Viernes, 20 de marzo de 2009 | Hoy
[IN CORPORE]
“No hay que dejar que los grupos ultraconservadores se apropien de la palabra vida”, alumbra la activista Lohana Berkins que con una energía arrolladora sabe cómo hacer que el domino de preconceptos se derrumbe y las cartas vuelvan a repartirse en un juego tan vital como innovador. Los grupos autocalificados Pro Vida son ultrarreligiosos fervorosos, que en los Estados Unidos tienen un poder de voto que ayudó a que el ex presidente George Bush (Jr.) llegara al gobierno.
En la Argentina no son masivos. Pero el año pasado invadieron la pieza de un hospital en Mendoza, donde una niña violada y embarazada esperaba que la burocracia destrabara el permiso judicial para poder realizarle un aborto legal. A la niña le mostraron fotos cruentas de presuntos abortos (en embarazos avanzadísimos) y después de la violación a su intimidad (y de todas las garantías que un hospital debiera asegurarle a una niña), ella se asustó y desistió de su pedido ante la Justicia.
Pero aun cuando cometen actos ilegales o éticamente repudiables los pro vida tuvieron el buen tino de encontrar en su definición su mejor carta de marketing. Son pro vida. Por ende, los otros –las otras– son, según su visión, pro muerte. Igual, que la manipulación con la teoría de los demonios, la diferenciación entre pro aborto y pro vida suele perder las sutilezas y descontar el detalle que el pedido de despenalización del aborto es pro vida de las más de 360 mujeres que pierden la vida cada año como consecuencia de la clandestinidad del aborto (una operación que, cuando es legal, prácticamente no tiene efectos colaterales) ni que cuando se dice defender la vida no se explica cómo y qué vidas ni a qué costos.
Hay una frase de graffiti que dice que si el Papa fuera mujer el aborto sería legal. Por ahora, la Iglesia está lejos de poder ser dirigida por una mujer. Pero la profecía no está tan lejos de convertirse en realidad. Cuando el ultraconservador ex presidente Ronald Reagan se enfermó de Alzheimer y la investigación con células madre se convirtió en una esperanza, el estricto ideario sobre el comienzo de la vida se esfumó de los valores de Nancy Reagan que pidió investigar con esas celulitas que –para los pro vida– ya son parte de la intransigente vida. Bush (Jr.) se puso a la derecha de Nancy Reagan y prohibió el uso de fondos estatales para la investigación científica con células madre. Barack Obama –para dar algún signo de progreso o por convicciones genuinas– destrabó esa prohibición y anunció que la liberación científica –que no puede dejar de leerse como un juego abierto al debate sobre cuándo comienza la vida– representa una esperanza para enfermos de Alzheimer o Parkinson, entre otros males.
Mientras que, esta semana, en España se conoció que Andrés, un niño de 7 años, que sufría de Beta Talasemia Major se curó de la enfermedad que lo condenaba a realizarse trasfusiones de sangre de por vida gracias a un tratamiento realizado con su hermano Javier –que fue seleccionado genéticamente para que estuviera libre de esa anemia genética–y que fue criticado por la Iglesia Católica y permitido por el gobierno español de José Luis Zapatero. “Yo quería tener otro hijo y si encima podía ayudar a su hermano no lo dudé en ningún momento y no he hecho nada malo”, remarcó Soledad, la mamá de Javier y Andrés.
El hito abre caminos que pueden ser un progreso –como el trasplante de órganos– o un nuevo sendero de manipulaciones –como los abortos selectivos de niñas si los padres prefieren concebir hijos varones–, pero uno de los principios más auspiciosos de este anuncio es que la idea de que la Iglesia es sinónimo de vida –después de desalentar el tratamiento que curó a Andrés– quedó mucho más cuestionada. Eso sí: los debates recién empiezan.
La vida es cada vez más compleja.
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