Vie 27.03.2009
las12

VINCULOS

Por una maternidad sin manuales

La psicoterapeuta Laura Gutman presenta su cuarto libro, La revolución de las madres, el desafío de nutrir a nuestros hijos, donde propone revalorizar la maternidad y buscar una esencia femenina hasta ahora negada por el patriarcado. Ella se opone a los manuales que hablan de chicos tiranos y de cómo hacer para callarlos. Y propone una forma de acercamiento hacia los hijos en donde la familia clásica no alcanza.

› Por Luciana Peker

Un bebé llora a la noche. La madre se levanta y está cansada. Pone mala cara. El padre se levanta y le pone mala cara a la madre. La cámara de la televisión prende una luz roja para mostrar las caras oscurecidas por la noche. Y presenta a una súper –y rígida– niñera que llega a la casa para traer calma y silencio. Ella manda a la madre a la cucha –el cuarto– y al padre a afrontar la lloradera del bebé. Al final de la saga de las niñeras a domicilio –que transmiten los canales familiares en formato de reality show–, los niños no lloran y las madres sonríen. ¿Happy end bien sequito de lágrimas? No, para la psicoterapeuta familiar Laura Gutman, que propone en el libro La revolución de las madres, el desafío de nutrir a nuestros hijos, de Editorial Del Nuevo Extremo, salirse de los manuales y escuchar y acompañar a los hijos en una nueva –y revalorizada– búsqueda de la maternidad.

¿Cuál es la propuesta de “la revolución de las madres”?

–Hoy en día las mujeres hemos forjado prácticamente toda nuestra identidad en el mundo laboral o en el estudio o en el deporte –en un lugar donde hay un valor social– y, en contrapartida, en las dos últimas generaciones ha perdido todo valor social la maternidad. En consecuencia, esos niños –poquitos niños– que hoy estamos criando se encuentran sin la satisfacción de sus necesidades básicas. Por lo tanto, van a organizar dinámicas de supervivencia que van a ser violentas de alguna manera. Se van a convertir en jóvenes o adultos egoístas siempre tratando de satisfacer lo que ellos necesitan y sin resto emocional para poder estar al servicio del otro. El gran problema es que la maternidad es un hecho altruista por definición. Para ser madre o padre tengo que dar prioridad a la necesidad del niño por sobre mi necesidad. Por eso, hoy en los hogares se vivan verdaderas luchas entre el deseo propio y el deseo del niño. La revolución de las madres es amorosa, silenciosa, pacífica, afectuosa y se construye cada día trabajando con nuestra capacidad de dar para que ese niño se convierta en una persona libre, segura, autónoma y generosa para con los demás.

A la vez que –supuestamente– se acepta la independencia femenina, hay un boom de manuales y programas de televisión para decir paso a paso cómo ser madre y qué hacer cuando un hijo llora. ¿Qué opinás de la maternidad robotizada?

–El problema no es que existan estos programas de tele o estos libros, sino que son millones los consumidores porque todos provenimos de historias de desamparos no reconocidos y todas éstas son metodologías que nos avalan para salvarnos a nosotros mismos. Si yo leo en un libro que un niño tiene que llorar porque lo que importa es que yo duerma toda la noche, estoy confirmando que lo único que importa es mi confort y como soy grande voy a ganar. Toda la sociedad me dice “ponete linda, ese niño no te necesita, es un caprichoso”.

Pero las madres que se ven en la tele muestran que funciona el método “lloren, chicos, lloren” y que los bebés se duermen después de la visita de una niñera estricta.

–Por supuesto que un niño después de llorar diez días va a dormir toda la noche porque vio que su llanto no sirvió para nada, pero eso no significa que no siga necesitando presencia materna. Y no me refiero a la madre biológica, los chicos necesitan cuidados maternos prodigados por quien sea.

Sin embargo, la idea imperante es que los chicos/as están más tiranos, caprichosos y terribles que nunca

–Porque están cada vez más solos. El niño está escolarizado todo el día porque es el lugar al que van mientras los padres trabajan y todos suponemos que el niño tiene que aprender algo y no recibir cuidados amorosos. Por lo tanto, los niños de hoy están mucho más solos que los de tres generaciones anteriores. No digo que las madres de antes eran mejores madres que nosotras ni mucho menos. Pero sí que antes criar a los hijos tenía valor social y existía la familia extendida: la abuela, el tío, el vecino y la calle (que hemos perdido como lugar de intercambio social). Por lo tanto, ahora el niño está solo y aislado. El gran drama es que los niños están solos y las mamás y los papás estamos demasiado solos para criar a los niños. Y una mamá y un papá son demasiado pocos para responder a las necesidades de un niño. Por lo tanto, es lógico que pidan más. Lo que no es lógico es que su pedido lo entendamos como capricho en vez de entender que la realidad de ellos, y la nuestra, es dramática.

En este libro abordas el tema de la bulimia y la anorexia. ¿Qué propones frente a una chica que se niega a comer?

–Lo peor que se puede hacer con una chica con bulimia y anorexia es encajarle comida o acompañarla al baño a ver si vomita, porque ellas ya están enfermas de control. Lo que necesitan es amor, cariño y disponibilidad.

Vos hacés mucho hincapié en el valor de dar la teta y hacer upa. ¿Qué se puede hacer con chicos o chicas más grandes o adolescentes?

–Nunca es tarde. Los adultos tenemos que bajar los cambios. Si un adolescente pide algo con rabia siempre es tiempo de preguntarle qué pide. Tal vez no podemos darle lo que él pide, pero podemos encontrar juntos una manera de satisfacerlo.

¿Cómo evaluás el efecto Laura Gutman en las mujeres que leen tus libros? ¿Notás que hay algunas madres que se obsesionan con tu propuesta de buscar su sombra, se culpabilizan si su hijo se enferma o se quedan mal si no dan la teta?

–Este es mi cuarto libro y es cierto que han encontrado cierta masividad. El gran problema es utilizar estos libros como manuales de autoayuda –que no lo son– y querer encontrar una solución sin pensar. Esta es una guía para pensarse más, pero cada una tiene que encontrar sus propias elecciones y ver qué es lo que puede acordar con su pareja, sus hijos, sus padres, de una manera que sea real y honesta con su propia vida.

¿Tus ideas de dar más presencia se pueden convertir en un nuevo manual o la verdadera propuesta es una maternidad con más autoconfianza y sin manuales?

–Mis libros no son manuales. Y la culpa –a la que las mujeres somos tan afectas– no sirve para nada: lo único que hace es cerrar las puertas y no permite pensar más allá. El trabajo nunca fue un depredador para el acercamiento emocional y el cuidado de los niños. Una va a trabajar y vuelve. El problema no es ir a trabajar 8 o 10 horas. El problema es volver a casa. ¿Qué hacemos las 14 horas que estamos en casa? ¿Tenemos capacidad emocional para permanecer en una intensidad afectiva que el bebé requiere? Y si no la tenemos, entonces empecemos a averiguar por qué: a dónde podemos ir a buscar ayuda, qué tengo que investigar adentro mío. Pero si yo digo “¡qué culpa!” cerré y no hago nada más. Yo no culpabilizo a nadie, pero somos adultos y tenemos responsabilidad sobre nuestros hijos. Las crisis son oportunidades para indagarnos. Pero en épocas de fast food buscamos demasiadas soluciones rápidas que son truchas.

¿Por qué proponés revalorizar la femineidad?

–En la estructura patriarcal de los últimos cinco mil años conocemos el modelo de nuestras abuelas de mujer sometida, esclava sexual del varón, sin autonomía ni libertad personal y solamente madre. Y luego, de mayo del ’68 en adelante, con el advenimiento del feminismo, la anticoncepción, la libertad, la autonomía y el dinero con una salida al mundo en un modo masculino. El desafío para las próximas generaciones es cómo hacer para encontrar un modelo integrado de ser mujeres, profundamente femeninas, con derecho a vivir la maternidad a pleno, con autonomía, libertad, manejo del dinero y trabajo. Vamos a tener que inventar una manera femenina de circular por los ámbitos públicos. Creo que es una revolución que va a tardar varias generaciones, pero tenemos que empezar a pensarla. Hoy nos resulta difícil porque no tenemos modelos. En este momento, las mujeres escapamos del hecho materno porque en el hecho materno dejamos de existir y nadie desea para su vida la no existencia. Esto no es inherente al ser humano, es inherente al patriarcado y nos va a corresponder a las mujeres encontrar una manera de vivir integradamente.

¿Te sentís parte de los cambios producidos por el feminismo?

–Yo fui feminista de la primera hora en Francia. Y lo hemos hecho bastante bien. Pero ahora las chicas jóvenes no toman como una conquista ir a la facultad y trabajar les resulta evidente. Nadie dice “me voy a casar para tener hijitos”. Eso socialmente ha sido una conquista. Pero quizás es tiempo de pensar más allá. Hoy está sólo valorizada la doncella –para ser consumida por el varón– o la mujer que trabaja –para ser sostenedora de la familia– y luego, cuando no es ni doncella ni proveedora, es descartada. Es algo de la lógica machista que la mujer madura que sabe más del femenino interno sea expulsada y pase a la invisibilidad social justo en el momento en que adquiere mayor sabiduría.

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