Se acaba de publicar en Estados Unidos el diario íntimo que Susan Sontag comenzó a redactar a los 12 años y que mantuvo durante gran parte de su vida. Su hijo fue el encargado de editar las confesiones que en esta primera entrega (Susan Sontag Reborn: Journals and Nottebooks. 1947-1963, Farrar, Straus & Giroux) se concentran en el descubrimiento de su deseo hacia las mujeres y sobre el plan intelectual que ella misma se impuso. Susan Sontag, que mantuvo sus historias amorosas bien guardadas hasta el final, se presenta semivestida ante la posteridad. Como un fantasma al que le quedaba algo importante por decir.
› Por Liliana Viola
¿Se puede culpar a alguien por pretenderse inmortal y actuar en consecuencia? ¿Por proponerse, en el transcurso de esa vida eterna, llegar a ser la máxima intelectual, novelista y personalidad transgresora del planeta? Muchos le han criticado a Susan Sontag su versatilidad de abordajes y su arrogancia tal vez sustentada en esta ilusión de sobrevida (¿no es eso mismo el pavor ante la muerte?), que sus diarios de juventud vienen a confirmar y a desmentir.
Todo diario se escribe pensando en la mirada furtiva, en la herida que se puede provocar en quien se asome y en el escándalo del descubrimiento. Pero también en uno mismo leyéndose, vuelto tremendo ingenuo, pasivo y demiurgo a la vez. Susan Sontag expone su arrogancia aquí, libre de testigos pero en morbosa espera. Anota el 31 de diciembre de 1958: Nada me impide, salvo la pereza, convertirme en una escritora. En una buena escritora. ¿Por qué es importante escribir? Sobre todo, por egotismo, supongo. Porque quiero ser ese personaje, una escritora, y no porque haya algo que deba decir.
Desde los 12 años va anotando sus cosas en cuadernos, expone su debilidad ante esta primera persona que la juzga, la impulsa a seguir y le va marcando los pasos. Hace listas de libros que tiene que leer, que ya leyó, y sobre todo de ansiedades que no cesan: miedo a decir algo incorrecto, obsesión por ensayar las palabras para el día siguiente, el desencuentro con su familia, los modelos de intelectual que le repugnan, los que admira, citas y citas, palabras a discutir, a utilizar, lugares donde “hay que ir”, cosas que hacer y que no, zonas de la historia donde se propone investigar, ciernes de algunos ensayos que aparecieron mucho más tarde.
Vivió varias vidas, con prisa porque no era tonta, pero con la diletancia de quien tiene un tiempo extra. Por eso habrá conservado tantos años estos diarios íntimos que jamás habría permitido publicar mientras vivió, generándole un dilema y una ocupación al hijo que tuvo que decidir qué y hasta dónde. Y un problema también a los nuevos consumidores de sus diarios, impulsados por el voyeurismo del caso. ¿Se la puede culpar? Como decía Oscar Wilde a su amigo André Gide, exigiendo entre líneas piedad para sí mismo: No se puede sostener resentimiento ante alguien que ha sufrido. Y Susan Sontag ha sufrido. No necesariamente por los estragos de una modalidad brutal de cáncer de sangre, el síndrome mielodisplástico que le descubrieron en el año 2004, no por una agonía de siete meses luego de que fallara el trasplante de médula sino porque efectivamente, el 28 de diciembre de 2004 dejó de existir. Y esto la ha puesto en evidencia para siempre. Porque ella había pensado sinceramente que ese momento se podía posponer –el éxito milagroso frente a otro episodio de cáncer 30 años antes le había otorgado un currículo de heroína, su capacidad para ingresar en temas tan diversos como el feminismo, el pensamiento de Walter Benjamin, el camp, la fotografía, la enfermedad y Yugoslavia, en otra–. Pidió expresamente que le mintieran sobre su enfermedad. Cuando se sometió a una operación casi inútil y el médico le advirtió que ello atentaría contra la buena muerte o la calidad de vida, fue terminante: No me interesa en absoluto la calidad de vida. Por lo tanto, no dejó instrucciones de ningún tipo. Ni sobre su cuerpo ni sobre sus diarios, la misma carne. El hijo se justifica por demás en el prólogo. Debió ella misma quemarlos, debió evitarle leer todo esto, ahorrarle el encuentro con una madre mucho más joven que él mismo ahora, saliendo a quemarse y a buscar experiencias. Pero los dejó ahí. Si no lo hacía él, lo hacía otro ya que ahora todos los textos de la escritora son patrimonio de la Universidad. Tarde o temprano alguien los iba a abrir.
Susan Sontag fue enterrada en el Cementerio Montparnasse en París porque a lo largo de su vida, cuenta también su hijo, habló mucho del terror que le inspiraba la cremación. Tal vez por un último viso de esperanza, por si algo quedara, por si algo sintiera, estar todavía. Si tiene una tumba y sus huesos están ahí, no queda confirmada ciento por ciento la extinción. Y ahora, además están los diarios, otra prueba engañosa de que se puede seguir. De hecho, Sontag habla desde la tumba de aquello de lo que en el resto de su vida se negó a hablar. Si mantuvo en silencio su relación de tantos años con la fotógrafa Anne Leibovitz, ahora expone (al menos en este primer tomo, que va desde 1947 a 1963) el despertar ante su propia homosexualidad festejada, desmentida, negada, sufrida y finalmente incorporada a su escritura.
Caóticos como suelen ser los diarios y a la vez tan ordenados por lógica interna, a veces tiene entradas día a día y otras veces quedan meses, años en silencio. A veces se habla de sí, y otras de los otros. Bueno, siempre de sí.
Ayer (avanzada la tarde) fui a mi primera fiesta parisina, en casa de Jean Wahl, acompañada por el repugnante Alan Bloom. Wahl es casi todo lo que imaginaba: un anciano delgado, pequeño como un pajarillo, de blanco cabello lacio y amplia boca de labios finos, más bien hermoso, como Jean–Louis Barrault (actor) cuando cumpla sesenta y cinco años, pero muy desarreglado.(...) También estaban Giorgio de Santillana; dos artistas japoneses; esbeltas ancianas con sombreros de piel; un individuo de Preuves; unas chicas salidas directamente de Balthus, disfrazadas para Mardi Gras; alguien que se parecía a Jean-Paul Sartre, sólo que más feo y cojo, y era Jean-Paul Sartre; y muchas otras personas cuyos nombres nada me decían.
En la entrada siguiente del 28 de febrero de 1958, le toca el turno a Simone: Escuché anoche a Simone de Beauvoir disertar sobre la posibilidad de la novela en la Sorbona (con Irv Jaffe). Tensa, de cabello negro, es esbelta y muy bonita para sus años, pero su voz es desagradable: algo en el timbre alto + la nerviosa rapidez con la que habla.
Las entradas guardan la forma de la acotación, son ayudamemoria, fragmentos del discurso de una gran pena, de tal modo que no es posible seguirle los pasos que exigiría una lectura realista. No se sabe muchas veces dónde está ni con quién más, cómo terminan las historias que parecen empezar; las acotaciones del hijo editor son muy pocas e imprecisas. Susan Sontag aparece flotando en un aire existencial donde se ha desdoblado. Ella misma sabe que esto sucede y reflexiona en el diario más de una vez como advirtiendo a los fisgones: No soy yo misma cuando estoy con otros. ¿Pero acaso soy yo misma cuando esto sola? y casi al final en la entrada de enero de 1960: Mi vida, mis acciones dicen que no he amado la verdad, que nunca he querido buscar la verdad.
A lo largo de los 16 años que dura este primer tomo, la adolescente Susan va creciendo hasta encontrarse con la puerta del éxito. Pasa de la Universidad en Berkeley, donde los párrafos más extensos son los referidos a sus experiencias lésbicas, a la de Chicago, donde conoce al profesor Philip Rieff, con quien se casa en un deliberado intento de “normalizarse” y fallar. En la entrada del 21 de noviembre de 1949 lo nombra por primera vez: Excelente puesta de Don Giovanni anoche (City Center.) Hoy, me han presentado una maravillosa oportunidad –hacer una investigación para un profesor de sociología llamado Philip Rieff, que está trabajando, entre otras cosas, en un estudio sobre sociología de la política + religión–. Es la oportunidad de trabajar en algo bajo la guía de alguien. En pocas entradas más se ocupa de autoanunciarse su casamiento con laconismo y alevosía: Me caso con Philip con plena conciencia + miedo de mi tendencia autodestructiva. Y luego sobrevienen, al menos en esta versión de su diario, dos años de mutismo. Probablemente no haya nada que decirse ni nada que entender al respecto. No se sabe muy bien si ella, o su hijo editor, ha privilegiado el relato sobre su despertar homosexual sexual por sobre los detalles sobre su matrimonio y por sobre otros textos más relacionados con sus intereses intelectuales, ni tampoco si esas entradas se han perdido o nunca existieron. De hecho también hay referencias a entradas escritas a sus 12 años que tampoco están. Lo cierto es que luego de un silencio entre 1951 y 1952, aparece en Cambridge, Massachusetts, viviendo con su esposo y con su pequeño hijo. En 1957 viaja a Londres para continuar sus estudios, da por terminado su matrimonio y comienza un viaje de iniciación intelectual (que no es necesariamente académico) por Europa donde aparecen detallados algunos romances de transcurso y final infeliz con algunas mujeres. Que madre e hijo han dado importancia al despertar sexual y al devenir amoroso –cada vez que ella trata de minimizar la presencia de su condición homosexual no hace otra cosa que mostrar su peso– se anuncia ya en el título “Susan Sontag Renacida” palabra que ella misma elige para consignar el placer que siente en cuerpo y texto sin distinción. La llegada del orgasmo cambió mi vida. Estoy liberada, pero no hay que decirlo así. Más importante: me ha acotado, canceló opciones, en realidad logró que se hicieran claras y definidas. Ya no soy ilimitada, es decir, nada. La sexualidad es el paradigma. Antes mi sexualidad era horizontal, una línea infinita con posibles infinitas subdivisiones. Ahora es vertical; sube y se acaba, o nada. ... El orgasmo concentra. Deseo escribir. La llegada del orgasmo no es la salvación sino, además, el nacimiento de mi ego. No puedo escribir hasta no encontrarlo. La única escritora que podría ser es la que se expone a sí misma... Escribir es gastarse, es apostarse. Pero hasta ahora no me ha gustado ni el eco de mi propio nombre. Para escribir me debe gustar mucho mi nombre. El escritor está enamorado de sí mismo... y crea sus libros a partir de ese encuentro y esa violencia...
En este diario, además de las amantes que le dan sabiduría y malestar; y del propio cuerpo plantado como horizonte, hay una presencia que se impone. Se trata de apenas una inicial, la “X” que Sontag se esfuerza por explicar y extirpar: X es cuando te sentís un objeto y no un sujeto. Cuando lo que buscas es agradar e impresionar a la gente, tanto diciendo lo que quieren escuchar como escandalizándolos, o fanfarroneando, o siendo muy cool. La letra “X” es la quintaesencia de todo lo que de Sontag avergüenza a Sontag: desde su pereza hasta su impertinencia o su falta de discreción. A tal punto se convierte en personaje aquí, que en una de las entradas llega a recoger lo que opina sobre el asunto su amante de entonces, Irene Maria Fornes: I. piensa que ‘X’ es la razón por la cual soy incapaz de hablar con dos personas a la vez (solo puedo hacer foco en una) y a su vez la razón de que ignoro a otras personas –incluso intrusos casuales como por ejemplo los mozos– cuando estoy con alguien.
En fin, a este ejemplar de sus diarios le seguirán dos tomos más. Y aunque por toda su obra ya publicada se sabe bien que tanto la funesta X como algunas de sus lecturas anunciadas continuaron avanzando sobre ella, Sontag ha logrado desde su lugar en Montparnasse mantener la curiosidad y la lectura. ¿Qué escogerá y que liberará su hijo al escuchar las críticas sobre este primer tomo? ¿Cuánto influirá la fama y el aplauso en la escritura de los diarios que faltan? ¿Se evapora la pena, se acobarda la X? Por ahora, y eso tendrá que hacerla muy feliz, ni ella lo sabe.
Leer tan pronto como pueda la traducción de [Stephen] Spender de las Elegías de Duino [de Rilke]
Inmersa, de nuevo, en Gide: ¡qué claridad y precisión! Verdaderamente este es el Gide incomparable, aunque toda su ficción me parece insignificante, mientras La montaña mágica es un libro para toda la vida. ¡Yo lo sé bien! La montaña mágica es la mejor novela que he leído. La dulce y perdurable atracción con esta obra, el tranquilo y reflexivo placer que me ha producido sin paralelos. Aunque por lo directo de su impacto emocional, por el sentido de un placer físico y el sentimiento de jadeo corto, y lo corto de esas vidas echadas a perder –de prisa, de prisa– por el conocimiento de la vida –en realidad, el sentimiento de la levedad de la vida– elegiría [de Romain Rolland] Jean-Christophe. Pero solo debe ser leído una vez.
Cuando muera espero que se diga “Sus pecados fueron escarlatas, pero sus libros son legibles”. Hilaire Belloc
Inmersa en Gide toda la tarde y escuchando al director Fritz Busch (Glyndebourne festival) en su versión de Don Giovanni (de Mozart). Algunas arias (tan dulcemente sobrecogedoras) las pongo una y otra vez (“Mi tradi quell’ alma ingrata” and “Fuggi, crudele, fuggi”). ¡Si yo las pudiera escuchar para siempre, qué decidida y serena sería!
La tarde perdida con Nat [Nathan Sontag, el marido de su madre]. Me dio una lección de manejo y lo acompañé al cine, pretendiendo que yo disfrutara de una película de tiros.
Después de escribir esta oración, la leo y considero mejor borrarla. Pero mejor que quede como está. Es inútil recordar solo lo placentero –Hay tan poco de esto, de todos modos–. Permítaseme recordar toda la pérdida de tiempo de hoy, para que no sea fácil para mí y así evitar comprometerme mañana.
10/9/1948 (luego de leer el segundo volumen del diario de André Gide)
Lo terminé de leer a las 2.30 de la mañana del mismo día que lo compré. Lo debería haber leído mucho más despacio y lo voy a leer varias veces.
Gide y yo hemos logrado tan perfecta comunión intelectual que hasta sufro el esfuerzo que le debe haber dado sacar cada una de sus conclusiones. Así no pienso ¡qué maravilloso, qué lúcido es! sino ¡Detente. No puedes pensar tan rápido –o mejor– ¡No puedes crecer tan rápido!
Porque no estoy solo leyendo el libro, sino que estoy creando a la vez, y esta experiencia única y enorme ha purgado mi mente de mucho de la confusión y la esterilidad que me ha atormentado durante estos meses terribles.
Anoche A abrió el Tin Angel y H me invitó a la reunión. Hasta que me emborraché, todo estuvo bastante aburrido –en cambio H estaba muy animada y se pasó toda la noche actuando histéricamente amistosa con todas las mujeres con las que se acostó durante este último año (y que ahora aborrece)–. Parecía que todas estaban allí. La antigua novia de Mary tenía un aspecto melancólico. B y A se emborracharon también, naturalmente, y rompieron una de las ventanas. Puedo imaginar lo que están diciendo esta mañana... Después de estar con un millón de personas, H me abrazó, y para ese entonces yo ya estaba, para decirlo suave, muy divertida... Y entonces apareció una chica rara (H había estado gritando por todos lados “ella tiene solo 16 años... ¿no es asombrosa? ¡Y yo soy su primera amante!”) con ganas de “rescatarme”. H me apretó fuerte “¡tenés que tener alguna experiencia heterosexual, Su!”. Antes me acuerdo que estuvimos bailando y abrazándonos.
La sexualidad femenina: dos tipos. La que responde y la que inicia.
Todo sexo es tanto activo (teniendo el motor dentro de uno mismo) y pasivo (el entregarse).
El miedo de lo que la gente va a pensar –no el temperamento natural– hace que la mayoría de las mujeres dependan de ser deseadas antes de que puedan desear.
El amor como incorporación, ser incorporada. Tengo que resistir eso.
Debe sentirse la tensión en la palma de la mano, como dice el instructor de baile. No se recibe ningún mensaje si está floja.
Trate de pensar esta separación [de Irene] con esa tensión.
Así puedo dar y recibir mensajes... Para no tener que caer en alternativas como “la desesperación- fui rechazada” o “que se vaya a la mierda”.
En esta sociedad, uno debe elegir lo que a uno lo “nutre” [las palabras “caer en” deben estar tachadas], el cuerpo debe imponerse sobre la mente y viceversa. A menos que una tenga suerte o sea muy inteligente, para tratar con las dos cosas cosa que yo no era. ¿Dónde quiero dirigir mi vitalidad? ¿A los libros o el sexo, a la ambición o al amor, a la ansiedad o la sensualidad? No puedo tener ambas cosas. Ni siquiera pensar en la remota idea de tener la posibilidad de tenerlo todo al final.
Algo vulgar, feo, cobarde, contra la vida, snob en la sensibilidad de Henry James + Proust. Glamour de dinero, la suciedad del sexo.
Uno es o un escritor del exterior (Homero, Tolstoi) o del interior (Kafka). El mundo o la locura. Homero + Tolstoi- como la pintura figurativa, tratan de representar un mundo con fines de lucro sublimes, más allá de la sentencia. O-descorchar la propia locura. Los primeros son mucho más grandes escritores... Sólo voy a ser solamente el segundo tipo de escritor.
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