Vie 28.08.2009
las12

EXPERIENCIAS

Las invisibles

A diferencia de sus pares varones, las consumidoras de paco –una droga que ni siquiera debería pensarse asociada con humanos por el daño que produce– suelen ser ignoradas o estigmatizadas: por ser mujeres, pobres y en la inmensa mayoría de los casos, madres. Así lo evaluó un grupo de investigación dirigido por la cocoordinadora del Area de Salud del Instituto Gino Germani, Ana Clara Camarotti, que busca reducir los riesgos de ese consumo en las usuarias.

› Por Lucas Livchits

Invisibles y vulnerables. Así puede definirse a las mujeres que consumen pasta base, más conocida como paco. Mezcladas en el colectivo de consumidores, las particularidades con las que la problemática se manifiesta en ellas no aparecen en los estudios sobre el tema, por lo que suelen quedar afuera de los programas preventivos y de asistencia, incapaces de cubrir sus necesidades. En un intento por suplir esa falta, un grupo de investigadoras desarrolla un estudio orientado a mejorar la calidad de vida de las usuarias de paco, estigmatizadas por su consumo, por ser mujeres y por ser pobres.

“No es que las mujeres no consumen, sino que la asistencia que se ofrece no logra captarlas porque no les brinda lo que ellas necesitan”, explica la socióloga Ana Clara Camarotti, cocoordinadora del Area de Salud del Instituto Gino Germani (UBA) y a cargo del equipo que lleva adelante la investigación Reducción de Daños en Mujeres consumidoras de Pasta Base en zonas de riesgo de la ciudad de Buenos Aires.

Mientras que en el caso de otras drogas la reducción de daños busca informar a los usuarios sobre métodos de uso menos dañinos –un ejemplo clásico es el reparto de jeringas descartables para evitar el contagio de algunas enfermedades–, en el caso del paco este enfoque persigue mejorar la calidad de vida de las usuarias, víctimas de las consecuencias de una sustancia considerada por muchos expertos como no apta para humanos y que se agrava por la condición de pobreza de quienes consumen.

En una primera etapa la investigación –que cuenta con el financiamiento del Centro de Iniciativas de Cooperación al Desarrollo de la española Universidad de Granada– se planteó la necesidad de conocer las características del consumo en las mujeres para poder pensar en tratamientos diferenciales. Tras una veintena de entrevistas con consumidoras del sur de la Capital, algunos de los hallazgos fueron que se inician convidadas por un varón, que prefieren consumir solas y en espacios privados, y que la mayoría son madres.

“Están muchísimo más estigmatizadas las mujeres que los hombres y sufren mucha más violencia, en cuanto a abusos y violaciones”, asegura Camarotti. “El consumo viene unido muy fuerte con la prostitución. Y vimos que por lo general las mujeres intentan sostener las parejas, a pesar de que no les sume mucho a su vida, consideran que es siempre mucho mejor tener una pareja al lado, entonces eso las lleva a tolerar un montón de situaciones, incluso que las vendan sexualmente.”

Los organizadores del centro de asistencia para consumidores en el que comenzaron a trabajar reconocieron que tenían una necesidad: llegar a las mujeres. Por eso la segunda etapa del proyecto fue capacitar con una perspectiva de género a los operadores comunitarios y terapéuticos del lugar en temas como violencia y prevención de enfermedades, sobre todo tuberculosis e infecciones de transmisión sexual.

ESTIGMAS

Lograr la convocatoria de las mujeres tenía sus obstáculos. Es que, señala la investigadora, se toparon con “una representación social según la cual son más competitivas, entonces esto lleva a que no puedan solidarizarse con las otras mujeres, sino que el vínculo se establece a través de los varones”.

Además, la cuestión del estigma. Nombrar al lugar como “centro de tratamiento para mujeres consumidoras de pasta base” no ayudaba. “Hay que buscarle un atractivo –señala Camarotti–, que puede ser fotografía, cocina, algo que una se dé cuenta de que en el barrio puede interesar y que con esa excusa se trabaje el tema del consumo. Con los varones no funciona así, tendemos a pensar ‘uh, mirá qué bueno, está haciendo el tratamiento, hay que ayudarlo, hay que colaborar’. Entonces gana algo que nosotras lo perdemos, porque hay una suma de vulnerabilidades: es el ser consumidora de paco, el ser mujer, el ser pobre.”

Como no son pocas las que se encuentran en situación de calle, también es útil ofrecerles ciertos beneficios concretos. Es importante que junto a los talleres tengan un lugar en el que haya comida, un baño, un lugar donde descansar. Por otra parte, “muchos de los programas no contemplan que las mujeres no están dispuestas a separarse de sus hijos para hacer un tratamiento, por lo que se podría prever la situación de guarderías”, detalla Camarotti.

PINTAR LO INDECIBLE

La vía para llegar al tema, al consumo de pasta base, fue el arte. La propuesta fue un grupo terapéutico que derivara en una serie de talleres de expresión artística, donde se enseñan técnicas de fotografía, dibujo, pintura, mural y collage, y que con esas herramientas puedan manifestar sus experiencias. “A muchas les costaba hablar y contarnos lo que les estaba pasando. A partir del arte lograron ponerle color, luz, imagen, forma. Era como hacer un trabajo desde el dibujo, desde ahí empezar a pensar. Y abrió millones de cosas. Fue habilitar la palabra afirma Camarotti. Pero no con el ejercicio que nosotras tenemos mucho más incorporado que es reflexivo y que a ellas les costaba un poco más. Los talleres lo que permitieron fue que se suelten y que a partir de eso empiecen a pensar en lo que están viviendo.” Algunas témperas y aerosoles, unos lápices de colores y la atención de las voluntarias les dieron la oportunidad de pensarse y de liberar situaciones que mantenían encapsuladas, temerosas de cómo podían ser juzgadas. Esa fue la forma con la que pudieron expresar lo que hasta ese momento era indecible.

Las obras de esos talleres serán utilizadas para la creación de folletos explicativos y preventivos que puedan servir a otras mujeres. Los murales, collages, dibujos y fotografías también formarán parte de una muestra participativa, mientras que todo el proceso de creación fue grabado para la realización de un documental preventivo que plantee la problemática de las mujeres y el consumo de paco. Pero las investigadoras consideran que es posible dar un paso más. Si hay vulnerabilidad y violencias, no sólo hay una parte que las sufre, también hay otra parte capaz de mostrar su poder de ese modo. Por eso planean iniciar un trabajo con los grupos de varones consumidores. “Si no cambiamos las formas de relacionarnos, de vincularnos, la relación de poder entre varones y mujeres, no va a haber cambio –sostiene Camarotti–. Porque en las entrevistas los varones te dicen, repudiando la situación, ‘a las mujeres las violan, a las mujeres les hacen cualquier cosa, es un espanto’, todos te dicen lo mismo y estoy segura de que muchos de estos varones participan de eso también. De a poco hay que ir desarmando ese tipo de vínculo.”

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