Vie 14.08.2009
las12

PERSONAJES

Señora de nadie

La respuesta de Hillary Clinton al fallido de un estudiante durante su visita a Africa provocó encendidos debates. Más allá de si fue una pregunta sexista o simplemente torpe, lo cierto es que la figura de Hillary despierta saña y encono en la opinión pública.

› Por Milagros Belgrano Rawson

Quizá no exista una mujer estadounidense más insultada que Hillary Clinton. No hay estadísticas que avalen esta afirmación, pero un rápido paso por Google permite inferirlo. “Fría”, “robótica”, “castradora.” Los calificativos abundan y cuando no hay más insultos, siempre queda a mano la sugerencia de lesbianismo como intento descalificador, mote que a su predecesora Condoleezza Rice también le tocó llevar alguna vez. Fue el inescrupuloso Edward Klein quien declaró que Hillary es una “lesbiana que concibió a su hija luego de ser violada por Bill”. El grado de ensañamiento contra la actual secretaria de Estado parecía extinto una vez que quedó en un segundo plano respecto de Barack Obama.

Esta semana, sin embargo, la diatriba volvió a caldearse justamente a causa de su rol de esposa. Durante una gira por Africa, Hillary aceptó contestar una ronda de preguntas de estudiantes de Kinshasa. En lo que aparentemente fue un error de traducción, un lapsus del estudiante en cuestión o ambas cosas, Hillary fue interrogada sobre la “opinión del señor Clinton” en torno de contratos firmados entre China y Africa. La respuesta, acompañada de gestos poco diplomáticos, no se hizo esperar. “¿Usted me pregunta la opinión de mi esposo? Mi esposo no es el secretario de Estado. Yo lo soy”, contestó Hillary ofuscada. La falta de oportunidad del lapso de aquel distraído alumno –se dijo que en realidad quiso decir “la opinión del señor Obama”, otro hombre al fin– no podría haber sido más grande. La secretaria de Estado venía de visitar la ciudad de Goma, que sólo en lo que va del año ostenta el record de 3500 mujeres víctimas de violencia sexual por parte del ejército y los grupos rebeldes –la región de los Grandes Lagos, donde se hayan comprendidos la República Democrática del Congo y otros cuatro países, vive en guerra desde el genocidio de Ruanda en 1994–. A eso se suma que, desde hace unos días, su marido no para de recibir felicitaciones por su rol –no oficial en los papeles, pero con el visto bueno de la administración Obama– en la liberación de las dos periodistas estadounidenses en Corea del Norte. Mientras, el trabajo de Hillary al frente de la cartera encargada de la diplomacia internacional no brilla precisamente. Hace unos días, el conservador The Washington Times enumeraba los errores y contradicciones en las declaraciones oficiales de la secretaria de Estado, que para diferenciarse de su predecesora, Condoleezza Rice –otra a la que en su momento calificaron de “lesbiana”–, elige no tener un discurso preparado de antemano sino dar respuestas espontáneas. Por otro lado, no juega a su favor que su ex jefe de prensa Lanny Davis sea en estos momentos el lobbysta contratado por el presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti, para torcer la posición oficial de Estados Unidos –a favor de la restitución del poder a Zelaya–. Para empeorar las cosas, Bennett Ratcliff, cercano a los Clinton, es desde julio pasado la persona encargada de hablar en nombre del gobierno golpista en las negociaciones inauguradas en Costa Rica. Sea como fuere, desde que el video de Kinshasa fue colgado en YouTube, docenas de foros norteamericanos discuten si la funcionaria de mayor rango en Estados Unidos hizo bien en contestar de esta forma. Tal vez sus gestos hayan estado fuera de lugar, pero es que si Hillary fuese un hombre, opinan varias bloggistas, no estaríamos discutiendo este tema. Problemas de cartel, de amor propio, envidia o un ejemplo más del orden sexual que prevalece en la política en general, las opiniones en torno del tema abundan tanto como los insultos a la mujer que más lejos llegó en la carrera presidencial en Estados Unidos. Recién cuando se presentó como candidata a senadora por Nueva York, Hillary, tal vez la colaboradora más activa en la campaña de su marido, dejó de decir “él o nosotros” para empezar a decir “yo”, afirma ella misma en su autobiografía, publicada en el 2003. Atrás quedaba su valiente y poco comprendida defensa de su marido en los escándalos por sus relaciones extramaritales con Gennifer Flowers y luego con Monica Lewinsky. En su caso, no se le perdona que, a diferencia de millones de esposas tan abnegadas como invisibles, el matrimonio no sea la “única carrera posible”.

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