Vie 17.04.2009
las12

INTERNACIONALES

¿Nunca es tarde?

El presidente de Paraguay, Fernando Lugo, reconoció que tiene un hijo de casi dos años que fue concebido mientras era obispo de San Pedro. La derecha usa su affaire para atacarlo. Pero también se desnuda el doble discurso de la Iglesia. Y, especialmente, la realidad de una sociedad en donde siete de cada diez chicos son inscriptos, reconocidos, criados y mantenidos sólo por sus madres.

› Por Luciana Peker

El presidente de Paraguay, Fernando Lugo, reconoció legalmente el martes –a través de sus apoderados– a un hijo de casi dos años que nunca había contado que tenía. La decisión la tomó después de la revelación de su paternidad, que fue realizada por la madre del niño, Viviana Carrillo Cañete, de 26 años, una joven con la que Lugo mantuvo un largo romance y que había iniciado un juicio por filiación. Según ella, sus abogados accionaron la demanda sin que ella estuviera de acuerdo (ellos dicen que el gobierno intentó callarla en Semana Santa) pero, como sea, la noticia desató un escándalo político, ético y teológico. Lugo era obispo de San Pedro (una de las regiones más pobres del país) en el momento de la concepción de Guillermo Armindo que el 4 de mayo cumple dos años.

En las repercusiones de la noticia se mezclan los valores arcaicos de la Iglesia –que sigue promoviendo el celibato–, el aprovechamiento para poner en jaque a un gobierno de centroizquierda que le puso fin a seis décadas de poder del conservador Partido Colorado y, también, desnuda el machismo vigente en diversos sectores sociales, incluso, progresistas. El psicólogo Alberto Ilieff, miembro de la Coalición Argentina contra la Trata y Tráfico de Personas (CATW, por sus siglas en inglés) y de Varones por la Equidad opina: “Lugo es simplemente el ejemplo de lo que significa el patriarcado, la exclusión de los derechos de –al menos– la mitad de la población: las mujeres; y mucha/os más si incluimos a los niños y niñas. Quizá lo que moleste es que todo esto aparezca tan claro que no puede ser negado. Yo aventuro que quizá Lugo no podría haber llegado a ese lugar si no conjugara con los principios del patriarcado. No tenemos que olvidar que hasta hace muy poco tiempo el ahora presidente fue obispo de una Iglesia reconocida por su sostenida prédica y práctica patriarcal”.

Frente a la cantidad de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes, es necesario diferenciar claramente en este caso que no hubo violación sino una relación amorosa (aunque sea mal vista por la Iglesia) que no es –ni mucho menos– delito y que en otras religiones está perfectamente incorporada a la vida religiosa, como entre los protestantes. Igualmente, Ilieff diferencia: “Esto no es una historia de amor. No hay amor en la clandestinidad sometida de una mujer y su hijo hasta ahora privado de su derecho a la identidad. No se trata del abandono de los privilegios por reconocer su propia familia y paternidad, sino simplemente de la respuesta a un juicio”.

Sin duda, en el caso de Lugo además de su paternidad se juegan sus antecedentes religiosos. ¿Es una muestra más de la hipocresía eclesiástica? ¿Es una metida de pata que le cobran los sectores más conservadores de la Iglesia? ¿O implica un buen disparador para poner en jaque la hipocresía del celibato? Además del debate religioso, también es cierto que el hijo de Lugo representa una oportunidad mediática para jaquear otras políticas de un presidente que despierta esperanzas en sectores populares. ¿Para qué meterse entonces con la supuesta vida de Lugo o a investigar si tiene novia? ¿Hablar de la obligación de pagar alimentos o darle a un hijo su derecho a la identidad es hacerle el juego a la derecha paparazzi? “El feminismo instauró que lo privado es político, que en el cuerpo de la mujer se juegan tensiones, marcas, y sometimientos de poder. Lo que en este momento se analiza no es un hecho privado, de un hombre y una mujer, sino un acto político”, apunta Ilieff.

“Es un acto de valentía y sinceridad”, lo defendió el obispo católico Mario Melanio Medina. Y el diario Popular tituló complacido: “A lo hecho, huevos”. Sin embargo, el médico psiquiatra Enrique Stola remarca: “El presidente del Paraguay, ex obispo Fernando Lugo, siguió claramente la línea hombre-cura-patriarcado. Sólo cuando fue apretado por la prensa y la posibilidad de haber sido legalmente denunciado reconoció la existencia de un hijo. Está claro que si esta mujer no hubiera puesto sus ovarios sobre la mesa el ex obispo seguiría con sus testículos ocultos”.

Otro dato interesante es que además de inscribir a su hijo en el Registro Civil, Lugo anunció que tendrá que volver a pedir la mitad del sueldo presidencial (al que había renunciado) para pasarle alimentos a su hijo. En Paraguay, siete de cada diez chicos sólo son anotados por parte de su madre, así que por más que la genética ya pueda identificar fácilmente la paternidad a través del ADN (un trámite carísimo para la mayoría de las mujeres paraguayas, el equivalente a 5 mil pesos argentinos), la necesidad de que los varones se hagan cargo de mantener, cuidar y criar a sus hijos es una deuda –y un delito– latente. Marta Alanis, de Católicas por el Derecho a Decidir, equilibra una mirada en la que no nubla las virtudes de Lugo y tampoco tapa el error de asumir su paternidad antes de que la mujer tuviera que reclamar por los derechos de su hijo: “Estuve en Paraguay hace poco más de un año, recorrí el departamento de San Pedro, pude palpar y oler la esperanza de la gente –las mujeres, los movimientos campesinos– antes de que Lugo llegara a ser presidente. Y esto me duele tanto como si fuera paraguaya”.

Fuera de toda ingenuidad, la revelación de su paternidad le sirve a la derecha como carne de cañón. “Espero que el voto de pobreza que hizo Lugo no vaya de la mano con su voto de castidad porque ahí sí que estamos fritos”, lo vapuleó el diputado Carlos María Soler, del partido de centroderecha Patria Querida. Alanis lo lamenta, pero replica que tampoco se puede hacer la vista gorda porque el hombre de guayaberas o cuello mao genere simpatías: “Si es una maniobra para desprestigiarlo, es horrible para el proceso en Paraguay, pero él les dio la jugada servida. La derecha siempre está atenta a las debilidades de sus opositores y las sabe manejar muy bien, sólo la coherencia nos puede salvar del descrédito. Es una pena que no haya tenido la valentía de reconocer a su hijo en el momento oportuno”.

EL 70% DE LOS CHICOS PARAGUAYOS NO SON RECONOCIDOS POR SUS PADRES

“La mayoría de las madres concurren solas a anotar a sus hijos porque los padres viajaron o se niegan a reconocer a sus hijos”, relató el director del Registro Civil Oscar Víctor Benítez a la radio 780 AM. La deserción de las responsabilidades paternas y del derecho de los niños/as a su identidad es masiva ya que, según datos de la entidad, siete de cada diez bebés se inscriben con el apellido –en realidad, los dos apellidos– de la madre para que no sufran discriminación en un país donde los chicos/as tienen que tener un apellido materno y otro paterno. La historia de la cultura popular paraguaya dice, en esos susurros que se convierten en verdades al viento, que la necesidad de varones provocada por la Guerra del Paraguay generó legitimidad para que los sacerdotes pongan su cuota en la reproducción patriótica. Pero el affaire de Lugo tal vez sirva para promover que los sacerdotes –y todos los varones– pongan algo más.

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