Vie 02.04.2010
las12

DANZA

Como en casa

Un espectáculo de danza que se desarrolla en los ambientes de una casona de La Boca consigue una interesante armonía entre público y bailarinas.

› Por Pacha Brandolino

Hay quienes se consideran miembros de una generación transitoria, que no es la de los comprometidos luchadores de los ’70 o la de los leves noventosos. La generación cuya marca de existencia es el tránsito perpetuo, el perpetuo presente; la generación que dejó de concebir el porvenir.

Aspera y sensible, de la compañía No Se Llama, recoge con precisión este paradigma. Los intérpretes nos depositan casi sin darnos cuenta en su liquidez, en su fluencia perpetua.

Por empezar, el emplazamiento de la pieza impone una reubicación forzosa, por un lado, y un recorrido por otro. Un teatro que no es un teatro sino una casa, completamente equipada como casa, que podría servir como casa, pero que no se usa como tal. Y que con una reminiscencia muy explícita a aquella Tamara (Lempicka) de los ’90 en la mansión de San Telmo se lleva puesta a la audiencia de acá para allá recorriéndola. Que además es fascinante y hermosa, llena de rincones viejos, plantas añosas, sabiamente restaurada, recompuesta.

Se abre el juego con la invitación a un vinito, que será repuesto tanto como se quiera. Enseguida, con sonido de fonola, se escuchan estándares de Glenn Miller o Henry Mancini, y en un cuarto muy cercano a la puerta de acceso se enciende la luz y unas mujeres como salidas de las obras completas de Silvina Ocampo comienzan indolentes sus desarrollos en un living; parece que esperan, vaya uno a saber qué. Juegan con una radio y sus sonidos, por turno, cada quien hace su ostinato o su vals. Hermoso homenaje a la querida Pina.

Las intérpretes no tienen ni el gesto ni el cuerpo de las bailarinas. A esta altura de la danza en Buenos Aires, no es suficiente con esquivar el gesto relamido o la destreza formal para esquivar el formato. Hay algo relacionado con la manera de estar, de pararse, de mirar, de no estirar el cuello, de cómo llevar la ropa. Cinco chicas que pueden pasar rápidamente del vestido estampado de fibrana con cuello marinero del comienzo a los jeans y borceguíes del momento en que nos llenan de vértigo sobrevolando un sótano en ruinas y lleno de andamios en el centro de la casa. Y entre cambio de ropa y dinámica sucede el cambio de ámbito: donde se terminó la acción, se apagó la luz y se encendió otro sitio, que puede ser lindero o en la otra punta de la casa. Nunca se sabe qué es primero: la acción o el ámbito. Impresionante. E interesante que dependa de la reacción de la audiencia. Por momentos todos vamos obedientes. Otras veces nadie se mueve y la pieza se detiene.

Un sexto personaje-sujeto, encapuchado y en bermudas, resulta una mezcla de Williams y Severino de El nombre de la rosa. Con claves sonoras varias, como botellas sumergidas en agua y percutidas, inusitadas marimbas de mesa, silla o cemento o cencerros resultantes de aporrear las esculturas de hierro distribuidas negligentemente por la casa, también es orientador de dónde va a continuar la escena.

Una vez más, la casa se impone; parece ser quien desovilla la pieza. No ocurre nada y sucede de todo. No hay episodios que contar, pero uno se va lleno de imágenes. Se pueden narrar muchas secciones, pero es imposible determinar de qué va la pieza. Un excelente ejemplar de la estética líquida contemporánea, como se dijo al principio. Súper recomendable. ¤

Todos los jueves de abril a las 21.30 en Querida Elena, Pi y Margall 1124 (La Boca).

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