Vie 11.01.2002
las12

INTERNACIONALES

La abogada

Mary Robinson fue presidenta de Irlanda, y actualmente es la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU. Aquí hace un repaso del papel que puede cumplir ese organismo, admite algunas contradicciones y advierte sobre nuevos peligros para las libertades civiles.

Por Sol Alameda

La alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos es una mujer alta, amable, diplomática. Pertenece a una especie poco numerosa, la de altos funcionarios de grandes instituciones internacionales, de las cuales la ONU es la reina. De 59 años, esta irlandesa ha tenido una brillantísima carrera, que empezó en su país, donde fue diputada durante 20 años, hasta 1989, y luego presidenta de la República de Irlanda. En 1997 saltó al Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU. La lista de honores y premios que ha recibido es extensa, muchos de ellos relacionados con su defensa de los derechos humanos desde hace años. En marzo de 2001, Mary Robinson dijo que abandonaba su puesto. Lo hizo por sorpresa, apuntando como motivo la escasez de fondos, lo que le impedía acometer los retos de su trabajo. La prensa inglesa, incluso, publicó que Robinson, a su llegada a la ONU, se había quedado desconcertada por la falta de fondos y también que había llegado a la conclusión de que desde afuera de la ONU podía hacer más por los derechos humanos que desde adentro. La organización, que sufría un mal momento, con acusaciones de mala administración y exceso de burocracia, reaccionó ante el ataque que se avecinaba de parte de una funcionaria que conocía bien de qué estaba hablando. Pronto, Kofi Annan logró que la díscola prolongara un año más su mandato, y ahora, otra vez desde dentro, Mary Robinson atempera sus críticas. Robinson reconoce que se alegra de haber decidido permanecer en su cargo, donde tiene más trabajo que nunca.
–Cuando era presidenta de Irlanda, fue la única jefa de Gobierno que acudió a Ruanda después de la gran matanza, y poco después entró en Naciones Unidas ¿Están relacionadas las dos cosas?
–Sí. Siendo presidenta, como representante del pueblo irlandés, siempre me interesó trabajar en favor de los derechos humanos y colaborar en los esfuerzos humanitarios dentro de situaciones en conflicto. Por eso fui a Somalia en 1992 y visité Ruanda en tres ocasiones. Así que acabar en este puesto del Alto Comisionado era un proceso natural.
–Imagino que cuando llegó allí y vio lo que había pasado y cómo había actuado la ONU, se sorprendió ¿Pensó que había que hacer algo y quiso involucrarse?
–Sí. En Somalia fue espantoso ver la poca atención que despertaba en el mundo aquella situación tan horrible. Fui a Naciones Unidas y hablé con Nutros Nutros Gali, entonces secretario general. Me contestó: “Usted es una de las pocas jefas de Estado que se han molestado en decirme eso. Estoy haciendo lo que puedo”. En la ONU hay una serie de gente, el secretario general y sus asesores, que son personas dedicadas y comprometidas, que intentan cambiar las cosas, pero la base política la constituyen los Estados miembros. Si a ellos no les interesa, no hay recursos ni, por lo tanto, posibilidades de hacer nada. Ahora, en mipropio trabajo, veo que podríamos hacer muchas más cosas por los derechos humanos si contáramos con el compromiso político de los Estados miembros.
–Desde su puesto ha llevado a primer plano los derechos humanos. Ahora sabemos cuáles son y los lugares donde casi no se respetan. Está todo a medio hacer ¿Qué va a pasar ahora con el desarrollo de esos derechos, en medio de esta situación que vivimos?
–Yo soy bastante optimista por lo que hemos sido capaces de avanzar en 50 años en materia de derechos humanos. Lo que ahora tenemos que hacer es emplear bien todo ese caudal y llevarlo al ámbito de los países; hacer que los gobiernos lo apliquen, que cumplan los compromisos legales que han firmado cada vez que ratifican los diversos acuerdos sobre derechos humanos. Porque a veces los ratifican sin creer que van a tener que llevarlos verdaderamente a la práctica.
–Y su tarea consiste en asegurarse de que lo hagan.
–Sí. Yo no actúo sola; disponemos de una maquinaria internacional de protección de los derechos humanos que es bastante compleja y cada vez más eficaz. Me siento, más bien, como si dirigiera una orquesta en la que intervienen muchos músicos. Por ejemplo, ahora, en el caso de Afganistán, hay un enviado especial; sus informes han sido examinados por diversos comités y por la Comisión de Derechos Humanos. Tenemos la responsabilidad directa de contribuir a la reconstrucción y a la formación del Gobierno estable que la población civil afgana –especialmente mujeres, ancianos y niños– necesita desesperadamente.
–¿Cree que se puede producir un retroceso en el cumplimiento de los derechos humanos por el miedo que han provocado los atentados del 11 de septiembre y la consiguiente lucha contra el terrorismo?
–Estoy muy preocupada desde el 11 de septiembre. El día 8 habíamos concluido una conferencia en Durban, Sudáfrica, contra el racismo y la xenofobia. Había sido una labor muy difícil, pero había valido la pena. Después volví a Ginebra, al trabajo, durante un día, y luego me fui de vacaciones a mi querida Irlanda. El día 11 estaba en la parte oeste del país, en una islita, de picnic con mi familia. El tiempo era maravilloso, y el sitio, bellísimo. De pronto oímos la espantosa noticia, y mi reacción inmediata fue pensar que lo que habíamos hecho en Durban adquiría aún más importancia. Fui a Nueva York tres días después, y visité el nivel cero y me entrevisté con familias que habían perdido a alguno de sus miembros. Pero vi un aumento de la xenofobia y de los sentimientos antiárabes y antiasiáticos, y no sólo en Nueva York o en Estados Unidos, sino también en Europa. Acabo de volver de la India, y allí existe gran inquietud sobre esos sentimientos. Creo que sí, nuestra labor se ha vuelto todavía más difícil.
–¿No cree que en Durban se escenificó, de alguna forma, la tragedia que estalló el 11 de septiembre entre el país que en cierto modo representa a Occidente y el mundo árabe?
–El colonialismo fue bueno para los países colonizadores, pero no para los colonizados, y esas diferencias no se han conciliado. En Durban hubo un grado de franqueza poco habitual. Afrontamos el pasado, estudiamos las repercusiones que siguen teniendo la esclavitud y el comercio de esclavos para todas las personas de origen africano, así como los efectos del colonialismo en los asuntos relacionados con el racismo. Creo que los terribles atentados del 11 de septiembre han sacado a la luz la necesidad de fomentar el aprecio hacia el otro; una cultura de diversidad, tolerancia y respeto, empezando por los colegios, los libros de texto, la educación. Las dificultades que encontramos en Durban, las negociaciones tan complicadas, nos recordaron que tenemos un mundo muy dividido y que hemos de aproximarnos unos a otros a través de un debate honesto.
–¿Los grandes países atienden esos llamamientos, cuando cada vez dan menos dinero para la ayuda al desarrollo?
–Para mí fue muy esperanzador que la Unión Europea permaneciera en Durban, pese a que Estados Unidos e Israel se marcharon. La UE sabía queera importante seguir adelante hasta concluir con las declaraciones finales y el programa de acción. Parte de este programa reconoce la necesidad de apoyar la nueva unión de dirigentes africanos. En este momento me preocupa que, con la atención centrada en Afganistán, como es natural, en las necesidades genuinas de su pueblo, muchas otras zonas caigan en el olvido. Y esa es una responsabilidad de Naciones Unidas, recordar al mundo que siguen existiendo muchas regiones de extrema pobreza, de conflicto, violaciones de los derechos humanos, y que debemos prestarles más atención. Ahora también surgen más oportunidades de ver las interrelaciones que existen en nuestro mundo. Cuando estaba en Estados Unidos me impresionó ver lo que le había desequilibrado a la gente el hecho de haber sufrido una agresión terrorista en su país. Es verdad que McVeigh había volado el edificio de Oklahoma, pero eso era un asunto interno. Este era un ataque desde el exterior, una agresión terrorista en suelo norteamericano, y estaban totalmente traumatizados. Después vino al ántrax, que no saben de dónde procede. Es posible que todo esto haga que Estados Unidos se acerque más al resto del mundo, lo que sería de agradecer. Es significativo, por ejemplo, que pagara su deuda con Naciones Unidas el 12 de septiembre.
–Por cierto, ¿le han dado a usted más dinero después de ese pago?
–El sistema es muy lento, así que el dinero tarda en llegar. Es verdaderamente un problema disponer de los recursos necesarios para nuestro trabajo. Por ejemplo, el lunes voy a Nueva York, a un debate sobre racismo, y voy a intentar reunir lo necesario para financiar una nueva unidad antirracismo que he creado en mi departamento. Pero sé que no lo podré llevar a cabo si no obtengo el dinero suficiente; tal vez así comprobemos el compromiso de los Estados.
–A veces, la ONU no hace lo que dice que debe hacerse. Por ejemplo, hay una resolución de Naciones Unidas de 1997, siendo usted Alta Comisionada para los Derechos Humanos, por la que se permitió a los talibanes, en el terreno de la salud, actuar de acuerdo con sus tradiciones. Es decir, excluyendo a las mujeres del ejercicio de la medicina ¿Por qué hace esas cosas la ONU?
–No es una cosa que apruebe la ONU. La realidad era que los talibanes estaban en el poder y, para poder hacer algo, era necesario hacer concesiones a cambio de poder proporcionar ayuda urgente. Ahora las cosas van a estar mucho más claras: cualquier gobierno futuro tiene que dar plena participación a las mujeres y mostrar su respeto a los principios de la no discriminación y la igualdad.
–Cuando tiene que aceptar este tipo de compromisos, ¿siente frustración?
–A veces sí, claro. Pero al mismo tiempo reconozco que más vale ser realista y poder hacer cosas. Lo mejor es enemigo de lo bueno, y si lo que se busca es la perfección, a lo mejor no se hace nada. Aun así, opino que, dado que los derechos humanos son la solución a largo plazo, nunca se deben hacer concesiones sobre ellos.
–¿Ahora se están haciendo?
–Me preocupa mucho que después del 11 de septiembre, los gobiernos, en su lucha contra el terrorismo, pongan en peligro la protección de los derechos humanos, que vayan demasiado lejos. Por eso subrayo todo el tiempo que la mejor forma de combatir el terrorismo es estar convencidos de lo que hemos construido en materia de derechos humanos, del respeto a los refugiados, los valores que hemos ido asentando. No hay que usar la idea de la guerra contra el terrorismo para crear una legislación que suponga demasiados límites.
–Pero ya hay actuaciones de algunos gobiernos que van en ese sentido.
–Me preocupa muy seriamente, porque nosotros confiamos en que los países democráticos de larga tradición estén dispuestos a defender los valores en períodos difíciles. Es un momento crucial para los derechos humanos. Y lo que más me inquieta es el mensaje que se transmite a lospaíses no democráticos, que acaba siendo una excusa para aumentar la represión: limitar las libertades, realizar detenciones indefinidas que, en esos países, significan muchas veces torturas y malos tratos en la cárcel.

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