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Vestida con falda línea A, blusa con volados y sobre un par de colosales plataformas, el viernes por la mañana en el jardín del Museo Metropolitano de la calle Castex, Carolina Muller –quien sin ningún pudor por su veneración hacia la moda se proclama “fashionist” antes que diseñadora– recibía con una sonrisa a las comensales que asistirían a su desfile a la hora del brunch, acompañada de su pequeña hija, ataviada con remera de ositos, camelia a lo Chanel en su pelo largo y entusiasmo confeso por la moda ídem al de su mamá.

A C. Muller la conocí hace un tiempo, durante una entrevista a la diseñadora brasilera Isabel Capeto, elegantísima cultora del folk avant-garde mientras presentaba su colección en el Museo de Arte Decorativo y de la cual vendió varias colecciones en el show room de Muller. Capeto dijo entonces sobre su representante fashionista en Buenos Aires: “Mi asistente me decía que una mujer argentina llamaba y se apersonaba en la oficina y que quería conocerme. Insistió tanto que accedí a reunirme y así empezamos una relación de trabajo y una amistad”.

Un año más tarde, sin renegar de la devoción por Capeto ni por otras firmas que pregonan el estilo de la tropicalia resignificada –que irrumpió como tendencia en las pasarelas de San Pablo y Río y se proyectó hacia el mundo– que exhibe su showroom en un departamento de altos de la calle Cerviño 3707, ahora Muller presentó su primera colección con su propia versión y factura de la tropicalia.

De un vestido de muselina en tonos púrpura con escote irregular, rememorando el glamour de los años ‘70 para pasear por el Copacabana Palace, a túnicas con volados y plisados en dégradé del azafrán al amarillo patito o un vestido azul con plisados y escote pronunciado. Entre ellos, se vislumbró la exaltación de los textiles sencillos: algodón, gabardina, seda y jersey irrumpieron tuneados con volados, pliegues, las odas a las mangas abullonadas que tanto predicó en Buenos Aires en los ‘70 la boutique Mme. Frou Frou.

Los accesorios con forma de cadenas o flores ideados por Carolina y también por el experto Julio Toledo engalanaban y rockeaban las cinturas, mientras que las pronunciadas plataformas de corcho de Mishka elevaban las siluetas de las modelos. Agrupados en dos bloques, mientras transcurría el desayuno con jugos de maracuyá y las cronistas e invitadas nos dorábamos al sol, las modelos, en su mayoría brasileras y de la agencia Visage, en sus pasadas simularon ejercicios de estilo alrededor de las múltiples posibilidades de uso de vestidos camiseros y de las democráticas blusas. El fashion show admitió también un mono negro, el traje de una pieza que surgió del imaginario de la moda de fines de los ‘60, y Halston plasmó en sus célebres versiones en jersey con escote en v para las habitués de Studio 54, acotado en su juego de volúmenes por un gran moño. Ese atuendo de una pieza que devino indispensable para este verano se le atribuye también a la radical de la moda Elizabeth Hawes, quien lo pregonó en su búsqueda por simplificar la silueta fémina circa 1930.

Los estilos de los años ‘70 fueron revisitados un día más tarde en el centro Cultural Rojas y en la pasarela del Home Movie Day. El ciclo de cine casero que se celebra en 300 ciudades en simultáneo durante octubre desde 2003 cautivó con sus rescates en formato ocho y súper ocho que llevaron para la ocasión cineastas anónimos y contenidos en sus cajas de zapatos. De las filmaciones de cumpleaños, casamientos, disfraces para fiestas de graduación, y paseos por la playas de Gesell de los integrantes de un coro, las declaraciones acerca del uso de tintes cobrizos de Clairol o los ruleros térmicos de L’Oreal que usaba la madre del superochista Gustavo Escalante. Y también las enunciaciones sobre ropa para niños con estampas de Walt Disney, tal vez las primeros gestos de merchandising de la Argentina creados por el sastre Arbiser que acompañaron a los cortos experimentales del excéntrico dúo de narradores y cineastas padre e hijo que conforman Alejandro y Ariel Arbiser.