MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Entre el 18 y el 20 de marzo en Brasilia, puertas adentro de la pirámide trunca con paredes de vidrio construida por Oscar Niemeyer para cobijar al Teatro Nacional, transcurrió la edición invierno 2010 y autoproclamada pocket del Capital Fashion Week, el ciclo que desde 2005 difunde estilos del centro oeste del Brasil.
Entre plantas de begonias y de palmeras, en Brasilia, la pasarela exhibió diversidad de estilos y discursos de moda mediante dieciséis desfiles: de los nuevos talentos de la región y la camada de estilistas que se afianza en cada nueva edición de la semana del Capital Fashion Week (CFW) resaltaron un contundente desfile y un stand dedicado a moda artesanal: vestidos blancos y negros bordados con técnicas del acervo cultural, cooperativas de costureras de la región y la realización de accesorios con reciclajes.
Esos fueron los principales ejes de este encuentro de moda auspiciado por Apex Brasil –la Agencia de Promoción de Exportación y Abit, la Asociación Brasilera de la Industria Textil–. Entre los estilistas o diseñadores de autor del ciclo desfilaron Akihito Hira, Sandra Lima, Anna Paula Osorio, Erika Duarte, Romildo Nascimento, Ivan Hugo y Sam Marcuccy; la propuesta de jeanswear con producción industrial de Damyller, una lectura arbitraria sobre las capacidades diferentes con anclaje fashionista (de una modelo en silla de ruedas con falda pencil y camisa blanca a otra no vidente con perro lazarillo y una tercera que hablaba mediante lenguaje de señas ataviada con vestido negro con mallas de acrílico con prendas del actual lookbook de la firma Ortiga). Hubo, además, un cronograma destacado para la moda que se piensa en los campus y aulas de moda del Instituto Iesb, con constantes performances de sus estudiantes provistos de paraguas rojos, emulando la secuencia de títulos de Los paraguas de Cherburgo, una película musical con Catherine Deneuve. Las posteriores apariciones en pasarela caminaron por un rescate de la moda oriental a un paseo por el Egipto contemporáneo y bañadores y patchworks de impronta brasileña.
En CFW también se realizó un homenaje a Renato Russo, el cantante, compositor y bajista de la banda brasileña Legiao Urbana, quien inició en la adolescencia su carrera musical en Brasilia. De ahí que una vitrina –dispuesta en la sala contigua a los desfiles– exhibió tanto su pantalón de cuero y las botas ídem –de los tiempos de militancia punk– en la banda Aborto Eléctrico (de 1978), cuanto una camisa blanca hippie comprada en París y otra de impronta folk. Las prendas fueron prestadas por su hijo Giuliano, mientras que la música emergió en proyecciones documentales de sus conciertos.
En el comienzo del ciclo, ideado por Marcia Lima, la ejecutiva que ya llevó proyectos de moda con postulados sustentables como estandarte fashion y accesorios hechos en Brasilia a las recientes ediciones europeas del ciclo “Rock in Rio”, el jueves en la tarde emergió “Temporáneos”, una colección existencialista y reflexiva sobre el cuerpo de la artista y diseñadora Sandra Lima. Su apuesta viró a rostros y cuerpos velados en juegos de rosa, violeta, amarillo y –como contracara– el uso de sastrería experimental en negro y gris y con variedad de recortes.
Mientras Brasilia se prepara para este año celebrar sus cincuenta años, el diseñador nikkei Akihito Hira ideó un homenaje a los pioneros, constructores y primeros pobladores de la capital de Brasil conocidos popularmente como candangos. Cuentan que Hira arribó, recientemente, a la moda, luego de especializarse en tecnología y computación, que ya había cautivado con tributos de moda al film El paciente inglés y citas a la metamorfosis de los insectos.
Existe el pequeño Museu Vivo da Memória Candanga –ubicado en la cabaña de madera que antaño ofició de hospital Juselino Kubischek– y sin duda Hira lo visitó durante el proceso de investigación previo a su colección. Allí permanecen los planos originales, las fotografías en sepia con estilos espontáneos de esos trabajadores retratados por el fotógrafo de Lucio Costa y de Niemeyer, donde hay cocinas dignas de un decorado western. “Hira es uno de los diseñadores más prometedores de CFW”, apuntó Eduardo Viveira, el experto de moda masculina del site Chic.com.br. Y entre una puesta de andamios, crudas bombitas de luz, emergió una de las pasadas de moda más cautivantes que se vieron en toda la semana, bajo la pirámide de Niemeyer, con bloques tallados por el escultor Athos Bulcao. Allí irrumpieron hombres con trenchs para noche, insólitas variaciones sobre el jogging, bermudas, bufandas, derivados de la ropa de trabajo, pero cual atavíos para asistir a una gala.
Los paneles del Museu Vivo dan fe del fashionismo con etiqueta Dior y vestidos dorados que los visitantes y moradores lucieron con motivo de la fundación de la ciudad y, por entonces, se albergaron en el Brasilia Palace (el hotel chic del cual se rememora una habitación con muebles vintage).
Desde “Nómades de cemento”, el diseñador Sann Marcuccy reflexionó sobre el frenesí en las ciudades modernas, trazó estampas con fotomontaje de los murales y los mosaicos de Athos Bulcao, siguió a rajatabla los dichos de un poema sobre flores de concreto de su amiga Sandra Lima. Pero en su enunciación de diseño, describió las pasadas femeninas y masculinas editadas con coherencia de estilos como “habitués de un club underground”. Y el énfasis en el underground es uno de los matices de la moda del Brasil, que cada año celebra su edición de Casa do Criadores, en la ciudad de San Pablo.
Muchos de los presentes en el movimiento de moda de Brasilia trabajan sus colecciones guiados por el diseñador conceptual Jum Nakao, quien oficia de asesor del ciclo. Desde su célebre pasarela de ropas de papel, que se rasgaron en el mismísimo Sao Paulo Fashion Week y que ingresaron al museo de Antwerp, Jum enfatiza una mirada reflexiva y crítica sobre la moda.
Otro destacado de los nuevos talentos fue Eliel Sallustiano con la colección “Mulheres de Cristal”, que tuvo como hilo conductor el diseño de cocktail en azulino y en negro. Los vestidos irrumpieron en siluetas variadas, en drapeado a lo Halston, mangas globo y petit robe noires notoriamente experimentales. Mientras que Anna Paula Osorio, quien se inició en la moda en el Iesb –una de las escuelas de la región– presentó “Griffo”, un animal mitológico –con cabeza de águila y cuerpo de dragón– que funciona de iconografía entre los uniformados de la Policía Militar de la región. De un enmascarado y acorazado que abrió el show a innovadoras propuestas de moda utilitaria en negro, derivadas de esos atuendos.
Por otro lado, el joven estilista Ivan Hugo bautizó “Cavaleiros da Terra” a su colección arty con túnicas, ropas deliberadamente rasgadas para mujer y para hombre de impronta apocalíptica con dejos de atavíos fúnebres de impronta hippie. Mientras que Camila Prado, la más instaurada en esa pasarela –pues la transita desde 2005– llamó “Brasilia Downtown” a su colección, inspirada en el barrio Conic, el más antiguo de la joven ciudad futurista. Su visión la tradujo a vestidos strapless con graffiti, tejidos de algodón en rosa, nude, negro y azul y a un apartado de streetwear.
Un elegante seleccionado de moda italiana en Brasil
“Me gusta mucho la moda experimental porque sin duda es la más divertida”, enfatizó desde la plataforma que simuló una pista de baile tecnológica –plateada y con luces blancas– desde su morada modernista con jardines tropicales y habitaciones en verde y rosa dior, poltronas de diseño italiano matizados con piezas de pinacoteca brasileña, el embajador italiano en Brasil, Gerardo La Francescal. Lo acompañaba en su elogio su esposa Antonella, ataviada con un vestido de noche de la etiqueta Missoni. Los principales homenajeados de esa noche fueron Vittorio Missoni y su heredero Octavio –hijo y nieto respectivamente del clan fundado en 1960 por Octavio y Rosita– valiéndose de coloridos tricots en zigzags y de una antiquísima máquina llamada Rachel, habitual en la confección de bufandas.
En el line up del primer día de Capital Fashion Week, cautivó el colorido y las siluetas de Missoni, que volvió a estar en boga desde que, en 1990, la nieta del clan sacó a relucir piezas vintage entre sus amigas, y resurgió para una nueva generación de consumidoras. En Brasilia, el desfile de Missoni sorprendió con una colección provista de origamis de tricot, la superposición de túnicas sobre pantalones, vestidos maxi y mini, carteras con flecos y zapatos de noche con profusión de lazos textiles. La paleta admitió tonos dorados, celeste y rosa, mientras que la línea argumental confesó influencias de la poesía de Paul Valery. Junto a los tricots las modelos llevaban silbatos a modo de accesorio y el show culminó con sonidos de silbidos de metal.
Al apartado celebratorio del estilo italiano lo complementó “Mabro Antichi Telai”, una colección de refinada sastrería masculina y, ya al cierre del ciclo, mientras diluviaba sobre el techo de vidrio del teatro, la alta costura de Renato Balestra: vestidos de soirée barrocos en sus bordados de cristal sobre gasas y sedas coloridas, vestidos para transitar alfombras rojas. Y no temieron al romanticismo kitsch de cerrar con una novia, mientras en la ciudad futurista llovían sapos, una experta de moda italiana, la guía perfecta para comentar cada pasada, preguntó si acaso se podía recurrir al paraguas rojo de la performance estudiantil y así volver al resguardo de las habitaciones con vistas al lago artificial de esa ciudad a la que –en sus crónicas de 1970– Clarence Lispector calificó como “Una ciudad absolutamente artificial, cuyo paisaje es el insomnio”.
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