Vie 28.02.2003
las12

RESISTENCIAS

Mujeres de Zanon

Los hornos de la fábrica de cerámica Zanon volvieron a encenderse después de que sus dueños se declararan en quiebra, gracias a la determinación de sus trabajadores: casi trescientos hombres y ocho mujeres. Ahora, producen una nueva línea ornamental que bautizaron Obrera en honor a su lucha.

Por Florencia Gemetro

“¿Sabés cuántas cosas me he perdido yo por no pelearme con vos?”, improvisa Rosa igual que cada vez que su marido le reclamaba que se quede en la casa para hacer las compras o atenderlo después de un día agotador. Las cosas no fueron sencillas durante la toma en Zanon. Hubo días que volvía a trabajar con los ojos llenos de lágrimas después de discutir noche tras noche con su esposo. “Pero el conflicto me hizo más fuerte. Ahora una semana antes le avisó: ‘Me voy a Buenos Aires, y si no te gusta, sabés dónde está la puerta’”. Sentadas a su izquierda y repartidas en una tabla rectangular que hace las veces de mesa están Delia y Aída. Son tres de las ocho únicas mujeres entre los casi trescientos operarios que protagonizan el conflicto de Zanon, la empresa de cerámicos más importante del país. Hace dieciséis meses los dueños quisieron cerrarla, muy a pesar de los trabajadores/as que la recuperaron y la mantienen abierta y produciendo, gracias a la lucha y la organización del control obrero.
El frío invernal disimulaba el calor de los hornos cuando los trabajadores advirtieron que un antiguo operario que participaba en la protesta moría de un paro cardíaco. Daniel Ferrat no recibió atención médica en la planta. Desde ese momento la lucha cobró un nuevo significado. “Decidimos que hasta ahí llegábamos, a pesar del miedo porque nos echaran o por lo que nos pudiera pasar si no nos uníamos”, recuerda Delia. Antes trabajaban bajo la estricta vigilancia de los encargados que recorrían los pasillos del sector supervisando cuántas veces iban al baño o con quiénes hablaban durante las ocho horas desde que comenzaba su turno. Una sirena anunciaba el principio de la jornada que debía encontrarlas en sus puestos, formando una pieza única entre el hierro de los artefactos y la anatomía de los cuerpos que se acomodaban al ritmo sordo de la producción.
“Ganábamos bien –dice Aída– aunque hacíamos muchas horas extra sin darnos cuenta de que perdíamos nuestros derechos.” Lo que sí sabían era que las operarias encabezaban el ranking de los despidos que se incrementaban con los años: “La empresa quería hacer una reestructuración, le llamaban polifuncional –completa Rosa–, porque para ellos la mujer no podía pararse a desbloquear una máquina trabada como lo hacía el hombre. Si no lo hacíamos era por no sacarle trabajo a los compañeros, pero ahora lo hacemos lo más bien”. Para Delia “siempre insistían en las mujeres, creían que eran problemáticas porque teníamos hijos, nos enfermábamos o teníamos nuestros problemas más allá de todo. Entonces se aprovechaban y cuando se iba una mujer traían a un hombre. Y así nos fuimos quedando muy pocas”.
Los Zanon instalaron la planta en la provincia neuquina hacia el final de la última dictadura militar cuando la promoción del “compre nacional” anunciaba las políticas de endeudamiento y especulación financiera que destruyeron las industrias locales. Aunque nunca les fue nada mal. Solíanatender a sus numerosos clientes cobijados por el decorado de una oficina tapizada con los rostros de los presidentes de la democracia. “(Carlos) Menem, (Raúl) Alfonsín, cualquiera les venía bien mientras les dieran los subsidios”, asegura Rosa mientras se empeña en descifrar la escritura en los apuntes que le preparó un compañero antes de viajar.
“La empresa tuvo 10 años de gracia, no pagaba luz, gas, agua, nada, después empezaron a decir que no era rentable y vinieron los conflictos”, continúa abandonando ya la pelea con los papeles que le daban letra. En el 2001 les rebajaron el salario, despidieron a cien obreros y obreras y dejaron de pagarle al resto que inició una huelga por 34 días hasta cobrar el dinero adeudado. La toma se gestó en las asambleas que crecían abriéndose paso entre la desesperación después de una de las decenas de veces que suspendieron el pago de sus remuneraciones.
Sobrevivieron esos días al abrigo de las ollas populares en las que humeaban los alimentos donados por vecinos, docentes, estatales y desocupados que les acercaban su solidaridad. A principios de octubre presentaron un recurso de amparo por “lock out ofensivo” –paro por cierre de la fábrica– y consiguieron reanudar la producción, pero la patronal logró que les cortaran el suministro de gas para la elaboración de los cerámicos y unos días más tarde la Justicia falló en su contra y determinó el embargo del 40 por ciento del stock para pagar los sueldos atrasados. Los dueños hicieron caso omiso a la decisión legal, intentaron cerrar la fábrica, despedir a todos y presentarse a un concurso preventivo de quiebra. Pero los trabajadores recuperaron las instalaciones y pusieron la industria en marcha otra vez.
“¿Ves? Esta es la línea Mapuche –indica Delia señalando hacia una de las figuras indígenas que revisten los vértices superiores de una cerámica–, además está la Obrera en homenaje a nuestra lucha y la Hebe en retribución por la ayuda que nos dieron las Madres de Plaza de Mayo. En nuestro periódico podes leer los detalles de los nuevas diseños –dice mientras despliega una hoja tabloide guardada en el interior de una bolsa plástica–, la cronología del conflicto y nuestro plan de lucha.” Ellas mismas autogestionan la producción a la par de sus compañeros mediante el aprendizaje del trabajo calificado, ocupando los puestos de los huyeron con la toma. De a poco restablecieron los vínculos con los antiguos compradores que se fueron acercando, reanudaron la comercialización en el interior del país y están a punto de exportar a Chile. “Porque ahora todos somos vendedores –agrega Delia–, diseñadores, agentes de prensa y administrativos más allá del trabajo que elijamos realizar.”
Cuentan con el apoyo de otras fábricas como Brukman y Supermercados Tigre de Rosario –con quienes comparten un fondo de huelga nacional en previsión de los que luchan por sus puestos de trabajo–, y con otras organizaciones “siempre y cuando no se pierda el eje que perseguimos los trabajadores”. Y emprenden camino hacia la estatización “bajo la supervisión obrera para que las ganancias vayan a obras públicas, hospitales y comedores de la comunidad”. Quieren empresas sin empresarios. “Y no competir en el mercado ni obedecer a ningún otro dueño para no caer en manos de ninguna nueva patronal.”

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