VALORES
› Por Aurora Venturini
Lulú ordenó a su mamá: “Mami, sentate en esta sillita que voy a tomar teta. Estoy hambrienta. Te hice caso, saqué diez en la lectura. Ya estudié”.
Mami, muy delgada, en actitud sufrida, se sentó en la sillita. Sacó su pálida teta y la ofreció a la vampiresa, quien empezó con suavidad pero siguió enfervorecida al punto de que la mamá desfalleció unos minutos.
Lulú Juria tomó teta diaria hasta los diez años. A lo largo de estos tiempos, mientras acomodaba la famosa sillita, vociferaba enfurecida: “Ustedes se ríen... pero Lulú toma teta igual. Mamá comentaba con tía Juli que no sabía cómo destetarla. La nena, ya de 12 años, se destetó sola cambiando el pezón materno por un chupete de goma que portaba en su cartera escolar y que de cuando en cuando extraía para chupar lujuriosa. Lulú Juria era cabezona tipo caballuna, sostenía la gran testa un cuellecito fino, a punto de quebrarse.
Pasó el tiempo, y la niña vampiresa cambió un tanto, pero no por eso varió su hábito. Chupete ya no. Ahora succionaba cualquier saliencia o promontorio. Le gustaba el cine acompañada de una amiguita, quien nunca veía cuánto ocurría a su lado entregada totalmente al espectáculo del telón mágico. De ahí que jamás notó que Lulú dirigía su pequeña manecita a la vecindad masculina de turno, y cual si fuera un flautista de orquesta succionaba y resoplaba. No puedo, no debo describir aquí en detalle aquello tan fácil de deducir sobre todo porque el avecinado casi siempre era un doncel. En conocimiento del hábito succionador de la vampiresa, los donceles y no tan donceles revendían la entrada de aquel cine por el doble de su valor asegurando tácitos al comprador que el número vivo significaba tesoro lujurioso para guardar en el cofre de la memoria. A consecuencia de aquel hábito, comprendan, pacientes lectores, se le alargó una trompa, cuyos labios superarían en la actualidad a los labios de Angelina Jolie. Si salía sola, buscaba compañías extraordinarias que, a pesar de ser fuera de lo común, le duraban una única vez, dado que los chupetones alejaban al más atrevido que salía prometiéndose que jamás volvería a acercársele. No conforme con absorber caudalosos ríos de líquido humano, resolvió licuar identidades. Y apropiárselas. Con tal caudal ganó concursos, lides sin par, fama, aplausos y felicitaciones que le excitaban la lujuria. No sólo identidades, siguió con conductas y con bienes raíces. La trompuda, ya en la madurez, chupaba nombres, honras, famas, honores, corazones de pureza innegable y cuanto a su olfato bestial se ofreciera. Dejaba tales huellas al rozar cual dejan las babosas. Cruel, devastadora de la mamá, Lulú, no obstante, murió virgen.
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