SOCIEDAD
Según una investigación cualitativa de la consultora Datos Claros, las mujeres de clase media urbana podrían describirse como individualistas, con lazos sociales débiles, llenas de miedos y con ninguna participación política. El estudio buscó retratar a “la señora que va al supermercado y compra”. No resulta fácil mirarse en ese espejo que, para colmo, señala con fuerza el camino de regreso al hogar y la cocina, al menos en los sectores medios-bajos.
› Por Sonia Tessa
A veces, los espejos se rompen. ¿Cuánto podrá identificarse una lectora de Las 12 con un estudio que describe a las mujeres como orientadas hacia la valorización individual y familiar? ¿Se sienten parte de ese colectivo de mujeres de clase media que ya no valoran la solidaridad y miran el entramado social desde una posición que se expresa en la frase “la gente está mal, pero nosotros no tenemos la culpa”? El espejo es inquietante y resulta difícil sacar del medio las astillas. El repliegue al espacio privado, la renuncia a las aspiraciones laborales y profesionales, sobre todo en las mujeres de los estratos mediosbajos, así como los modelos de éxito y fracaso asociados a un comportamiento individual fueron algunos de los datos más relevantes de la investigación realizada por Datos Claros. Las conclusiones salieron de focus groups, entrevistas en profundidad y 550 encuestas online, con mujeres de clase media.
Y como el mercado incluye a las personas con capacidad de consumo, el estudio se centró en esos estratos. Las mujeres que encabezan y dan sustento a los movimientos sociales no son parte de la investigación. Las convocadas fueron otras. “Mujeres urbanas, con necesidades básicas satisfechas, con un sostén del hogar, ya sea ella o su pareja, y con una vida burguesa, con más o menos opulencia”, detalló Natalia Gitelman, directora de Datos Claros.
Entre las mujeres convocadas, la solidaridad está devaluada, y la política es una actividad especializada, que se describe con desprecio. “Con los políticos nunca tenés una respuesta”, dicen, lapidarias. ¿Y la política como capacidad transformadora de la realidad? Bien, gracias.
Descreimiento de la política y poco espacio para la solidaridad se combinaron en las entrevistadas, que admitieron la modificación de su escala de valores. “Han cambiado las percepciones sobre la solidaridad. Ellas mismas expresan que están menos permeables a cuestiones solidarias y más individualistas, dicen que el día a día las va llevando a eso”, puntualizó Gitelman, quien agregó que esta elección no genera un plus de culpa en el grupo estudiado. La socióloga considera que esta renuncia al altruismo también tiene que ver con un proceso social. “La mujer desde hace tiempo viene armando un proceso de individualización”, apuntó.
En ese sentido, el altruismo era también un imperativo de género de las mujeres, llamadas a “hacer todo por amor a los demás”. Sin embargo, su correlato político abre otras lecturas, que amplía efectos a toda la sociedad. El estudio lo describe como un “lazo social débil”. Y la socióloga admite que estas nuevas configuraciones se deben a la tierra arrasada dejada por la dictadura militar y el menemismo. “Tenemos un preconcepto sobre ciertos valores sociales, pero cuando escuchamos a estas mujeres se muestra más descarnada la realidad en la que estamos –planteó Gitelman–. No desdigo de la lucha que pueden tener algunas mujeres. Hay casos y casos, pero estamos hablando de la media, de la señora que va al supermercado a comprar.” Y entre todas las entrevistadas, no hubo ninguna que expresara su compromiso con alguna instancia de participación social.
En este punto, Gitelman aseguró que el estudio apuntó a lograr una radiografía de cómo piensan las mujeres de la clase media. “No partimos de un juicio de valor sino de una realidad que atraviesa y rompe con ciertos mitos. La idea era ver qué les pasa en la vida cotidiana, qué les fue pasando con sus valores, qué cosas las motivan.”
“El lazo social débil se observa desde hace muchísimo tiempo, no hay responsabilidad social. El problema está en el afuera: es la política, los corruptos, los malos, los ladrones. Pero en eso, las personas entrevistadas sienten que no tienen nada que ver ni hacer”, describió. Para Gitelman, los conceptos de solidaridad y el compromiso están relacionados con un mito. “Son mucho más discursivos que desde la práctica cotidiana. Se cree que la mujer es sensible y solidaria, pero en la realidad no es así. Porque están ocupadas, porque su marido está con temor de perder su trabajo, por el día a día”, aseveró.
Esa situación se combina con un proceso que podría describirse con una inversión de los años 60. Mientras entonces las mujeres de clase media iban a las universidades, entraban en el mercado laboral y no querían ni siquiera oír sobre quedarse en casa lavando los platos, el camino de las actuales –a juzgar por el estudio– es el inverso. Aunque no para todas, ya que también aquí las elecciones no son tan libres como parecen a simple vista. “Hay dos discursos, la clase media alta, que están pudiendo proyectarse en una realización personal más allá de la familia, y los sectores medios bajos, donde las mujeres pueden optar entre salir o no a la calle, y ahí vemos que ellas están más concentradas en el hogar y la familia”, describió Gitelman, quien matizó: “En cambio, en los sectores bajos, ellas tienen que salir a pelearla mucho”.
Esa fue una de las sorpresas que le deparó el estudio a Gitelman: la cantidad de mujeres de clase mediabaja que decidieron quedarse en su casa a cuidar a los hijos. “Resulta sorprendente, porque hay muchas que eligieron vivir más ajustadamente pero quedarse en la casa, sin salir a realizarse más allá de la familia”, expresó Gitelman. La renuncia es una de las constantes entre los sectores medio-bajos. Son mujeres que dejaron sus ocupaciones para quedarse en casa. “Mi marido decidió que dejara que trabajar cuando llegaron los chicos”, relató alguna. Otra entrevistada contó que había dejado de estudiar porque se lo pidió su hija.
Y claro, allí aparece el terror al nido vacío. “Sobre todo en estas mujeres que se quedaron en la casa al cuidado de su familia y armaron su vida en relación a esto. Por eso, les da mucho miedo, se preguntan qué van a hacer cuando los chicos se vayan.” No es el único miedo que opera en sus vidas. “Las madres de adolescentes están muy asustadas por lo que pueda pasarles a sus hijos en la calle”, indicó Gitelman.
La sorpresa atravesó a la socióloga. “Yo me pregunto cómo un marido te puede pedir que dejes de trabajar, me pareció medio retro. Muchas cuestiones de género siguen subsistiendo, pese a los avances”, indicó Gitelman, quien hizo un correlato con su propia vida. “Como persona que me considero muy independiente, me siento culpable porque cocino mal, la presión social llega desde todos lados, desde los chistes o las demandas. Los logros de género, sobre todo en ciertas cuestiones ancestrales, llevarán mucho más que 20 años para permear a toda la sociedad.”
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