Vie 16.01.2009
las12

VIOLENCIAS

Vidas públicas

Un estudio realizado por la organización Médicos del Mundo en Buenos Aires relevó que las 10 mil personas en situación de calle sufren cada noche la violencia organizada por parte de la Unidad de Control de Espacios Públicos del gobierno de la ciudad. La represión y el maltrato despejan plazas y parques pero agravan la intemperie estructural que, en el caso de las mujeres, suele ser el último eslabón de una cadena de abusos.

› Por Roxana Sandá

La “señora Virginia”, como gustan llamarla en el barrio de Congreso, pasa sus días en diagonal al palacio legislativo, recostada sobre un banco de plaza hecho suyo por antigüedad. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos años lleva allí, ni si los sesenta y pico que admite son cifra real. Tampoco importa. Lo que más preocupa a esta tejedora callejera –son preciosos los motivos que logra con lanas obtenidas del retaceo solidario– es la lluvia. Lacera su artritis, empapa los bagayos, le despierta mil olores que difícilmente encuentren sitio donde exorcizarse. El único “paraguas” a mano es la buena predisposición de los empleados del locutorio de enfrente, que le prestan el umbral para guarecer el cuerpo.

Virginia es una de las 10.000 personas que recorren la ciudad en situación de calle, tal como releva la organización Médicos del Mundo (MDM). El número supera ampliamente otras cifras distribuidas por el gobierno porteño y que serían cubiertas, según asegura desde su página web, con asistencia “las 24 horas y los 365 días del año” a través de la “línea social 108” del Programa Buenos Aires Presente (BAP), destinado a poblaciones “en situación de riesgo, emergencia y/o vulnerabilidad social”. Sin embargo, “uno se pregunta si realmente en los últimos años ese universo fue o es prioridad humana, política y social del Estado local. Pareciera que no”, cuestiona el presidente de MDM, Gonzalo Basile.

“No hace falta más que ver la desfuncionalización de servicios públicos de salud y sociales porteños. El BAP es una postal de ineficiencia y precaridad asistencial. Las acciones sobre niñez en situación de calle brillan por su ausencia.”

No es la primera vez que a Angelita y sus perros los sacan carpiendo de su esquina en Ibarrola y Leguizamón, del barrio de Liniers. Es poco asustadiza, pero dice que le van achicando el paisaje: la echaron a patadas de Timoteo Gordillo y Palmar, de Tonelero y Leguizamón, de Murguiondo y Ventura Bosch. Cuenta que son tipos “de sport”, jóvenes y corpulentos, que la amenazan “con cagarme a palos” si les sigue atando cintas coloradas a los árboles que identifican sus lugares en este mundo.

En su último estudio sobre Salud en la Calle 2008, dado a conocer días atrás, Médicos del Mundo denuncia que “existen acciones de persecución, represión y maltrato de parte de funcionarios del Ministerio de Espacio Público de la Unidad de Control de Espacio Público (Ucep), del Gobierno de la Ciudad, en distintas plazas, paradores y zonas”.

Se trataría, detallan, de individuos enfundados de civil que se presentan de noche en sitios donde se encuentran personas en situación de calle, “y violentamente con golpes, maltratos y represión expulsan a la gente de su lugar de pernocte”, actuando como grupos de represión.

Las que en mayor medida sufren esta violencia son adolescentes vulnerables por los efectos del alcohol o el paco; adultas con padecimientos psiquiátricos y la franja de 60 años en adelante, con graves disfunciones motrices, problemas circulatorios, reuma, artrosis y afecciones respiratorias, con escasas posibilidades de defenderse.

Muchas de estas cuestiones se descubrieron durante el año de acción del móvil sanitario que MDM instaló en Parque Lezama y en las plazas de Mayo, Miserere, Congreso y España, en Barracas. Se atendieron, en total, a 362 personas “que abrieron un abanico de situaciones de salud social”, explica la planificadora del móvil, Griselda Pasares.

“Nos encontramos con personas particulares con las que es fundamental vincular profundamente”, agrega Pasares, que es asistente social, “y tratamos de ir estableciendo diferencias con este sistema hegemónico de salud fragmentario”.

Las mujeres que se acercaron al equipo de atención integrado en su mayoría por pares revelaron universos “donde se grafica que esos cuerpos son los portadores de toda la historia de vida –relata–. Es mucho más que el cuerpo de los que tenemos un techo. Ellas son sus cuadros, el color de la pintura de su pared, sus aromas. Sobre esas pieles se ve el desvínculo social que produce deterioro y no se relaciona con la cuestión médica exclusiva. Son cuerpos a los gritos que presentan fracturas vinculares con la sociedad”.

Pasares recuerda el caso de una mujer que planteó a una de las especialistas del móvil la necesidad de tener una consulta ginecológica junto con su pareja. “Luego de la extensa entrevista, resultó ser una inmigrante latinoamericana que llegó a la Argentina contratada por una supuesta familia, para realizar tareas domésticas. Le retuvieron el pasaporte y la esclavizaron. Hoy está en la calle y se prostituye para sobrevivir, pero en su país quedaron su hija y sus nietas.”

La historia resume “una infinidad de padecimientos que sobrellevan estas mujeres y también da cuenta de nuestra idea sobre lo que significa la atención humanizada de la salud”.

Según el informe, el 50,8 por ciento de las que pasaron por el móvil sanitario vive en situación de calle, mientras que el 16,9 por ciento lo hace en casas tomadas de la ciudad. El 43 por ciento se encuentra en calle hace más de tres años y el 26,2 entre uno y tres años.

Resultan comunes, precisamente, los casos de prostitución de mujeres de 20 a 40 años traídas bajo engaño desde países limítrofes, sin posibilidad de sustento alguno. “Sufren los prejuicios permanentes en los sistemas de atención y el detrimento del autocuidado cuanto más tiempo se encuentran en situación de calle. Cuesta mucho establecer estrategias preventivas, porque hay un nivel elevado de resignación”, afirma Pasares.

De acuerdo con el estudio, el 89 por ciento de los profesionales del sistema público sanitario encuestados en seis hospitales y 11 centros de salud reconoce que no tiene estrategia ni acciones para abordar la problemática de atención de personas en situación de calle. El 35 por ciento visualiza esa demanda de atención en salud como “incómoda” y un 33,5% reconoce que estas personas son objeto de discriminación por su condición.

En este escenario, mujeres de entre 60 y 80 años aprendieron a rehusar los paradores y hogares, por no quedar atrapadas en un sistema rígido, al que acusan como provocador de malos tratos. Muchas tienen parejas de las que no quieren separarse durante las noches o son madres o abuelas de varones adolescentes que rechazan dormir en paradores de hombres.

“El parador Azucena Villaflor, con unas treinta camas, es el único disponible en la actualidad –describe Pasares–. Se accede a las 18 en fila, por orden de llegada y de mirada de los que dejan pasar. Las cientos de mujeres que quedan en la calle dormirán con suerte en las guardias hospitalarias o en las estaciones de tren, si los de seguridad son gambas.”

Los voceros de MDM aseguran que la realidad de las mujeres en situación de calle “es invisible y trágica” por la indiferencia social y la negligencia política. “El Estado no se hace cargo de las personas que dejó caer sin red y el vacío es total”, lamenta Pasares. “Los funcionarios no responden, los recursos son los mismos de hace veinte años y aun así se siguen haciendo conteos mentirosos que sirven a otros intereses. Todavía persiste un imaginario que fortalece esa mirada neoliberal absoluta, pero debemos entender que ésta es una cuestión de deuda social.”

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