Viernes, 16 de octubre de 2009 | Hoy
VISTO Y LEíDO
En El privilegio de Simone de Beauvoir, la filósofa Geneviève Fraisse describe el modo en que la escritora supo tomar el mundo (masculino) por asalto, a la vez que sacude de encima de su obra más conocida, El segundo sexo, pesadas frases hechas, como la que le adjudica ser la base del feminismo.
Por Moira Soto
Derecho o ventaja, fuera de ley común, que concierne a un individuo o a una categoría, el privilegio se concede o se obtiene. Simone de Beauvoir se apropió por su cuenta y riesgo de algunos privilegios reservados a los varones desde el oscuro y lejano momento en que se impuso la dominación masculina sobre las mujeres. Según Geneviève Fraisse, el primer privilegio que se toma la autora de El segundo sexo (1948-1949) es el de imaginarse como protagonista de la historia, reclamando sin ambages el lugar que considera que le corresponde. “Tuvo el gesto de la actriz que entra en la escena de la historia. Al parecer, sin vacilaciones, sin temor”, describe acertadamente Fraisse en El privilegio de Simone de Beauvoir (Leviatán, 2009).
Trasponer barreras, estudiar, concursar por una cátedra de filosofía, hacerse reconocer por los hombres, convertirse en una mujer de letras: Simone de Beauvoir avanza a paso redoblado sin pedir permiso, sintiéndose en su derecho, aunque todavía sin comprometerse con el feminismo. Lleva a cabo una ardua investigación y luego escribe ese libro que partiría el siglo XX, que fue un antes y un después para las mujeres –aun para las que no lo leyeron–, sin considerarse una militante de la emancipación. Sin embargo, tuvo el gesto amplio de aplicar la libertad y el saber que había conquistado en el plano personal, para escribir una obra francamente monumental sobre la historia universal de las mujeres. Como anota Fraisse en su trabajo, “Ella es capaz de abarcar el mundo para luego situarse en él, incluirse”. Es decir, escribe para conocerse a sí misma a partir de esa visión de conjunto, y así más tarde publicar su autobiografía en tres tomos. Y el análisis de esa historia colectiva del sojuzgamiento y domesticación de las mujeres la lleva a su famosa deducción, transformada más tarde en sentencia: “La mujer no nace, se hace”.
Un concepto, que –palabras más, palabras menos– ya había sido formulado, incluso por hombres esclarecidos y justos como Poulain de la Barre, en el siglo XVII, o Stuart Mill, en el XIX. Pero nadie había empleado más de 700 páginas para fundamentarlo tan minuciosamente. La filósofa Geneviève Fraisse (La controversia de los sexos, La musa de la razón, Desnuda está la filosofía) escribe su ensayo El privilegio... en 2008, año del centenario del nacimiento de Simone de Beauvoir (París, 9/1/1908), un tributo un tanto renuente, que reconoce la filiación pero toma ciertas distancias, aunque de otra manera que, por ejemplo, Sylviane Agacinsky o Judith Butler.
La relectura de ese clásico vuelve a poner en evidencia la paradoja de que la escritora, cuyo libro se suele considerar un texto básico del feminismo, recién empezó a militar en 1970, década en la que se le acercaron las jóvenes feministas francesas –entre ellas, GF– que fueron bien recibidas por esta mujer propensa a llevar turbantes sobre su cabeza de pensadora, ya dispuesta a participar de las luchas emancipatorias, abandonando así el rol de testimoniante, de corresponsal, que le adjudica Fraisse. De observadora de ese conflicto entre los sexos al que le aplica lenguaje bélico, al hablar de hostilidades, querellas, combates, estado de guerra... El privilegio... subraya la injusticia o la severidad de algunos juicios de Simone de Beauvoir respecto de la conducta de las mujeres a través de la historia, negando las tentativas de conquistar derechos. Asimismo, se resiste Fraisse a “las tonterías que se han dicho (respecto de El segundo sexo): que fue el origen histórico, simbólico, teórico del feminismo contemporáneo”.
“Una bomba de acción retardada que no termina de explotar”, decía hace 25 años Susan Sontag, en una miniserie dirigida por Josée Dayan, que la televisión francesa dedicó a ese célebre tratado que, efectivamente, sigue dando que hablar. Hace dos años se estrenó en Francia con gran éxito de audiencia el telefilm Sartre, sobre la relación de la famosa pareja engagée, con Anne Alvaro en el papel de Simone de Beauvoir, la teórica, novelista, filósofa, militante política que renegaba de la maternidad pero que supo escribir Una muerte muy dulce, conmovedor relato que la acerca a su propia madre después de muerta.
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