MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Comparada con Jackie O, que en diciembre de 1960 dijo a su diseñador privado –Oleg Cassini–: “Por favor sé discreto con las cifras que se gasten en mi vestuario, no quiero que me consideren la María Antonieta de la actualidad ni perjudicar la administración de mi marido”, y también marcó un modo más moderno de abordar la indumentaria desde la Casa Blanca, hace varios meses que las publicaciones especializadas en moda y los expertos enfatizan las semejanzas pero también se refieren a Michelle Obama como creadora de una nueva tendencia. Por un lado la moda democrática –léase elegancia a precios posibles– y por otro la reivindicación de las minorías. En la construcción de su estilo recurre a mezclar un cardigan o un pantalón comprado a precios muy accesibles –de 30 a 100 dólares en la cadena de venta por catálogo J. C. Crew–, con los diseños de una creadora que ayudó a difundir durante la campaña presidencial. Se trata de María Pinto, de Chicago –con boutique propia en el 135 de Jeferson St–, que la vistió con varios vestidos de satén en colores intensos, como para posar ante Annie Leibovitz junto a su marido y sus niñas para Vogue Homme y varias portadas de la revista O, la de la conductora Oprah Winfrey. Pinto, descendiente de latinos, se especializó en drapeados y moda para cocktail en la firma Geoffrey Beene (un clásico del estilo norteamericano de los ‘60 y los ‘70), y estudió tanto en la escuela de arte de Chicago, como en la Parson’s School of Design y en el Fashion Institute of Technology de Nueva York. En esa ciudad su colección se consigue tanto en las tiendas Saks Fifth Avenue, como en Barneys New York y Takashimaya. Días previos a la asunción de Obama, la tiendita de Pinto de Chicago fue locación de un hecho insólito para el tamaño de su empresa: en ocasión de una liquidación, las fans de Michelle hicieron cola para comprar tops, faldas y vestidos de noche cotizados entre 20 y 500 dólares. Pero la noticia y el descubrimiento fashionista de Michelle durante esta semana fue para Isabel Toledo, una creadora cubana radicada en Nueva York desde hace varias décadas, reciente diseñadora de la firma Anne Kleinn, pero también creadora de un estilo colorido, con matices de la española Sibilia a fines de los ochenta. El vestido amarillo casi dorado fue un gesto optimista casi de diva de soul –lo llevaba tan bien como Aretha Franklin a su cloche con moño de strass gris, al tono de un simple abrigo de paño–. Trascendió –lo dijo la experta Cathy Horing en el New York Times– que la diseñadora, que había trabajado varias semanas en la realización de esa pieza en encaje de lana suizo y seda francesa, con entretelas que aportaban abrigo (que Michelle tuneó al agregarle un suetercito al tono que le daba un aire más casual y la abrigaba), se enteró de que la Primera Dama lo había aceptado cuando la vio asomar por el Capitolio, desde su televisor. Pero, por sobre todas las cosas, Michelle deja sentado que tener estilo no supone derrochar fortunas en prendas y parece hacer guiños cómplices a las extravagancias con poco presupuesto, el gusto por el color y los moños para la indumentaria infantil que caracterizan a la estética de las mujeres del Bronx.
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