[IN CORPORE]
De alguna extraña manera, el correr de los años y la multiplicación de las posibilidades técnicas y científicas concretas (por no mencionar las que abre en imaginarios varios) no modificaron una idea que es, en realidad, un prejuicio arraigadísimo: la reproducción, para bien o para mal, es un asunto del que se encargan las mujeres. Quienes piensan en ella son las mujeres; también quienes demoran su decisión y eligen el momento indicado en función de coordenadas que varían en cada vida, pero también quienes –es tema en cada encuesta que consulta a chicas adolescentes– todavía no se atreven del todo a insistir con el uso de condones.
Y aun así, cuando la salud sexual se vuelve cuidado reproductivo, el prejuicio se multiplica: la batería de estudios, análisis y tratamientos destinados a permitir la reproducción humana siguen teniendo como blanco principal el cuerpo femenino. Si hay intervenciones posibles para facilitar la gestación, en su abrumadora mayoría están pensadas para ser ejercidas sobre cuerpos de mujeres, lo cual sugiere que la mayoría de las investigaciones siguen esa misma orientación. La tendencia, que es mundial, tiene sus correlatos en Argentina.
La postergación cada vez más frecuente de la formación de parejas estables y, a la vez –aunque no necesariamente–, de maternidad y paternidad, ha encontrado, por ejemplo, una nueva consecuencia en el terreno médico: la evaluación temprana de la fertilidad. Que las mujeres intenten convertirse en madres cada vez más habitualmente llegando a los 35 supone, plantea el discurso de especialistas, un incremento en el riesgo: es precisamente al promediar la década de los ‘30 cuando se inicia la disminución de la reserva ovárica, con lo cual decae la calidad de los óvulos y, por tanto, las posibilidades de embarazo. Precisamente, para ir evaluando el momento por el que pasa ese declive de la cantidad de folículos ováricos puede aplicarse una variedad asombrosa de estudios: “determinaciones hormonales, entre ellas la de la hormona antimulleriana y una ecografía ovárica al inicio del ciclo. También la hormona FSH, o foliculoestimulante. Es más baja al comienzo del ciclo, y cuando el ovario empieza a fallar en sus funciones comienza a subir esa hormona. Por eso es utilizada como un indicador de envejecimiento ovárico. Estos estudios pueden ser analizados en relación a la edad de la paciente y permiten determinar el estado de la reserva ovárica”, explica Sergio Pasqualini, director del instituto Halitus. ¿Qué sucede cuando algún análisis da resultados diferentes a los esperables? “Podemos aconsejar buscar el bebé sin demora y no dilatar por motivos triviales o intentar congelar óvulos. Pero lo ideal es siempre criopreservar óvulos antes de esa alarma y recordar siempre que el período más fértil de la mujer es alrededor de los 25 años, disminuye lentamente hasta los 30 y algo más hasta los 35, acentuándose a partir de ese momento.”
¿Estudios equivalentes para hombres? Más o menos. La recomendación más habitual es: un espermograma a los 25 y un chequeo andrológico para complementar.
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