Vie 05.06.2009
las12

ANNE CHAPMAN

Cantos desde los confines

Simultáneamente, la antropóloga Anne Chapman publicó su último libro en español –Darwin en Tierra del Fuego, Emecé– e inauguró una muestra de sus retratos a los últimos selk’nam, habitantes originarios de esa zona a la que se suele llamar el fin del mundo, dos pruebas de la riqueza de una cultura aniquilada por la violencia y las enfermedades que llegaron a ese confín desde Europa y que esta mujer no deja de reivindicar. Y de añorar.

› Por Verónica Engler

Está ocupadísima corrigiendo uno de los capítulos de una monumental obra sobre los yaganes (o yámanas) que habitaron Tierra del Fuego por miles de años, hasta que la invasión occidental y cristiana del siglo XIX comenzó a diezmar la población. La antropóloga franco-estadounidense Anne Chapman reniega porque no logra ponerse de acuerdo con el corrector del libro –titulado European encounters with yaghan people of Cape Horn before and after Darwin–, que será editado por la Universidad de Cambridge (Inglaterra) en breve. Con la corrección y la escritura continuará en París la semana que viene, cuando arribe a su segundo hogar para pasar una temporada más cálida que la de Buenos Aires. Chapman eligió estas dos grandes ciudades para afincarse después de haber trajinado por años los más variados territorios en busca de saber y experiencias.

En el living de su departamento del barrio de Belgrano impera una foto en la que asoma el rostro de una mujer de piel oscura y curtida por los años y el frío, enmarcado por el cabello entrecano y con una mirada que se intuye vivaz pero cansada. La fotografiada es Lola Kiepja, una de las últimas integrantes de la etnia selk’nam (u ona), original de Tierra del Fuego, como los alacalufes (o kawéskar) y los haush, además de los yaganes. La imagen es de 1966, poco antes de que Kiepja muriera, a sus 90 años. La que estaba detrás de cámara era la propia Chapman, quien comenzó a visitar a su entrañable informante dos años antes, para conocer lo que esta mujer sabía de esa cultura milenaria que se extinguía con ella. El retrato de Kiepja es uno de los que se pueden ver por estos días en la Biblioteca Nacional, en la muestra “El fin de un mundo. Retrato de los selk’nam”.

“Lola era excepcional. A pesar de las grandes tragedias de su vida, de que había perdido a sus doce hijos, ella se ponía alegre conmigo al recordar y cuando cantaba”, rememora esta antropóloga que ya lleva más de medio siglo en este métier. En uno de sus escritos, en los que se refiere a Kiepja, comenta: “Yo disfrutaba estar con ella, por eso cualquier cosa que decía resultaba interesante para mí. Yo iba seguido a verla sin haber planeado tomar notas o interrogarla acerca de los selk’nam. Me sentía aliviada de verla feliz. Yo también me sentía feliz de estar con ella, tal vez porque nada acerca de ella era superfluo”.

Luego de la muerte de Kiepja, Chapman volvió a Tierra del Fuego suponiendo que su tarea quedaría trunca, sin poder traducir los cantos que había grabado. Sin embargo, se encontró con Angela Loij –de la que también se pueden ver fotos en la muestra–, una mujer selk’nam que se había criado en una estancia en la que su padre trabajaba como peón, pero que todavía mantenía intacta su lengua originaria y las memorias de ritos y ceremonias en los que había participado. Loij, entonces, fue clave para que Anita, como la llamaba a Chapman, pudiera continuar el trabajo que había iniciado.

Entre sus numerosas publicaciones sobre el tema figuran: Drama and Power in a hunting society – The selk’nam of Tierra del Fuego, Los selk’nam. La vida de los onas, El fin de un mundo, Hain: Selk’nam Initiation Ceremony. Además de los documentales “Vida y muerte en la Tierra del Fuego: los onas” –codirigido con Ana Montes– y H”omage to the Yaghans: the Last Indians of Tierra del Fuego and Cape Horn”, finalista a comienzos de los ‘90 en el Festival de Nueva York.

Interrogada sobre sus labores, Chapman aclara que la antropología para ella no es un trabajo sino una vocación que se inició a poco de su llegada a México, en la década del ‘40. La simpatía y el interés hacia las personas indígenas de ese país la condujeron directo a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, creada hacía poco por el alemán Paul Kirchhoff.

Kirchhoff, justamente, es uno de los maestros que Chapman reconoce en su linaje antropológico, además de otros titanes de esta disciplina como Karl Polanyi –con quien trabajó en la Universidad de Columbia, Nueva York, en donde realizó uno de sus doctorados– o Claude Lévi Strauss –quien dirigió sus investigaciones en el Centre National de la Recherche Scientifique, en París, y la apoyó para que viniera al sur del mundo a escuchar lo que tenía para contarle Lola Kiepja–. “Yo tuve la suerte de poder escoger lo que realmente quería hacer y ganarme la vida de esta manera y no con un trabajo que me fuera impuesto por las circunstancias de la vida”, comenta al tiempo que enciende el primero de los cigarrillos que fumará durante la charla.

Otras dos grandes influencias que reconoce en su formación y en la manera de ejercer su vocación son las del arqueólogo estadounidense William Duncan Strong y la del mexicano Alfonso Villa Rojas, de quienes aprendió, sobre todo, los menesteres del trabajo de campo.

Los pequeños ojos de Chapman brillan como dos zafiros que se apagan cada vez que ella baja sus párpados concentrada para responder alguna pregunta. “La antropología tiene dos aspectos que a mí me interesan –cuenta con una característica voz grave y muy suave, que sintoniza un castellano con acento de ultramar–. Por un lado, está la parte puramente de contacto personal con la gente indígena, o con la gente en la calle, o con los campesinos, con cualquier persona en cierto sentido, pero más con la gente indígena que tiene ese atractivo cultural, porque no es familiar, no es lo propio mío. Por otra parte, está el tratar de comprender qué es la sociedad humana desde un punto de vista teórico.”

En el catálogo de El fin de un mundo. Retrato de los selk’nam, el director de la Biblioteca Nacional, el sociólogo Horacio González, señala: “Del cuaderno de anotaciones del etnólogo podrán salir estudios sobre ritos, canciones y sacrificios, pero principalmente surge de allí el sentimiento de que hay una irresoluble congoja en estas remotas bellezas salvajes, pues marchan hacia el confín, el borde final, donde alguien pronuncia una palabra postrera, intraducible. La historia de la antropóloga Anne Chapman y la de Lola Kiepja, la última voz de la etnia selk’´nam que escuchara el universo, excede los propósitos de una investigación de las ciencias humanas y se convierte en un relato sobre el fondo irredento de lo humano, con sus notas de crueldad y oscuro lirismo”.

Chapman reconoce el sentimiento de “congoja”, pero el día de la presentación de la muestra su discurso se centró en rescatar los aspectos creativos de este pueblo extinto. “Es un tema difícil, porque si a uno le toca trabajar entre las últimas personas que quedan de un grupo, uno se da cuenta de por qué ya no existen más. Y el porqué de esa desaparición es siempre un tipo de tragedia, de drama. En el caso de los indígenas de Tierra del Fuego, fue mayormente por las enfermedades, las epidemias traídas de Europa. Pero los selk’nam también fueron matados a propósito, en una especie de genocidio de parte de los grandes terratenientes, estancieros, tanto en la parte de Chile como en la de Argentina, en los últimos veinte años del siglo XIX. Eso no se puede negar, al contrario, hay que hacerlo conocer y tratar de comprenderlo, para que no se repita la historia. Pero, por otra parte, con mi experiencia personal, que tuve la suerte de conocer a Lola Kiepja, y también con la lectura de la obra de (el sacerdote y etnólogo alemán) Martín Gusinde, que estuvo en Tierra del Fuego entre 1919 y 1923, me puedo dar cuenta de los momentos de felicidad en la vida de ellos, sobre todo durante las grandes ceremonias, como el Hain (un ritual de iniciación para los jóvenes, que podía durar varios meses).”

Gusinde fue pionero en el estudio de los habitantes originales de la isla. Escribió una obra voluminosa que todavía es señera en la materia. El fue el único blanco que asistió a una ceremonia completa del Hain, en la que registró imágenes fabulosas que también se exhiben en la muestra de la Biblioteca Nacional. “Hay muchas otras cosas impresionantes de la manera de vivir de los selk’nam, además de la gran ceremonia –señala Chapman–. Está el fenómeno del chamanismo, que es absolutamente fascinante. Y hay otra cuestión que es aún más fundamental, que es cómo ellos lograron no solamente sobrevivir sino vivir bien en su ambiente. Por ejemplo, los selk’nam eran muy diestros con el arco y la flecha. Pero no era cualquier arco, sino uno muy grande. Y la punta de flecha era hecha con mucho cuidado. Los hombres jóvenes, porque solamente los varones manejaban el arco y la flecha, tenían que entrenarse durante varios años para ser expertos en el manejo de ese arte.”

En Darwin en Tierra del Fuego (Emecé), de reciente re-edición, Chapman reconoce que para ella también, al igual que para Gusinde, predomina lo positivo en relación a la visión que se tiene sobre los grupos indígenas de la isla. En el libro señala: “El punto era que los fueguinos, como cazadores/recolectores, no eran ‘salvajes’ azotados por la pobreza en las afueras de los límites de la civilización. Contaban con sociedades relativamente bien balanceadas, de las cuales hay mucho por aprender, incluso hoy en día, por ejemplo para comparar la sociedad yagán con un esquema general o modelo de nuestra sociedad industrial”.

En este libro que escribió sobre Darwin, usted focaliza en la relación que estableció él con los nativos fueguinos, con los yaganes en particular, y hace hincapié en el hecho de que Darwin no era racista, sino que estaba acorde con la visión predominante de la época que era la del progreso cultural, lo que lo hacía tener una visión despectiva hacia los indígenas.

–Sí, eso es cierto. Darwin estaba horrorizado pensando que eran caníbales, que corrían detrás de las mujeres de edad, las abuelas, y las atrapaban para cortarlas en pedazos y comerlas. Eso lo horrorizaba, y él no sabía que eso era cuento, que no era cierto, y que las personas jóvenes que le contaron eso lo hicieron como una burla, pero Darwin lo tomó en serio, como Fitz Roy (capitán del Beagle, en el que Darwin adquirió los datos y observaciones necesarias para elaborar su Teoría de la evolución). Eso fue el gran error.

Sin embargo, usted destaca que para esa época había personas que tenían otro tipo de mentalidad, como James Weddell o William Henry Webster, también viajeros provenientes de Europa, que no pensaban que los fueguinos podían pertenecer a una escala inferior de humanidad.

–Claro, uno no siempre es víctima del medio intelectual en el que vive, hay gente que sobrepasa eso.

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