Vie 28.08.2009
las12

CRóNICAS

Sin documentos

› Por Juana Menna

A Marta, de 51 años, le causó gracia cuando Jorge, al otro lado de la pantalla, escribió: “Vivo con mi mamá y mi papá”. Y agregó: “Este año, mi hermana se mudó así que ahora estoy solo”. “Era hora”, tipeó Marta. Del otro lado, Jorge puso un emoticón que se sonrojaba. Ella comenzó a pensar que algo andaba mal. A los 50, un hombre no puede vivir con la madre, sonrojarse como un chico, enviar un emoticón estúpido por chat. Por las dudas, siguió indagando. “Mi papá está enfermo así que trabajo en una estación de servicio”, dijo Jorge. “¿Mantenés a tu mamá?”, preguntó ella. “No, ella trabaja”, explicó el otro. “Qué espíritu”, se admiró Marta mientras pensaba en una señora de ochenta años. “Tuve que dejar la facultad. Estudiaba abogacía”, contó Jorge. Marta miró la pantalla con desconcierto. El cursor titilaba. Ella preguntó: “Jorge, ¿cuántos años tenés?”. “25”, escribió él. Y a Marta le entró un ataque de risa.

“Yo pensé que él era un Jorge que me había dejado mensajes en un sitio donde entraba a chatear. Ese Jorge tenía 50. Además, ‘Jorge’ es nombre de grande. Pero resultó que éste era otro”, cuenta Marta mientras peina su pelo dorado y largo con los dedos. El Jorge de 25 no se inhibió cuando ella le dijo “criatura” con displicencia. “Te quiero comer la boca”, se envalentonó él. A los pocos días, acordaron una cita que empezó en una confitería de Belgrano y terminó en un hotel por horas.

Después del encuentro, Marta evocó a su tía María Isaura. En 1957, la tía se reveló contra su padre, que le había ahuyentado todos los candidatos porque quería que su única hija mujer lo cuidara cuando él fuera viejo. A los 40, ella decidió volver a tomar sus estudios de canto. Ahí conoció a José Adolfo, un jovencito de 20 que la llevó al altar pero no pudo firmar el acta de bodas por ser menor de edad. Cuando Isaura llegó a los 70, tuvo los primeros síntomas de Alzheimer. José se suicidó. En una carta de despedida dejó escrito “No quiero verla morir”.

“Muy romántico el tío, pero a los parientes que cuidaron de Isa les hubiera venido mejor vivo que muerto”, opina Marta. Sus encuentros con Jorge se prolongaron entre 2004 y 2008. Eran, según Marta, de una domesticidad ardiente y clandestina: ella le servía mates en bata porque en general él la visitaba de mañana ya que trabajaba por la noche. Nunca se mostraron juntos en la calle. Luego Jorge dejó de dar señales. A fin de año le envió una ecard con un Papá Noel que agitaba con insistencia una campanita dorada. “Lo mejor para vos. Tengo novia y nos vamos a casar”, decía la carta. Hubo un enojo inicial. Ahora cada tanto, Jorge se deja caer por casa de Marta. Pero ya no es el único.

“Algunas amigas se escandalizaron cuando supieron del romance. Otras me dijeron que era una ídola. Puse una foto que nos sacamos en el escritorio de mi trabajo. Un compañero preguntó si era mi hijo y yo le dije que no, que era mi amante. Se quedó mudo”, cuenta Marta. Confiesa que para Jorge, la edad se transformó en un problema no por él sino por su entorno. Pero ella es una mujer soltera que no tiene que rendirle cuentas a nadie ni de la gente que invita a su cama ni de quién se enamora y que tampoco anda pidiendo DNI.

Marta se envalentona al decir eso último. Pero por estos días, agrega, no está muy segura de que el amor no sea una estrategia de marketing para consumidores por debajo de los 40. No sabe si lo que viene luego no será una lucha a brazo partido contra la soledad, contra el paso del tiempo. Y piensa en su última cita fallida con un joven dentista de casi 60, que apenas la vio le dijo que él quería ser padre y que ella daba bien por sus ojos verdes, que si todavía le venía.

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