuando sus pistolas aún no se han enfriado, en su gran mayoría, las mujeres pacifistas lo hacen desde militancia civil e incluso desde el hogar, declaran estas politólogas. Sin embargo, en este contexto, las mujeres son habitualmente ignoradas o, en el mejor de los casos, consideradas como víctimas, lo cual le ha costado caro al mundo, observan las autoras. Para otras observadoras, sin embargo, el proceso de paz no es una cuestión de género. “No creo que el proceso de paz cambiaría si hubiera más mujeres involucradas”, señalaba hace unos días Lucy Talgieh, activista en el Centro Palestino de Resolución de Conflictos Wi`am, en Belén. “Este no es un tema de hombres y mujeres. El conflicto es sobre quién tiene el poder y los palestinos no lo tienen”, indicaba. De todas formas, admitía también que si hubiera más palestinas involucradas en política, la vida cotidiana en esa sociedad podría cambiar drásticamente. Por otro lado, en la misma discusión, publicada en la muestra online “Mujeres, poder y política”, la periodista palestina Taghreed El-Khodary, señalaba que mientras que las mujeres han sido muy activas en Hamas, jamás han tenido influencia en el proceso de toma de decisiones palestino.
Para Hunt y Posa, irónicamente, el rango de ciudadanas de segunda es, para el llamado “sexo débil”, una fuente de autonomía: como los que detentan el poder frecuentemente consideran a las mujeres como más inofensivas, con frecuencia –por omisión o por error, a veces– las dejan trabajar en acciones por la paz sin obstaculizar su desempeño. Por otro lado, a lo largo de la historia, distintas agrupaciones de madres encontraron soluciones a situaciones extremas o causas consideradas como perdidas. A los ejemplos de las Madres de Plaza de Mayo y las Madres de la Plaza de Tiananmen se suma el de Women in Black. Desde 1988, cuando estalló la intifada palestina, esta red de mujeres que luego se propagó por el mundo emprende vigilias y acciones no violentas –bloqueos de rutas y paso de convoys militares– contra la guerra, la limpieza étnica y la violencia sexual como arma de guerra.
Desde la creación del Estado de Israel ha habido también varios casos de encuentros y acciones conjuntas entre mujeres palestinas e israelíes. Tiempo antes, en 1927, 60 mujeres judías y 40 mujeres árabes que trabajaban en una fábrica palestina se unieron para hacer una huelga en protesta por los bajos salarios y las deplorables condiciones de trabajo. Pero el movimiento sionista entorpeció todo intento de solidaridad entre trabajadoras árabes y judías, alimentando la hostilidad entre estas mujeres, señala en uno de sus trabajos la historiadora especializada en Medio Oriente Elise Young. Con el tiempo, incluso muchas activistas por la paz israelíes admitirían que su propia militancia había surgido gracias a la gran visibilidad de las palestinas en las primeras etapas de la Intifada, señala Simona Sharoni, autora del libro El género y el conflicto palestino-israelí.
Desde 1948, cuando nació el Estado israelí, a los conflictos armados entre palestinos e israelíes se han sucedido otras tantas negociaciones de paz, inútiles o efímeras en el mejor de los casos. Quizá sea hora de darles un lugar a las mujeres, grandes ausentes en todos los acuerdos de paz que se han celebrado hasta ahora. Quizá no sea casual la frase pronunciada por Bill Clinton luego del fracaso de la cumbre celebrada en Camp David entre Ehud Barak, el fallecido líder palestino Yasser Arafat y el por entonces presidente norteamericano. “Si hubiéramos tenido mujeres en Camp David, hubiéramos llegado a un acuerdo.”
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