Vie 14.08.2009
las12

DIEZ PREGUNTAS > A LIDIA BORDA,

“Una siempre está buscando más”

¿Qué la llevó a interpretar las poesías que Juan “Tata” Cedrón musicalizó y cantó desde los años sesenta?

–El reencuentro que tuve con él y con su música después de muchos años. Y paralelamente la búsqueda que estaba haciendo de nuevo repertorio. Fue un encuentro muy emotivo para mí, y muy oportuno. No conocía al Tata personalmente, sólo conocía parte de su música, y escucharlo en vivo y hablar luego con él fue muy importante. Sentí que ese repertorio era un aire diferente y rememoré las sensaciones que me había producido la primera escucha de esa música y eso fue el comienzo de lo que sería Ramito.... Porque ese mismo día, cuando le dije que quería interpretar esos temas que tanto me identifican, me ofreció las grabaciones de su obra y me pasé mucho tiempo oyendo sus canciones. Fui eligiendo algunas para mi repertorio, pero era difícil hacer esperar a las otras que también me gustaban, entonces Diego Rolón me preguntó por qué no elegir un repertorio más amplio y hacer con él un disco. Ahí empezó todo.

¿Por qué un giro tan visceral en su carrera, cuando venía encantando con sus interpretaciones de tangos del `20 y el `40?

–No fue un giro, fue una ampliación de mi espectro expresivo pero dentro de un ámbito, a mi parecer, para nada ajeno a lo que venía haciendo anteriormente. Pertenezco a una generación que ha escuchado mucha y muy variada música. A diferencia de la generación de mis abuelos o mis padres, que eran más acotados o específicos con el repertorio, y sobre todo escuchaban tango y folklore argentinos, a nosotros se nos abrió el panorama hacia lo latinoamericano, norteamericano, europeo. Eso, creo, enriqueció nuestra manera de escuchar, asimilar, componer y, como en mi caso, interpretar. Los márgenes se corrieron hacia fuera y las necesidades expresivas, de la voz, de las emociones, de los registros y los colores sonoros, fueron también ampliándose y cambiando. Siento que nunca voy a terminar de completar todo un espectro interpretativo definitivo. Es como en otras expresiones artísticas, una siempre está buscando algo más, una conexión profunda con expresiones que no tienen que ver con un lenguaje concreto, porque los lenguajes son siempre incompletos e imprecisos al momento de querer traducir sensaciones.

¿De qué manera esta experiencia marcó su naturaleza tanguera?

–No tengo una naturaleza “puramente” tanguera. He crecido escuchando todo tipo de música, sobre todo música popular, por eso el deseo de interpretar estas canciones, que no se ajustan rígidamente al tango, pero que son expresiones fuertes de mucho arraigo geográfico, muy ciudadanas, pero con un vuelo poético que trasciende las fronteras del tango purista, manteniendo una fuerte identidad porteña. Para mí han sido enriquecedoras, definitivamente.

¿Cómo llegó el Tata Cedrón a su vida?

–Yo tenía más o menos 15 años, y venía de un período muy complicado a nivel personal. Creo que entonces apareció fuertemente la necesidad expresiva, que luego dirigiría hacia el canto, pero en ese momento enfocaba en el dibujo. Tomaba clases en el taller de Norberto Onofrio. Iba al taller cada jueves desde la escuela, viajaba como una hora, pero allí pasaba las tres mejores horas de la semana, porque era el encuentro que iniciaba conmigo misma, con mis necesidades y mis emociones. Me divertía mucho, además, porque “El Tano” es un tipo increíble, un gran artista y un generoso maestro. Era un espacio muy bello, en todo aspecto, y El Tano ponía música en las clases. Así escuché por primera vez “Eche 20 centavos en la ranura”, y aunque no entendía bien, la sensación fue emocionante y conmovedora. Luego quedó como en una especie de letargo y nunca volví a escucharlo, como si lo hubiera olvidado, hasta hace pocos años, cuando lo escuché en vivo en el bar Tuñón. Por eso, entre otras cosas, quise también ilustrar con parte de la obra de Norberto el arte gráfico del disco. Para eso fue fundamental la comunicación y el cruce de ideas con Nora Lezano, que hizo las fotos, y con Verónica Dulitzky, que trabajó en el diseño del arte.

Usted dijo alguna vez que “Eche veinte centavos en la ranura” le generó un caudal de sensaciones adolescentes.

–Creo que lo que debo haber querido decir es que me remite a ese caudal de sensaciones que antes mencionaba, el recuerdo de esa época de mi vida. Pero además es una poesía que me resulta fascinante. Tuñón evoca con una enorme fidelidad y sensibilidad un universo infantil de preciosa ingenuidad y fascinación, pero a la vez lleno de esa sabiduría que nos hace creer incluso en lo que sabemos incierto. Remite, además, a esa necesidad de salirse por un rato de la realidad, invocando fantásticos monstruos y maravillas en las cosas cotidianas. En ese momento de mi vida, en mi adolescencia, ese tema resumía gran parte de una laberíntica realidad.

El encuentro de ambos en Amorera /Nada fue considerado una especie de choque de planetas. ¿Qué le provocó esa reunión con el Tata?

–El Tata es una persona profunda y muy prolífica, tiene ideas de temas constantemente, y además es muy generoso. Por eso en el momento en que estábamos en plena producción del disco, hizo este bello cruce de poesías junto con Roger Helou. El Tata había musicalizado en ese momento gran parte de la obra poética de Morgade, estaba muy entusiasmado con eso, y le pidió a Roger, que es un gran músico, un gran pianista, colaborar con ese tema, y a Roger se le ocurrió cruzarlo con el poema de Oliverio Girondo. Entonces quedó esa canción, especie de discusión devastadora, amorosa y dolida. Es un tema profundo y lo grabamos en vivo, eso le aportó una fuerte potencia.

¿Por qué eligió empaparse de un repertorio que va desde “Palabras sin importancia”, de Homero Manzi, hasta “Pasaba algo”, de Juan Gelman?

–Es un repertorio muy intenso y yo estaba necesitando eso. Los poemas del disco tienen una gran interconexión para mí. Me parece que están muy bien enlazados. Me sumergen en sensaciones muy placenteras y muy variadas, pero dentro de una misma paleta de colores.

¿En algún momento sintió que se estaba metiendo en un abismo musical?

–No. Lo que pensé, sí, fue que era un repertorio de asimilación diferente a lo acostumbrado. También que quienes me habían oído en los discos anteriores se llevarían una sorpresa y eso me divertía. Por otro lado, creo que el exilio del Tata hizo que su obra no fuera lo necesariamente difundida. El tiene una mirada súper moderna y la capacidad de incorporar poesía atípica al tango, a la música ciudadana, con formas más complejas, tal vez. Porque los poemas que musicaliza no siempre son originalmente canciones, por eso no tienen la forma convencional “ABA” (estrofa estribillo estrofa), a la que tenemos el oído acostumbrado. Pero eso, lejos de volverlos difíciles, los enriquece, y enriquece también nuestro cancionero popular, que en los últimos tiempos ha llegado a una forma elemental alarmante, que no es una síntesis sino un empobrecimiento.

¿Es mujer de correr límites?

–No lo creo tanto, aunque sí me interesa no quedarme quieta, o con lo que conozco de antemano. Trato de ser fiel a mis propias necesidades y trato también de no conformarme. Para eso, además, busco la ayuda de los músicos con los que trabajo. Muchas veces sus propuestas musicales disparan mi interpretación hacia lugares inesperados. Pero me gustaría ser más arriesgada algunas veces, más lúdica, más libre.

¿Cuánto del territorio afectivo del tango tiene que ver con sus propios territorios, con su historia personal?

–¡Mucho! He escuchado mucho tango y nací en la época en que se generaba “nostalgia de la nostalgia”. Es decir en la década del setenta, que es mi época de infancia, el tango ya no gozaba del esplendor de antaño, pero se seguía escuchando mucho en las casas, sobre todo en las de la generación de mis padres y abuelos, aunque ya en ese momento era un lenguaje envejecido para los más jóvenes. Pero hay algo que no puede borrarse por definición, porque es parte de algo no traducible, que está sellado a fuego en nuestra identidad, y que de una manera u otra aparece en algún momento de nuestras vidas, aunque no lo hagamos consciente. Esos paisajes de “Arrabal”..., por ejemplo, podrían ser un paralelo de “Avellaneda blues”, con las diferencias estéticas generacionales, pero con un “parentesco espiritual”, por decirlo de alguna forma. La imagen de una ciudad suburbana, la del obreraje, las fábricas, los límites entre la riqueza y la miseria, ese melancólico paisaje contradictorio que nos produce tristeza y orgullo a la vez, por pura pertenencia, son algo muy fuerte, muy entrañable.

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