TEATRO
La princesa locamente enamorada que apuesta el todo por el todo y se torna una vengadora sin límites cuando es traicionada ha fascinado a dramaturgos y poetas, cineastas y compositores, coreógrafos y artistas plásticos a lo largo del tiempo. El jueves próximo, Medea, la heroína que osó poner la pasión por delante de la razón, regresa al teatro San Martín, encarnada por Cristina Banegas. Y en el significativo rol de la nodriza, la gran Tina Serrano.
› Por Moira Soto
Si la escena es el refugio de la gente demasiado hermosa, como quería Oscar Wilde, hace rato que Tina Serrano está a salvo. Aunque pasen temporadas en las que se haga sentir su ausencia sobre las tablas, el teatro sigue siendo su espacio como docente, a veces como directora. Magnífica actriz, ella puede hacer con propiedad a Peter Handke, a Thomas Bernhard, y de pronto enviciar con fruición una tira tan recordable como Resistiré, para luego ir a morirse interpretando a una terrible señora celestinesca en el escenario del Cervantes (Las sacrificadas, de Horacio Quiroga, una vez más bajo la dirección del tan añorado maestro Roberto Villanueva). Desde el próximo jueves 20, Tina Serrano será la fiel, comprensiva y sensata nodriza de la legendaria princesa hechicera, en las representaciones de Medea que se ofrecerán en el San Martín. Esta nueva versión de la tragedia de Eurípides, firmada por Lucila Pagliai y Cristina Banegas, está dirigida por Pompeyo Camps. Encabezan el elenco la propia Banegas, Daniel Fanego, Héctor Bidonde, Analía Couceyro y Pochi Duchase. La escenografía es de Juan José Cambre y el vestuario de Mini Zuccheri.
Mina de oro de la mitología griega, Medea ha dado materia prima de primera a incontables adaptaciones a través de piezas teatrales, literarias, cinematográficas, operísticas, danzadas. La nieta del Sol y de la maga Circe –un parentesco cambiante según las versiones, lo que no se discute es que Medea fue una discípula aplicadísima en la asignatura hechicería– inspiró una de las tragedias de Eurípides, también algunos cantos del poeta helenístico Apolonio, luego –ya en los albores de nuestra era– al romano Séneca y unos siglos más tarde, en el XVII, al francés Pierre Corneille.
La mujer que, fulminada por un coup de foudre, ayudó con ungüentos mágicos a su amado Jasón a obtener el vellocino de oro, no sin cargarse un par de escollos (su propio hermano Apsirto y el tirano Pelias, ambos descuartizados) y que ya casada y con hijos emprende tremebunda venganza, dio origen a varias óperas: entre ellas, las Medea de Marc-Antoine Charpentier (fines del XVII, existe gran versión de Les Arts Florissants) y de Luigi Cherubini (de 1793, que hizo fulgurar en 1953 Maria Callas, quien no pudo desprenderse de la ardiente bruja y la cantó hasta 1962, en su última aparición en La Scala). Darius Milhaud dio a conocer su Medea en 1939, Pascale Dusapin la suya (1992), y en 1996, Rolf Libermann estrena Sentencia absolutoria de Medea, en Hamburgo, con libreto de acentos feministas puestos por la escritora Ursula Haas, merced a situaciones francamente innovadoras: un aborto en lugar de infanticidio, una escapada homosexual de Jasón con ¡Creonte!
Más conocidas quizá resulten las versiones fílmicas de Pier Paolo Pasolini (1969, con la espléndida Callas), de Lars von Trier (1987, para TV), de Arturo Ripstein (Así es la vida, 2000, libremente tomada de Séneca). También existen algunas subversiones que rozan la célebre tragedia, como es el caso de The Dying Gaul (2005), un provocativo film de Craig Lucas pasado reiteradamente por el cable que trae la historia a época actual: un productor casado, con dos niños, tiene una intensa relación clandestina con un guionista gay, la mujer (Patricia Clarkson) descubre el engaño y se manda una vendetta digna de una princesa de Cólquide.
Asimismo, Medea ha nutrido con sus arrebatos diversos ballets, entre lo más notables, los de Martha Graham y John Butler, con música de Samuel Barber. Entre los vistos localmente, M.E.D.E.A. (en 2002) coreografía sobre Medeamaterial, de Heine Muller, y la creación de Mauricio Wainrot para el Ballet Contemporáneo del San Martín (2005). Entre tanta transposición, no ha faltado una pieza adaptada para chicos (a partir de 8 años) de la dramaturga y cineasta sueca Suzanne Osten, Los hijos de Medea, estrenada en Buenos Aires en 2002. Otra feminista, la alemana Christa Wolf, publicó en 1996 Las voces de Medea, describiendo a la protagonista como víctima de la xenofobia, cuyos críos son asesinados por el prejuicioso gentío que odia a la extranjera casada con Jasón, un aventurero de cuarta manejado por políticos sin escrúpulos.
“El teatro es lo que he elegido, he tratado de aprender algo, a veces creo que sé hacer algunas cosas”, dice con la sencillez campechana que la identifica Tina Serrano, mientras sus gatos Jagger –el más mimoso– y Lennon (“son gente del rocanrol”) rondan la escena de la entrevista. “Me resulta muy poético este oficio, es siempre un salto tan grande al vacío, el peligro es lo que hace interesante que una se suba ahí. Si no, para mí no tendría sentido, me resguardaría de todas esas zozobras, incertidumbres.”
–Y sí, no estaban del todo errados, es algo que puede pasar. A mí me ha sucedido alguna vez hace tiempo esto de estar tan tomada por el personaje que seguía haciéndolo fuera del escenario. Ya no, desde luego, pero no bien termina la función, si vos me agarrás ahí, a los pocos minutos, yo todavía no estoy, respondo a un comentario, a un abrazo por reflejo. Es que se trata de un oficio muy mediúmnico: estás atravesada por el personaje, respirás de otra manera, colocás la voz, te ponés en una nota que no es tu registro cotidiano. Algo semejante a lo que les pasa a los cantantes líricos, que habitan otra dimensión. Es lo que te sucede en escena si estás jugada, si el texto y la puesta lo ameritan: creo que algo te baja, te trasciende. Ese es el miedo y el misterio, por más técnica que tengas.
–En Las sacrificadas, una experiencia muy pero muy fuerte. Salía recolgada después de la función, tardé en volver a hacer teatro, tan tremendo fue. La obra misma no aflojaba un minuto, estaba todo puesto en mi personaje. Una pieza rara de Quiroga, uno de esos autores que nadie toca, con un lenguaje de los años ‘20, ‘30 que Roberto Villanueva no tocó para nada.
–En Eurípides es la que inaugura la obra, la que la hace arrancar. Es el único referente que tiene la extranjera Medea en esa tierra. Ella ha acompañado lealmente a su ama a través de mares y tierras, sabe todo sobre Medea. También es como el anciano de la tribu que ve más allá. Siente mucha preocupación por los hijos de Medea y está indignada con Jasón, lo califica severamente.
–Sí, es notable ese pensamiento sobre las relaciones que se podían dar entre los esclavos: mejor vivir entre iguales, hace esa distinción tan moderna. Bueno, en muchos sentidos, Eurípides es el más moderno de todos los griegos, el más humano en el trazado de sus personajes.
–De los de abajo, sin duda. Es alguien que ha afinado su mirada, una observadora que saca sus propias conclusiones, una persona muy inteligente desde un lugar de humildad, de aceptación de su destino. Tiene ese conocimiento directo, certero y profundo que se suele llamar intuición en las mujeres. Si bien se angustia por las acciones que puede realizar Medea, no la juzga. Se podría decir que hay en ella una cierta solidaridad de género, comprende los motivos de Medea, se identifica con ella en su furia, sabiendo que es capaz de llegar a lo más atroz, a lo más extremo en su venganza; de vos, Jasón, no va a quedar nada de nada.
–Jugadísima la princesa. Más jugada, imposible. No por nada la fascinación que genera Medea es universal y atemporal. A mí ella me parece una salvaje, muy hechicera en doble sentido, juega distintos roles para lograr sus objetivos. Peligrosísima cuando está enojada con motivos. Ella se entregó incondicionalmente a ese amor, renunció a todo, cometió actos tremendos, y la traición la toma por sorpresa. Viene entregando mucho y no se la puede bancar. Además, Jasón no sólo le es infiel sino que su relación con Creusa es interesada. Creo que se trata de situaciones muy humanas que no han perdido vigencia. Por cierto, Medea no es lineal, está llena de facetas, tiene contradicciones, está en pugna consigo misma. No es que no sufra intensamente al matar a sus hijos. Esta es una obra que dice claramente cosas sobre la injusta condición de la mujer en aquella época y en ésta. Como te decía, Eurípides era un moderno, un genio que se anticipó mucho.
–¿Vos creés? Más bien creo que es humana, es una pulsión jodida, te puede oscurecer la vida. Pero tiene su atractivo, es un plato que se degusta frío, dicen los franceses. En el caso de Medea, hay algo justiciero en sus gestos terribles. Tiene que hacerlo: no estoy en desacuerdo con que aplaste a Jasón como el gusano. Un fresco, un desconsiderado, un cobarde. Ni siquiera está enamorado de Creusa, sólo aspira al poder, a la riqueza, a acomodarse bien en Corinto. Es un fiolo y su argumentación es lamentable: decirle a Medea que se la tiene que aguantar porque los hijos van a estar mejor cuando él se los lleva para criarlos con Creusa, mirá el verso que le hace. Dan ganas de acogotarlo ahí mismo.
–Los mata por amor, ese es el punto poético más alto. Aparte del deseo de vengarse, pienso que ella ve un futuro imposible para sus hijos. Y tampoco es que los mate sin vacilar: ella recula, se da ánimos, está muy sola en su determinación. La nodriza trata de protegerlos, pero en el fondo sabe que se cumplirán los designios de su ama.
Medea, en la Sala Casacuberta del teatro San Martín,
de miércoles a domingos a las 20 a $35, los miércoles a $ 20,
Corrientes 1530.
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