DIEZ PREGUNTAS
Eli Sirlin es arquitecta, pero su pasión es la luz, especialmente la luz en el teatro. Ese es justamente el nombre de su último libro, un manual de iluminación donde la luz se entiende como un lenguaje propio, con sus códigos, sus técnicas y sus modos de percepción.
› Por Laura Rosso
–Siempre tuve muy buena relación con la luz. Siempre fui muy fanática de las cosas científicas y de chica andaba con microscopios, lupas, aparatitos y esas cosas. De hecho, cuando tuve que pensar en una profesión, pensé en hacer algo científico, incluso físico, pero como también tenía una cuestión artística muy fuerte me terminé volcando por la arquitectura.
–Recuerdo concretamente algo que me pasó cuando vi un trabajo mío, el primero que hice teatralmente. Un trabajo muy sencillo donde había un mimo que en un determinado momento estaba con una tela y la dejaba sobre una silla, allí se producía un cambio musical y él agarraba la tela nuevamente como si fuera una novia, y en ese cambio de movimiento había un cambio de luz que yo había propuesto. De hecho, yo sentía que en realidad esa luz era lo que permitía la metamorfosis de tela a mujer, por decir así. Me acuerdo que dije “si esto lo puede hacer la luz yo me quedo acá y empiezo a ver qué más puedo hacer”. Si yo tuve esa sensación, si me pasa a mí, le puede pasar a mi vecino o a otro espectador. Si la luz tiene ese poder, la verdad, vale la pena indagarla, conocerla. Eso fue lo que sentí. Dije “éste es el mundo en el que quiero estar”. A partir de ahí, me moví siempre alrededor de la luz.
–La luz construye ficciones. Construye todo el tiempo aquello que vos ves. Con la luz lo que hago es conducir al espectador a que vea esto primero, esto después, a que lo vea de determinada manera, le armo el personaje. En ese sentido hay una responsabilidad muy fuerte desde lo lumínico y una irresponsabilidad total, digo, paradójicamente porque, en definitiva, podés ser el responsable de tratar de lograr determinada cosa, pero por otro lado, las cosas se ven. Entonces, está esa dualidad donde uno por momentos modela algo de una determinada manera pero sabe que hay muchísimas otras alternativas de poder verlo de otro modo. En ese sentido uno digita al hacer que la mirada vea lo que uno quiere que vea.
–No lo es. La comunicación con directores y actores es fundamental. Cuando hice Psicosis, la obra de Sarah Kane que interpretó Leonor Manso, tuve sensaciones que necesitaba transmitirle al espectador. Necesité recortar al personaje de Leonor y le pregunté, “¿aceptás que no te veas linda?” Y con la luz empecé a “cachetearla”, de pronto aparecía el cuerpo, de pronto no, tenía esa sensación de manipulación sobre el personaje, que casualmente se quedaba quieto en una silla, entonces la desarticulé y la armé en base al texto.
–Yo creo que cada uno construye su propio lenguaje lumínico, es como la manera de decir de cada uno. Con la luz uno dice de una manera, otro dice de otra. La luz como lenguaje tiene articulaciones que se pueden lograr, y una sintaxis concreta que se puede desarrollar con otros elementos que no son obviamente los de la palabra. Uno puede trabajar metafóricamente, o en paralelo, puede desarrollar una idea o puede desarrollar una sensación concreta. Si la técnica se maneja desde lo creativo tenés por resultado un producto artístico.
–Para mí es una experiencia de vida. Es algo propio y a la vez está afuera, y es básicamente un cúmulo de sensaciones y de posibilidades.
–Islandia y Ushuaia. Son lugares donde la luz es tan distinta a la luz que vemos todos los días, es una luz como oblicua. Y la gente es distinta porque la luz es distinta. De hecho hay estudios que demuestran que en los países nórdicos donde no hay mucho sol, la gente es muy diferente a la de países soleados, hay una cuestión concreta de ánimo, de humor.
–Si trasladamos eso a situaciones artificiales uno lo que hace, o trata de hacer, cuando piensa un trabajo lumínico es construir esas mismas emociones dentro de una artificialidad, sabiendo que hay una fuente increíble de recursos. A todos nos pasan cosas con la luz, todo el tiempo, lo que yo hago es capitalizar eso que nos pasa con la luz, tratar de emocionar al espectador, tratar de que suceda esto o lo otro en la cabeza de esa persona, simplemente conociendo lo que a uno le pasa.
–Muero por ver una Aurora Boreal. Me fascinan los atardeceres y salgo corriendo cuando estoy en el campo para ver el sol hasta ese milímetro en el que bajó. Y los amaneceres también, cuando puedo ir a buscarlos y sé que van a estar buenos, voy y los busco. Me resulta muy rico como experiencia vivir esa situación. Vivenciar situaciones de luz en este momento para mí es sustancial. Es lo que más me gusta hacer.
–La noche, porque me permite generar luz. En realidad, entre el día y la noche, verdaderamente, me gustan las transiciones porque es lo que permite que fluya la luz. La transición del día hacia la noche o de la noche hacia el día. Me interesa ver cuándo la luz cambia y cómo cambia. Desde el punto de vista estético, no hay nada mejor que atardeceres y amaneceres.
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