Viernes, 16 de enero de 2009 | Hoy
VINCULOS
Los tiempos cambian pero los mitos perduran, así podría sintetizarse una valla que suele dar en los dientes de quienes emprenden la carrera del amor. Es que a pesar de la independencia ganada por las mujeres, ellas siguen ligadas al mito del amor romántico, a ser eternas penélopes esperando la próxima llamada. Ellos, en cambio, advierten esa misma independencia pero como una especie de traición, como si las mujeres ahora fueran otras, distintas a las que el mandato de su género les había prometido. En esos malentendidos naufragan los viejos vínculos pero también empiezan a fraguar nuevos modos de relación que prometen otras aventuras.
Por Sonia Tessa
En las reuniones de amigas, la queja sobre lo difícil que resulta conocer a un hombre que no huya despavorido ante su propio deseo –y ni decir del ajeno– se convirtió en algo habitual. “No hay hombres”, es la conclusión fácil. Cualquier charla entre mujeres solteras, ya sea alrededor de unos mates o convocada por una cerveza, incluye relatos de encuentros en boliches, que nunca se concretan porque fueron “pura histeria” o, algo aún más habitual: “Nos vimos, estuvimos en casa, todo bien, pero cuando se fue me dijo que me llamaba y nunca más”. Y ese touch and go, que muchos imponen sólo por su deseo de hacerlo se convierte en un corsé de la espontaneidad. “No quiero llamarlo para no parecer densa”, cuenta una chica de 30 y pico. Es que desear una pareja se convirtió en un delito, visto desde el punto de vista de (muchos de) ellos. “No quiero compromisos”, es lo primero que advierten tras un encuentro, no importa cuán fogoso o estimulante haya sido. En la era líquida, no conviene asirse a nada. Porque todo lo que circula está para ser consumido, y desechado. El desencanto del amor está instalado en las sesiones de terapia y en las conversaciones cotidianas. Eso motivó a la psicóloga Bettina Calvi a encarar su tesis posdoctoral sobre Las configuraciones vinculares en tiempos del amor líquido. Así, parte del concepto de Zygmunt Bauman como descripción de época. El trabajo –que será publicado este año– nace de un malestar generalizado: “En los consultorios se escucha a diario la muerte de alguna pequeña esperanza de amor. Muerte debida al miedo, a la apatía y a la fobia. Y a la enorme dificultad de creer en proyectos compartidos”.
La descripción de Calvi es jugosa. El punto de partida –no tan novedoso– es que los cambios sociales y culturales de las últimas décadas han modificado tanto las subjetividades femeninas como masculinas y, por ende, los lazos. Pero a partir de allí, la profesional observa que “las mujeres son vistas como extrañas, que salieron al mundo y ‘ya no son las de antes’. Los hombres las miran con inusitada extrañeza mientras piensan y ¿ahora qué? Se asustan, las critican, las odian y las rechazan aunque sólo las eviten en un histérico juego que oculta las fobias más profundas”. A tal punto, que considera que “las mujeres son en estos días a los hombres lo que la oscuridad es a los niños cuando de fobias se trata”. Una frase escuchada en el consultorio da cuenta de ese pánico. “Yo andaba como Bambi en la pradera y ella estaba agazapada para cazarme”, le dijo un hombre sobre el inicio de una relación amorosa.
Pero el trabajo apunta a tener una mirada compleja y abarcadora. No se trata sólo de ellos, ni mucho menos. “Ellas, por su parte, se desconciertan, se preguntan, se analizan, se culpan y terminan hartándose de tanta vuelta. Entonces se refugian en estereotipos tales como ‘no hay hombres’ o ‘son todos iguales’”. Por este desacople, “un gran porcentaje de la población que concurre a los consultorios privados se plantea la dificultad de encontrar pareja y la soledad como problemática subjetiva”.
En principio, el trabajo de Calvi sólo incluía entrevistas cualitativas con mujeres, de grupos sociales heterogéneos y de entre 25 y 50 años. “Partía de un feminismo duro”, describe ella misma, cuyo anterior libro fue Abuso sexual en la infancia, efectos psíquicos. Después, amplió el espectro para comprender también cómo afectaba esta nueva configuración de las relaciones afectivas a los hombres.
A partir de las más de 30 entrevistas que realizó, Calvi desentrañó algunas de las diferencias en la forma de encarar las relaciones entre hombres y mujeres. “Hay una inscripción distinta del tiempo. Los hombres piensan en términos de acto. Siguen con sus actividades. En cambio, las mujeres piensan en forma de proceso. Apenas el tipo las dejó se preguntan si los volverá a llamar, cómo será su vida, su trabajo. Hacen como una secuencia que ellos no hacen”, describió.
Entonces, ellas se quejan del “touch and go”, y ellos ven en cada mujer que se les acerca una amenaza latente de “ataduras”. La frase preferida de los hombres, la mayoría de las lectoras lo sabe por experiencia propia, es “no quiero compromisos”. “Este tipo de relaciones tan light, tan efímeras, los pone a cubierto”, consideró Calvi. “Buscan mujeres más jóvenes, porque les permite manejar la situación”, afirmó. Pero siempre –remarcó– subyace el temor, la idea de que la mujer es una “bruja”.
Para Calvi, “las mujeres estamos catalogadas como brujas absolutas” y es importante “generar otro tipo de lazos y desarticular este enfrentamiento”. Por eso, nunca deja pasar la expresión “bruja” referida a una mujer, que los varones usan especialmente para referirse a su esposa. “A uno lo paré en seco y le pregunté por qué le decía así a su mujer. Porque si lo dejás pasar, naturalizás los micromachismos cotidianos. Ellos, cuando miran a la mujer ven este arquetipo”, consideró. “Muchos maridos llaman bruja a su mujer cuando quieren mostrar algún poder que ella ejerce sobre él y con esta palabra dicha a modo de chiste promueven la solidaridad de su género. Es decir que cuando la mujer despliega algún modo de poder o de autonomía, es vista como causa de sufrimientos para los hombres, despertando así su odio y su temor”, profundiza en el trabajo.
En cambio, muchas mujeres se concentran en el ideal. “Nosotras vemos el ideal, y después nos encontramos con que ellos son personas frágiles, golpeadas por su propia historia. Nosotras pensamos en el príncipe valiente que viene en su blanco corcel”, afirmó la psicoanalista.
Pero ese resabio de las épocas en que formar una pareja estaba pautado, cuando conocerse, relacionarse, casarse y tener hijos era parte de un ciclo “natural” se debe a que la caída de los viejos modelos no es sencilla, definitiva ni generalizada. Hay paradigmas que subsisten, aunque ya no sean un bloque compacto. “Lo propio de lo femenino es que nosotras hemos sido criadas con el mito del héroe romántico como ordenador de género, que sigue funcionando”, cuenta la profesional.
Esa afirmación puede constatarse en miles de columnas de periódicos, todas inspiradas –aunque sea levemente– en aquellas de Bridget Jones. Y allí estuvieron las chicas de Sex and the city, para mostrar que no era necesario derribar el mito del amor romántico, sólo licuarlo durante varias temporadas, para terminar confirmándolo con casamiento de blanco.
Entonces, las mujeres se enfrentan a las épocas del amor líquido con un bagaje contradictorio: nuevos desafíos, deseo de autonomía pero también las ataduras de mandatos que siguen funcionando. Uno de ellos, la necesidad de ser aceptada, de agradar, de esconder muchas veces el deseo propio para no importunar al ajeno. En ese marco, saben que para ellos el peor pecado es el deseo de formar una pareja. Y hay que esconderlo.
Así las cosas, “los varones viven las separaciones matrimoniales como un profundo fracaso a partir del cual les resulta muy difícil construir otro proyecto. De allí que sólo puedan volver a relacionarse acorazados en el enunciado ‘no quiero compromisos’. Que aparece frente a cada nueva relación, poniéndolos a cubierto de semejante peligro”, plantea Calvi. Pero claro, ese imperativo convoca a las mujeres a invocar también el conjuro. “Vivamos el momento, sin compromisos”, propone él. “Una vez que ese conjuro se invoca, habrá que probar en acto su materialidad –dice la autora en su tesis–. Es decir, las mujeres no deberán realizar llamados ni mensajes frecuentes que podrían ser interpretados como una actitud invasiva, de una voracidad arrolladora que intenta asfixiarlos, distanciándolos de los únicos valores que les siguen funcionando como referentes: los hijos, el grupo de amigos, de pares, y generalmente el fútbol.”
Ellos huyen, ellas se decepcionan. El desencanto de las mujeres no es uniforme, se parece también a un caleidoscopio. Es que ya no creen en “los príncipes azules, que se han desteñido y hoy en lugar de mandar flores dicen ‘nos vemos’”, según dijo alguna vez la humorista Gabriela Acher. En ese paso del viejo modelo –muchas veces presente en la subjetividad– a los nuevos desafíos, Calvi detecta grandes dificultades. “Las mujeres de hoy se encuentran ante la múltiple exigencia de romper con el mito del amor romántico en el que han sido educadas, y esto es como aprender a hablar un nuevo idioma. Un idioma donde se deberán cuidar celosamente los giros discursivos, la fonética y complejidad metafórica de cada enunciado. Es decir, que deben tener un exhaustivo control de su afectividad, intentar un modo de acercamiento que difícilmente sea espontáneo y todo esto contribuye a la banalización y a la liquidez en el contacto con el otro.”
Como estas relaciones casi nunca son consensuadas, sino impuestas desde la voluntad masculina, cuando ese hombre sólo dice “nos vemos”, muchas veces inaugura la espera. “Y por ahí no la llama nunca más. Esta forma de los varones de sustraerse, de alejarse, es también una forma de control, porque tienen el poder de volver a verse. Y la mujer queda pendiente de esa llamada, en la espera”, resume la psicóloga, en la mesa de un bar.
Por eso, en el trabajo recupera el concepto de complejo de Penélope, acuñado por la psicoanalista austríaca que vivió en Argentina y México, Marie Langer. La mujer que vive esperando no se ha retirado de escena, aunque muchas otras cosas hayan cambiado en su vida. Ahora trabaja, tiene independencia económica, pero muchas veces sigue pendiente de que la llamen. Y una vez que el encuentro se consuma, empieza una nueva espera.
Es que el amor romántico no llega sólo a la configuración psíquica de una mujer. Está bien rodeado, acompañado de otros ordenadores de género, como el miedo a la soledad. En la tesis, Calvi retoma el análisis de Marcela Lagarde. “Según esta autora, el miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía femenina, ya que desde pequeñas se les promueve a las mujeres un sentimiento de orfandad, sustentado en una concepción de que la soledad es algo negativo y que el sosiego de la mujer depende de la presencia del hombre”, recupera la psicoanalista en su trabajo, para dar un marco a las experiencias recogidas en la investigación. “Esta autora dice que las mujeres son educadas en la fantasía de que alguien, un hombre, va a quitar el sentimiento de desolación, de pérdida y así se va creando la necesidad de contacto personal permanente, que es una necesidad de apego”, continúa la cita del trabajo.
Con ese marco, Calvi relata lo ocurrido en el albergue municipal para mujeres víctimas de violencia que habían empezado a salir del círculo, y estaban trabajando para reconstruir una vida en autonomía. “En una de las sesiones de grupo, se propuso una técnica donde debían construir conjuntamente una historia a partir de algunos recortes de revista heterogéneos. La historia que construyeron era la de una joven y bella mujer que estaba en su hermoso jardín pensando porque debía elegir entre varios hombres que la amaban. Ella debía hallar el indicado”, relata el trabajo. En realidad, las habitantes del albergue volvían una y otra vez a la versión del cuento de hadas. “El ideal del amor romántico sigue funcionando, creen que existe la media naranja pero ellas eligieron mal, tienen que elegir otro que encaje perfectamente”, apunta Calvi. Puestas a producir, estas mujeres “no hablaban de sus graves problemas económicos, ni de los traumatismos padecidos, sino que se sitúan en una posición absolutamente solidaria a los mandatos de género”. El grupo en ese albergue municipal era diverso: dos de ellas que vivían en una situación de extrema pobreza (ocupas), otras dos trabajaban como mucamas en sanatorios, había una enfermera, una modista, una empleada doméstica, una administrativa y una licenciada en letras que trabajaba como profesora de nivel secundario, con edades de 30 a 50 años.
Además de las mujeres del albergue municipal en el que trabajaba, Calvi realizó entrevistas a mujeres de clase media, profesionales, de entre 25 y 50 años. En ese grupo, lo predominante fue “una gran decepción en relación a los modelos amorosos de otra época, y un gran vacío por no poder encontrar nuevas formas de relación”. Sus entrevistadas –como tantas otras mujeres en la calle, en el bar, en la peluquería– no anduvieron con vueltas, sostuvieron que “es culpa de los hombres”.
Es que entre las mujeres que han crecido con una mayor posibilidad de autonomía, el mito del amor romántico es más endeble. Muchas saben que ya no pueden confiar en ese relato para organizar su vida afectiva, aunque todavía no puedan escribir otros. “No sé cómo hay tantas mujeres tontas que creen que la vida pasa por encontrar a un hombre y en esa búsqueda enloquecida y frenética se las va la vida, la alegría, la energía... Entonces, si todo pasa por un hombre es que tienen vidas vacías”, le dijo a la investigadora una mujer de 31 años. Por eso, para Calvi, no todo es uniforme. “No se trata de un paradigma patriarcal monolítico y sin fisuras.” Pero sí de unos mandatos que todavía hacen estragos en la formación de mujeres de varias generaciones. En especial de las más vulnerables.
Pero no solo. Como muestra, retoma otra de las entrevistas realizadas para el trabajo. Era el testimonio de “una joven profesional, con una buena carrera. Sostiene que no tolera su tiempo libre desde que se separó de su novio, se siente vacía y sus ataques de ansiedad comprometen incluso su trabajo. Ella siente que ha perdido la posibilidad de formar una familia y de tener un hijo”. En esta situación, para Calvi es “absolutamente llamativo observar cómo alguien que desarrolla tareas profesionales complejas y de gran responsabilidad se posiciona en relación con un hombre como una niña, desorientada, ansiosa y desahuciada”.
Calvi tiene una mirada crítica en varias direcciones. Aunque también recupera el viejo modelo de pareja de los años ‘70. “Del significante compañera/o que caracterizara la utopía de los ‘70 al ‘touch and go’ del 2008 hay mucha distancia. Distancia hecha de una historia rota, de desapariciones, de muertes, de tortura, de miedos, y de la abolición de todo intento de esperanza por cambiar un mundo injusto”, considera en el trabajo. Su descripción de la época líquida no es inocente, sino fuertemente cuestionadora. “Las personas igualadas a cualquier objeto de consumo, se juegan en el mercado bajo el mandato de ‘vivir el momento’”, dice Calvi, quien considera que “la noción de semejante ha sido severamente afectada por una historia siniestra donde el terrorismo de Estado marcó una impronta que aboga por el individualismo, la competitividad y la muerte de la solidaridad”.
Muy lejos de aquel paradigma de los “compañeros”, que organizaba las relaciones entre hombres y mujeres en los 70, aquel que se expresaba en la frasepóster de Mario Benedetti, “en la calle codo a codo somos mucho más que dos”, para Calvi, “el enfrentamiento entre los géneros borra la noción de semejante, impide que se armen lazos de solidaridad, de compañerismo. El otro o la otra no están vistas como pares”.
Sin embargo, y pese a las apariencias, su posición no es idílica respecto de los vínculos antiguos. “Bauman parece tener una postura adversa ante estas nuevas configuraciones amorosas, sin embargo, tal vez sólo debamos interpretarlas en concordancia con la producción de subjetividad de nuestra época. No son peores ni mejores que los existentes en el pasado. ¿O es que acaso podríamos sostener que la doble moral instalada por el patriarcado para sostener la institución matrimonial era mejor que las llamadas “relaciones sin compromiso” que caracterizan nuestra época?”, dice la tesis de Calvi.
Las diferencias genéricas en la formación, en siglos de relaciones desiguales, siguen haciendo mella. Y muchas veces, las relaciones se vuelven voraces, o brutales. “Podríamos pensar que la independencia, que a lo largo de la historia han tenido los varones en un contexto de dominación masculina, les permitió amar de modo ‘líquido’ durante mucho tiempo y en muchos relatos. Para las mujeres no es lo mismo, ellas han construido más recientemente su independencia y su autonomía. Están rompiendo desde allí sus propios mitos y se posicionan de modo diferente frente a los hombres y al amor”, plantea el trabajo de Calvi. Así, encontrarse, enamorarse, jugarse por el deseo propio, y a partir de ahí apostar al amor, se convierte en algo más que un desafío. Casi una hazaña.
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