Vie 15.01.2010
las12

ENTREVISTA

Espíritu de cuerpo

El policía ideal es muy masculino, sea cual fuere su sexo. Lo civil se asocia con lo femenino, y debe ser dejado de lado. Para la antropóloga Mariana Sirimarco, autora de De civil a policía, las escuelas de formación de oficiales son espacios de transición donde el cuerpo mismo de los y las aspirantes debe despojarse de cualquier signo de debilidad, cualquier marca que melle apenas la rígida postura del macho. Así, quienes enseñan hablarán de hombre a hombre y quienes demoran en aprender serán tratados de “loquitas” o “mujercitas”. Aun cuando la formación se termine en la calle, en la escuela se aprende que el uniforme es más que aquello que se lleva sobre la piel.

› Por Luciana Rosende

En su paso por escuelas de formación de policías, presenció cómo una profesora le hablaba “de hombre a hombre” a un alumno. O un instructor instaba a “abandonar la vida civil, dejar a las loquitas y las mujeres de lado”, en un curso que incluía aspirantes mujeres. Lo civil tildado de femenino y la intención de instruir policías bien machos, sean hombres o mujeres, forman parte del proceso de construcción de agentes y oficiales, según la antropóloga Mariana Sirimarco, autora de De civil a policía. “En las escuelas de ingreso hay una intencionalidad de cortar con lo civil, en tanto se entiende que es lo femenino”, plantea.

El libro, publicado este año por Editorial Teseo, es el resultado de un estudio de campo que comenzó hace una década, para su tesis de licenciatura, y continuó hasta la tesis de doctorado. A través del trabajo etnográfico en la Escuela Federal de Suboficiales y Agentes Alberto Villar y en la Escuela de Policía Juan Vucetich, Sirimarco analizó el período de transición por el que pasan varones y mujeres que eligen ser parte de esta fuerza. Buscó entender cómo se moldea un cuerpo que ingresa como civil y egresa con un estado diferente: policía.

¿Cómo comienza el proceso de trasformación de civil a policía?

–Lo que yo analicé es cómo todo ese proceso comenzaba a partir de lo corporal. Hay que entender el cuerpo no como un cuerpo físico aislado, sino como un sujeto integral. Entonces, todo lo que se aprende también se puede aprender con el cuerpo. Lo que yo veía es que no era sólo formación física –lagartijas y demás– sino que a partir de ahí se podían encontrar un montón de pautas de comportamiento, de patrones de funcionamiento de la Policía como institución.

¿En qué aspectos ese cuerpo deja de ser un cuerpo civil?

–Una de las chicas me contaba que todo el tiempo que duraba la formación en la Escuela Vucetich –que en ese momento era de dos años– tenían que usar el pelo absolutamente tirante, con rodete y un montón de gel. A la hora de cambiarse para ir a dormir a la noche, recién ahí se reconocían el pelo que tenía cada una: se enteraban de los rulos que tenía alguna, etcétera. Era una mirada absolutamente distinta.

¿El intento de igualación hacia lo masculino por parte de la institución se percibe desde el inicio?

–Yo me arriesgaría a decir que bastante. No es que sea absolutamente homogénea la masculinización, pero sí me parece que hay un intento institucional de una cierta uniformidad. Me parece que hay una cuestión como de esconder un poco lo que es la feminidad, entendida como rasgos de mujer en particular. Muchas veces me contaban las chicas que estaban toda la semana dentro de la Vucetich y no las dejaban depilarse, llevar maquinita ni nada. Entonces tenían que esperar al fin de semana, dejar todo eso para el afuera. Esas cuestiones de llevarse cremas para la cara o los aspectos asociados al cuidado femenino no estaban demasiado bien vistos.

¿Por qué hay una intención de esconder la feminidad?

–Lo que yo veía es que no bien se ingresa a estos cursos hay como un discurso feminizante de la sociedad. Adjudicarle valores que tienen que ver con ser débil a lo civil en general. Obviamente es un discurso institucional. Justamente los ingresantes, que vienen del ámbito civil, tienen que perder todo eso para devenir policías. En ese sentido me parece que se puede hablar de masculinidad en términos institucionales, no tanto asociado necesariamente a un hombre; sobre todo como una característica de poderío, de mando. Todos los ingresantes en ese sentido son un poco civiles, femeninos.

¿En qué aspectos aparece la exacerbación de la masculinidad?

–Me parece que hay mucho cuidado por parte de los instructores de resaltar ciertas cuestiones que tienen que ver con la voz: empiezan a hablar como a los gritos, con vozarrón fuerte. O la manera de pararse. Como apostar a esa cosa de ser hombre y ser macho. Muchos me han contado que cuando entraban hablaban en voz bajita y aprendieron a gritar, a hablar de otra manera.

¿Hay algo de actuación, de sobremasculinidad?

–Sí, yo creo que obviamente muchos de quienes pasan por estos períodos de socialización entienden perfectamente qué es lo que tienen que hacer para sobrellevar el curso. Pero sí muchos me contaban que después cuando salían a la calle les era muy complicado deshacerse de eso: se encontraban hablando a los gritos y tratando a todo el mundo de usted, siendo muy cuidadosos en la manera de pararse. Me interesaba ver ese discurso institucional y también cómo esas narrativas en algunos casos son burladas. Eso sucede todo el tiempo. Por ejemplo, me acuerdo que las chicas tenían que dar tantas vueltas a la pista de atletismo con un fusil pesado, en días de calor. La instructora se paraba en una parte, y cuando ellas estaban bastante lejos de la instructora, empezaban a caminar o la que era más chiquita y el fusil le pesaba mucho se lo pasaba a las compañeras, y cuando volvían a cruzar delante de la instructora volvían a agarrar el fusil. Hay un montón de chanzas y de cuestiones que tienen que ver con evadir momentáneamente esa norma institucional sin que les resulte demasiado caro el riesgo.

¿Esa masculinidad del sujeto policial aparece en las instructoras de las escuelas?

–Masculinidad en tanto modo de actuación que se puede dar tanto en hombres como mujeres. Me parece que es una manera también de posicionarse y eso es lo que intenta la institución. Una manera de posicionarse frente al otro, de tener firmeza. Es algo que rescataban muchas de las alumnas, que tenían una instructora fuerte, que no arrugaba, que hacía bailar hasta a los mismos hombres, como un lugar si se quiere de respeto ganado de esa manera.

¿El discurso con respeto a la vida civil asociada a lo femenino es explícito?

–Creo que institucionalmente en estos períodos de ingreso sí. Tiene que ver con la masculinidad, con esta concepción de un sujeto duro. Con que se tienen que empezar a separar de un montón de pautas y actitudes que ellos asocian a la cuestión civil. Teniendo eso en cuenta me parece que sí, que en la institución policial, cuando se habla de escuelas de ingreso, hay una intencionalidad de cortar con esto, en tanto se entiende que lo civil es lo femenino. Después, lo que sucede fuera de las escuelas me parece que es más complejo. Es importante marcar la distinción entre lo que sucede en las escuelas de ingreso y lo que es hacer la carrera de policía después. Ellos siempre dicen que a ser policía se aprende en la calle, no en la escuela. Por eso me parece que tiene que ver con preparar a un cuerpo, sacándole todo lo que se considera que no debería tener.

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