Vie 17.01.2003
las12

PERFILES

La compañera Beba

Tiene 78 años, y más de medio siglo de activa militancia peronista. Clementina Florencia Gil fue censista en la Patagonia en el '49, cuando todavía nadie sabía cuántas mujeres poblaban la Argentina y el flamante voto femenino hacía necesario el sondeo. También fue espía, aunque lo niegue.

Por Sonia Santoro

Dice que Eva Perón era un ser superior. Dice que cuando Juan Domingo Perón le pedía algo su orden no se discutía. Dice que en el exilio Cámpora almorzaba en su casa. Que dejó Chile peleada con Augusto Pinochet porque no cabían los dos en el mismo país. Que fue enemiga de Salvador Allende hasta que él entendió lo que era ser peronista. Fue subdelegada censista de mujeres en la Patagonia después de la sanción de la ley de voto femenino. Desde Chile –y aunque lo niegue– fue espía de Perón. Organizó y llegó a ser presidenta subrogante del Partido Femenino Chileno. Enérgica aún a sus 78 años, Clementina Florencia Gil, más conocida como Beba, representa tal vez como pocos (vivos) a una peronista de la primera hora, de las de Perón, o mejor, de las de Eva. Su historia es también la del movimiento, desde bien adentro.
Beba tomó contacto con el peronismo en 1943. En su casa se hablaba de peronismo. Era una muchacha de 18 años que terminaba el colegio y empezaba a trabajar. "O se casaban inmediatamente o se ponían a trabajar, ese era el destino de las mujeres de entonces", cuenta. Trabajaba en una casa de encomiendas cuando llegó el histórico octubre de 1945. "Nos debían pagar el 12 de octubre porque por decreto era no laborable. El 15 nos pagaron la quincena y nos dijeron que fuéramos a cobrarle a Perón el 12 de octubre, eso pasó en todo el país con todos los empresarios. Nos revelamos y salimos a la calle el 17 de octubre", cuenta.
–¿Cómo fue ese día en la plaza?
–Ese día fue muy caluroso. Eran las 9 y cuarto de la mañana y me paré en la esquina de Perú y Avenida de Mayo frente al Banco de Boston, que lo cerraron. Cuando íbamos llegando empezaron a cerrar las puertas de todos los negocios. La policía venía a caballo pidiendo que despejáramos la calle, llegó un momento que éramos tantos que nos sentamos ahí, no iban a pasar sobre nosotros con los caballos. Además, de lejos, los muchachos de los sindicatos les ponían bolitas en la calle y los caballos no alcanzaban a meterse, se caían. Esa era picardía sindicalista, nosotros no la conocíamos. Lo único que decíamos, con una actitud medio gandhiana, era "no violencia" pero sí firmeza, no nos movemos hasta que no salga el coronel.
Desde entonces se enroló en el "movimiento" y empezó a trabajar en el barrio. Vivía en San Martín, ya estaba casada y esperaba un bebé.
Se reunían en casa de una u otra persona y enseñaban a leer, a coser, a cortar el pelo.
Cuando Eva Duarte se casó con Perón, Beba se puso contenta: se casaba un militar con una mujer del pueblo. "Nosotros la encontrábamos bonita, elegante, muy joven. Se mantenía a través de la radio haciendo 'Mujeres famosas' con una fogosidad interior que te transmitía", dice Beba, mirando hacia algún lugar de su recuerdo, detrás de unos anteojos de carey que no alcanzan a ocultar algo de emoción. Su memoria, precisa, guía su relato por cada uno de los días y los lugares claves de la historia del peronismo. "Una vez que el peronismo ganó y el 4 de junio tomó el poder,Eva empezó a decir por radio que quería que las mujeres se juntaran, que hicieran acción social. Y empezábamos a seguirla. Empezaron las clases de Perón y ella en la Escuela Superior Peronista, en la calle San Martín al 600. Ella contaba la historia de Perón, la de ella y lo que querían para la Argentina. Y explicaba con palabras muy simples cuáles eran los principios filosóficos que aplicábamos como doctrina en el accionar diario."
Beba dice que en esas clases, en esos salones abarrotados, sobrevolaba la sensación de estar frente a un ser superior, que las maravillaba por la fogosidad con que les hablaba. "Ella nos decía que no perdiéramos el rol femenino y que no pensáramos que la política era para estar sirviendo al varón. No quiero que ustedes hagan la política de comité, nos dijo, y ahí se crean las unidades básicas femeninas", cuenta.
En septiembre de 1947, Eva "invita" a las mujeres a ir a la plaza del Congreso para lograr la sanción de la ley de voto femenino. "Había una oposición que hacía unos discursos kilométricos, decía que teníamos las ideas cortas y el pelo largo, que íbamos a votar de acuerdo con lo que quisiera el cura o el marido", recuerda Beba.
Fueron cuatro días de ocupar la plaza. "Llegábamos tipo once y media. Al mediodía pasaban unos carritos, nos daban una sandwich de mortadela y una Bilz, una gaseosa chiquitita. Y estábamos ahí gritando y saltando hasta las seis de la tarde. A esa hora íbamos otra vez caminando a Retiro, tomábamos el tren y cada una iba para su casa. Al cuarto día, pedí permiso para ir al toilette del Congreso. En ese mismo momento, Eva Perón llegaba a decir que se terminaran los discursos y se votara. Y cuando salí del baño, iba saliendo Eva Perón. Entonces, le di la mano y le dije 'señora, yo soy una de las que está ahí afuera'. Me dijo 'hija, ya se votó, ya tienen el voto'. Bajamos en el ascensor los tres pisos juntas. Yo le miraba los ojos, esa profundidad, la sonrisa, el blanco de su piel. Yo estaba sobrecogida de su presencia porque se imponía."
La próxima tarea partidaria fue preparar un censo femenino. "Hasta 1949 no se sabía cuántas mujeres había en este país porque no votaban. Sobre todo en el interior, no inscribían a las chicas hasta que no llegaban al colegio, si las mandaban al colegio. Pero a los chicos cuando nacían había obligación de inscribirlos porque hacían el servicio militar a los 18", explica. La prueba piloto de aquel censo la hizo en La Boca, donde las mujeres se encontraron con todo tipo de inconvenientes: gente que les tiraban los perros encima, otra que las orinaban; maridos que las echaban diciendo que en esa casa sólo mandaban ellos.
El paso siguiente fue viajar a Santa Cruz a hacer el censo. El viaje generó una discusión con su marido que derivó en la separación: él no le daba un permiso que ella no estaba pidiendo. "Primero la patria, después el movimiento, después los hombres", repite hoy, riendo de algo que considera muy serio. Pero Beba no era la única. "Eramos cientos de mujeres que nos juntábamos y nos decíamos 'yo me vine enojada con mi papá y mamá; mis hermanos no me quieren ver más', cada una tenía un problema. Lo más corriente era que dijeran 'sos una atorranta, cómo te vas a ir de la casa' porque la mujer era de la casa", cuenta.
En el año 50', cuenta, la mandaron a Punta Arenas, Chile. "Queremos que vaya y nos diga qué sentimientos tiene el pueblo de Chile con respecto al general (Carlos) Ibáñez (del Campo). Vaya, se presenta al cónsul, le va a presentar a varios amigos chilenos. Usted va a hacer una vida de familia, de amistad, lo único que le pedimos es que se haga amiga de la gente y le pregunte qué ve", dice que le instruyeron. El presidente chileno era el radical Gabriel González Videla. Ibáñez del Campo, de similar ideología que Perón, intentaba ocupar el sillón de presidente. Beba dice que esto no es hacer espionaje. Pero el Congreso chileno no pensó lo mismo. En el '55, caído Perón, investigó las infiltraciones peronistas y llegó a laconclusión de que, entre otros, Beba había hecho tareas de espionaje para el gobierno argentino. "El presidente de la comisión investigadora era Salvador Allende, después fuimos amigos. El me decía 'sos como un niño recién nacido, no querés ni al marxismo ni al capitalismo" porque yo le decía que era peronista. Después él vino a la asunción de (Héctor) Cámpora, así que terminó entendiendo qué era el justicialismo", cuenta.
En un viaje de Punta Arenas a Santiago, su próximo destino, conoció a María de la Cruz, dirigente femenina chilena que más tarde se uniría a Ibáñez del Campo. Recorrió el país con ellos en la campaña presidencial. Y la ayudó a armar el partido femenino chileno a imagen y semejanza del argentino. "Yo daba cuenta de lo que hacía una vez por mes al embajador y a Néstor Lima, el secretario de Cultura". Más tarde llegaría a ser presidenta subrogante del Partido Femenino Chileno.
Después de la muerte de Evita no tenía mucho que hacer en Argentina. Pero sí en Chile, donde acababa de asumir Ibáñez del Campo. En 1953, Perón viajó a Chile con Delia Parodi, Magdalena Alvarez y Leticia Merlo, dirigentes de primera línea. Y le dijo a Beba que volviera. "Había una lucha muy frontal entre los peronistas y los no peronistas. Allá decían que Perón se quería quedar con Chile, que era imperialista, que era un dictador. Pero cuando estuvo Perón allá el pueblo se volvió loco; llevó por primera vez la televisión a Chile, la puso en las plazas para que el pueblo la conociera."
Pero después de algunas idas y vueltas, ella se quedó trabajando para Ibáñez del Campo. Siguió en contacto con Perón hasta 1955. Cuando lo derrocaron "invadieron mi casa en San Martín; tuvieron a mi madre, a mi hermana y a mi padrastro al maltraer exigiéndoles que yo volviera, y yo no iba a volver, tonta no soy". Se quedó en Chile hasta el '75, cuando se fue "peleada con Pinochet, no cabíamos los dos en Chile. Me fueron a buscar un día a mi casa y me llevaron detenida, estuve un año, entre el 73 y el 74, en la cárcel de mujeres con 250 personas más. Mi familia se enteró y fue a hablar con Cámpora, que durante su exilio iba a comer a mi casa. Y me sacaron".
–¿Cómo fue el trato en la cárcel?
–Los primeros 13 días fueron muy difíciles, mucha tortura, mucho golpe, mucho insulto, mucha falta de comida y de agua. Querían que yo dijera que era marxista, y yo decía que era justicialista. Y claro, la policía militar no entiende mucho de ideología. Cualquiera era marxista en ese momento. Pensaba que me podían desaparecer, sabíamos que había mucha gente desaparecida.
Cuando volvió a la Argentina, el 5 de octubre de 1975, estaba muy enferma. Le habían dado un mal golpe en un ovario y se le había formado un tumor. "Yo le dije a mi mamá y a gente amiga, acá se viene la misma que en Chile. Faltaba lo mismo que allá, no había papel higiénico, no había pan, no había Colgate, no había aceite. El sistema para derrocar un gobierno popular era exactamente lo mismo. Y después, la persecución igual. Como yo no actué desde que llegué en octubre hasta marzo, que fue el golpe, yo no aparecía en ninguna parte. Pero después de marzo, me junté con las mujeres exiladas chilenas y empezamos a armarle la guerra a Pinochet acá", dice.
De ahí en más siempre militó. "Y sigo trabajando en el peronismo pero no en el pejodismo, porque me parece que aquellos compañeros que transformaron el movimiento en un partidito donde hay luchas personales, se equivocaron, no leyeron bien la doctrina." Lo dice todo con esos enérgicos labios pintados de rojo, que más de una vez habrán sembrado temor. Delgada, enfundada en un trajecito lila y una camisa floreada, cruza y descruza las manos huesudas sobre el escritorio, inquieta. A veces se ríe de las viejas épocas. Y otras mira al aire, al recuerdo, o quizás la Evita joven, con el pelo al viento, que muestra un cuadro en la pared. "Esa es la Evita que a mi me gusta", dirá. Seguramente parecida a aquellaBeba que no pudo imaginarse jamás que salir a aquella plaza el 17 de octubre cambiaría su vida para siempre.

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