Producida para recibir el año
› Por Juana Menna
La radio está a todo volumen. Los locutores de radio Mburucuyá cuentan que el certamen Miss Tanga 2009 ya tiene candidata en Argentina. Fue elegida durante una fiesta en el boliche Complejo Paraíso, de La Matanza. “Mientras se acerca el fin de año, también se acerca la posibilidad de cumplirle el sueño a la Cenicienta paraguaya en Argentina”, afirma uno de los tipos, que asegura que Miss Tanga es “el concurso más importante de Paraguay”. Y luego sigue la música.
Pero ése no es el único sonido que se escucha en la peluquería que Beto y Blanca tienen sobre calle Chacabuco, en San Telmo. Detrás de las paredes pintadas de violeta, de los afiches viejos con chicas Koleston decorados con lucecitas navideñas; entre las ramitas de los helechos hermoseadas con guirnaldas; bajo los dos fanales del escritorio que aprisionan angelitos de plástico rodeados de agua y purpurina, se escucha el sonido de la tele. “Es Noelia, mi hija. Si mira dibujitos no se aburre”, explica Blanca, 29 años, oriunda de Asunción. Luego pone chorritos de shampoo Prunelle dentro de dos cuencos de cerámica y le indica a su clienta que meta los dedos allí para ablandar las cutículas. Habla bajito y es difícil escucharla en medio de la música. Murmura palabras como un rezo que evoca la casa de sus padres de donde se fue hace nueve años para seguirlo a Beto, que vive en Argentina desde chico. “Yo extraño, extraño mucho”, susurra. Y dice que esta noche de año nuevo la pasarán los tres en Lugano, solitos, donde viven. Es una de esas mujeres redondas con senos blancos como flores de irupé, de pezones ardientes que se atisban bajo remeritas breves de algodón. Los senos de Blanca están tristes porque iban a alimentar a un niño que no nació. “Son cosas que les pasan a los demás. Hasta que una descubre que es los demás”, dice.
Mientras empareja las uñas de la clienta con una lima de papel, entra un hombre con un hijo pequeño y una hija de unos 13 años. “Cortale el pelo a Joaquín”, pide el hombre a Beto. Pero Joaquín no se queda quieto y se enreda en el babero gigante que Beto le puso para que los pelos no le caigan sobre la ropa. El nene ríe, ríe y no hace caso de su padre ni de su hermana, que lo amenaza con dejarlo sin chasquibun. Finalmente, Joaquín cae para atrás con banquito y todo. No se hace daño y sigue riendo, las manitos y las piernas flacas balanceándose en el aire.
Del fondo de la peluquería, atraída por el ruido, sale Noelia, la hija de ocho años de Blanca y Beto, la que mira dibujitos para entretenerse. El matrimonio no tiene amigos ni deseos de dejarla al cuidado de nadie, sólo de ellos. Como recompensa a esa particular paciencia que los niños tienen hacia los adultos de vez en cuando, Beto le ha teñido algunas mechas doradas sobre su pelo negro y larguísimo.
Noelia se sienta al lado de su madre y mira cómo ella trabaja y canta las canciones de radio Mburucuyá. Cuando llega el momento del esmalte, Noelia saca de una cajita forrada de seda unos cuantos colores. Los pone en fila y se los muestra a la clienta para que elija: dorado, azul turquesa, anaranjado tornasol, rosa perladito. Señala el que prefiere: un esmalte colorado con motas de brillantina. No puede ocultar su decepción cuando la clienta opta por un blanco deslucido.
Después la nena le pide a su madre que, antes de cerrar la peluquería esa noche, le pinte las uñas. Noelia canta canciones conocidas de la radio como “lo que pasó, pasó/ entre tú y yo” y cosas que no sabe de dónde le vienen como “adiós lucerito alba/adiós lucero porá” mientras su padre termina de barrer mechones de pelo y comienza a bajar la persiana. Ella extiende ante su mamá los dedos pequeños, de unitas mochas, para que Blanca se los pinte con el esmalte de brillitos, para recibir juntas el año nuevo en Lugano.