TEATRO
Es inevitable, la multimediática obra del español Diego Casado Rubio, indaga sobre el dolor de la pérdida y el amor, sobre los estrechos vínculos entre risa y llanto.
El llanto como leitmotiv abre Es inevitable, un tratado sobre el amor de a dos, el luto y la línea que separa la vida de su paso siguiente... el que viene con guadaña. Escrita y dirigida por el madrileño Diego Casado Rubio, la obra rescata todos los temas que dan sentido al mundo privado (y compartido) de una media naranja: la viuda sin derechos.
Muere su pareja y le reza a un dios que —en parámetros cristianos— siempre la verá como pecadora. Entre oración y pensamiento, ella lo sabe: “Nos interrumpieron el beso amor, nos lo interrumpieron. Por qué, por qué, por qué. Padre Nuestro, por qué, el amor por qué, nos lo interrumpieron, por qué, María Madre Nuestra, por qué en la vida, por qué. Purísima, Santificada, llena eres de Gracia y bendita tú y entre todas las mujeres, tú. María, Santa, Madre de Dios, ¡Santa!, María Madre, María de Dios. Ruega por nosotros. Pecadores. Por nosotras, pecadoras. Ruega, por Dios, ¡ruega! ¡Pecadora!”.
El grito final corona el desconsuelo... Porque el lesbianismo tiene triple condena: para los otros, será “la amiga” de la difunta; para la ley, la falta de firma en líneas punteadas la dejará sin derechos; para el rosario católico y la ¿santa? iglesia que evoca, su elección de amor debe ser vapuleada.
Con esa hostilidad —acompañada de muerte—, Rosa (interpretada sentida y espléndidamente por Estela Garelli) pasará por los distintos momentos de su estado (y de la obra): el dolor, el enojo, los (buenos y malos) recuerdos, todo ese cariño y la alegría del tiempo compartido, de que el amor siga aunque el tiempo se acabe. “Si uno no puede mirar a la muerte a los ojos, vive con miedo”, asegura la actriz, que junto a Patrizia Alonso (su Carmen) y Lorena Viterbo (Menchu, la hija de la fallecida) construyen situaciones que hablan de temas que importan sin bajar línea, abriendo preguntas.
Quizá por eso el primer monólogo sea engañoso. Al no saber el público a quién le llora la protagonista, se entorna una puertita: “Cuidamos el secreto para que la gente se identifique con un sufrimiento que es igual para todos. Pero ya es hora de abrir el cajón antes para que la gente sepa que es una obra necesaria, que habla de la sensibilidad femenina, del amor que trasciende, de la problemática de géneros, de la igualdad de derechos. Hay que decirlo así”, explica Garelli que, después de 13 años sin trabajar, volvió a la actuación el año pasado con Una sola, sobre la multiplicidad de las madres.
Con Es inevitable, su segunda obra después del parate, se le presentó la duda de poder ponerle el cuerpo a Rosa: “Cuando empecé a ensayar, hacía un año que mis papás habían muerto, venía de un situación de pérdida familiar muy fuerte. Le dije a mi analista: no voy a poder. Pero, Diego es un ser paciente, con un corazón gigante. Y yo soy muy perseverante”, cuenta. Incluso tuvo que aprender a rezar: “¡Hasta eso me tuvo que enseñar! Contrató una actriz budista para hacer de devota cristiana. Igual, la religión en la obra después diluye y Rosa se instala en otro lugar. Es su proceso”.
Con algo de danza y música que acompaña (bien) la inevitabilidad del amor, de la vida y —lamentablemente— del prejuicio, la obra apunta al universal y a explorar tres femeninos (cada personaje aporta su granito de arena con la complejidad que corresponde). El juego de palabras final así lo muestra, cuando el trío exhibe cómo socialmente está el empeño en “que todo lo femenino sea oscuro, sucio”, en palabras de Garelli. Y la actriz ejemplifica: “Si es varón, es Don Juan, galán, seductor. Si es mujer, es Doña Juana... y está con la escobita”.
Si se pasa a femenino perro, zorro, atorrante, callejero, la respuesta es la misma. “Siempre somos putas ¿viste?”, dirá Carmen, la muerta, la querida, la que abandona pero —casi como un fantasma— se hace presencia. Así lo dice Es inevitable, con afán de poner sobre el tapete temáticas que hay que decir en voz alta, sin generar recetas.
Es Inevitable: Todos los domingos a las 20.30 hs en La Carbonera,
Balcarce 998. Entradas $ 30. Estudiantes y jubilados $ 20.
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