Viernes, 12 de febrero de 2010 | Hoy
RESCATES > CONCEPCIóN ARENAL 1820-1893
Por Claudia Lopez
Concepción tiene tres años cuando el ejército francés invade España, a pedido de Fernando VII y por orden de la Santa Alianza, para someter a los liberales y desactivar la amenaza de una constitución que pusiera en jaque el “renovado” absolutismo europeo. Su padre abandona la modesta casa de El Ferrol y se une, con otros desterrados gallegos, a los de Cataluña y Almería. Lejos de su hija de 9 años, muere Angel, mientras un país en bancarrota sigue pagando la ocupación militar y se aleja cada vez más de la promesa de una revolución industrial propia. La insurrección y los pronunciamientos, junto con la formación religiosa de su madre, serán el alimento espiritual de una joven que, tempranamente, confía en el dolor como acicate de la inteligencia. Observar, comprender y asistir a presos, obreros, mujeres y heridos será el “sentido práctico” que rija el pensamiento de esta socióloga en ciernes.
La madre y sus dos hijas se trasladan a Madrid, donde Concepción estudia en un colegio de señoritas mientras sueña con la masculina Universidad Central. Disfrazada de varón, logra entrar como oyente en la Facultad de Derecho, asistir a las tertulias juveniles y enamorarse de Fernando García Carrasco, con quien se casa en 1848. Ambos trabajan en el periódico La Iberia, tribuna liberal desde donde siguen de cerca la guerra civil carlista que desangra a España. En 1855 muere su marido y se traslada con sus dos hijos a Potes. Cinco años más tarde, la Academia de Ciencias Morales y Políticas la premia por “la beneficencia, la filantropía y la caridad” y su Manual del visitador del pobre es un éxito en el extranjero. La conjunción de religión y ciencia vertebra su utopía: el Estado debe garantizar orden y justicia para los desvalidos, las corporaciones deben dedicarse a conocer y resolver los problemas particulares y la acción individual debe estar regida por el amor al prójimo.
En 1864 ocupa el cargo de visitadora general de Prisiones. Descubre rápidamente que los códigos no regulan esos “antros cavernosos propios para matar buenos sentimientos y dar vida a monstruos”. Contra el derecho represivo propone el derecho protector de los criminales como el “derecho del porvenir”. Se convence, para siempre, de que las verdaderas reformas se miden por el estado de las prisiones de los países. Funda en Barcelona una Asociación para la Reforma Penitenciaria y, ante el Comité Internacional de Ginebra, se pronunciará a favor de “los prisioneros y heridos de ambos bandos” en las guerras de Francia y Prusia y, posteriormente, Rusia y Turquía. En su país, y durante el apogeo de la guerra carlista, recorre las márgenes del Ebro como secretaria general de la Cruz Roja. Finalizada la guerra, en 1875 y ya en Madrid, recibe el Premio de la Academia de Ciencias por Las colonias penales de Australia y la pena de deportación. Dirige un sistema de asistencia familiar conocido como “el patronato de los diez” y crea la “Constructora Benéfica” (casas por y para obreros) y la Asociación Protectora del Trabajo de la Mujer.
Además de proclamar la igualdad de derechos de la mujer, Concepción desbarata los lugares comunes. Contra el “sexo débil”, el “sexo piadoso” pero, también, ignorado. Escribe: “Porque, después de lo que han hecho los hombres con sus costumbres, sus leyes, sus tiranías, sus debilidades, sus contradicciones, sus infamias y sus idolatrías, ¿quién sabe lo que es la mujer, ni menos lo que será? (...) el natural de la mujer ha venido a ser un laberinto, cuyo hilo no tenemos”. Porque la mujer (casada, soltera o viuda) que a la cuestión social “no se asoma” no merece llamarse mujer, la Arenal se pregunta: “Cuando se sabe lo que pasa en las prisiones, en los hospitales... cuando se ven miles de niños preparándose al vicio y al crimen en la mendicidad... cuando se compara el precio de las habitaciones y de los comestibles con el de los jornales... ¿dónde están las mujeres?”. Ella está insistiendo en la necesidad de enseñar economía al obrero. “El ebanista o el ajustador aprenden a trabajar el hierro o la madera con perfección, pero ignoran absolutamente por qué la pieza que sale de sus manos vale más o menos en el mercado; por qué de este precio recibe él una parte mayor o menor, y por qué esa parte es insuficiente o no.”
Luego de pelearse con Lombroso en Roma y de participar en congresos de Amberes y Madrid, muere el 4 de febrero de 1893 en Galicia junto a su familia.
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