Viernes, 16 de abril de 2010 | Hoy
DIEZ PREGUNTAS > A LILIANA MORENO
–Es que no se trata sólo de dar de comer, por eso cuando montamos un restaurante quisimos disparar todos los sentidos. Elegimos los colores para el espacio, los muebles, los olores, la música, que encuentres un libro de pintura, lo que ves colgado en la pared mientras comés. Creo que en principio viene del lugar donde nací, Las Heras, Mendoza, veía a mi padre en su cosecha, mi madre que traía el pan caliente, algo esencial que implica mucho más que la comida. Cuando me casé me mudé a Bermejo donde fuimos pioneros en poner una salita de teatro ahí, hoy es una ciudad de artistas.
–Quería tener más formación, estudié con Alezzo y con Fernández, me enganche en Teatro Abierto y, mientras tanto, trataba de sobrevivir y dar de comer a mis hijos haciendo lo que sabía: las empanadas que hacía mi madre. Siempre fue así para mí: cocinar, estar con mis hijos y hacer teatro, no lo veía como cosas separadas, allá y acá, me limpiaba las manos de harina y me ponía a hacer teatro, todo en un mismo sitio. Al fin y al cabo, la vendimia empieza con Dionisio: el teatro y el vino.
–Absoluta. La mujer en Buenos Aires era mucho más libre con respecto inclusive al varón de allá. Te hablo de hace veinte años. Allá eras la mujer de, acá era mucho más a la par. Aunque después se ve que debajo hay cosas que siguen siendo parecidas en todas partes. Pero acá la mujer me pareció con más coraje, la voz cantante, con un protagonismo que allá si querías tenerlo eras una loca, una puta, mal mirada, tenías que ser muy atrevida para rebelarte. Acá ya se había conquistado un espacio de protagonismo en los 80 que hoy todavía no se tiene en el Interior, aunque haya cambiado un poco.
–Son las sostenedoras, las jefas de hogar que crían a los pibes y laburan y mientras tanto son las cornudas, las calladas.
–Apenas terminó la dictadura. No exactamente por razones políticas pero todo tiene que ver, tenía necesidad de un poco de aire, Mendoza era muy conservadora. Allá hacía teatro en la Universidad y en la Legislatura que como no sesionaba la habían convertido en una sala teatral... y todo tenía un techo, una estructura muy rígida.
–Tiene una virtud y un defecto, la posibilidad de generar una fuerza común muy potente y afectiva hay que trabajarla muy inteligentemente para que no se simbiotice, que cada uno desarrolle su yo creativo. Yo lo elaboré desde lo psicoanalítico y en lo legal armamos una sociedad clara. En lo artístico, cada uno tiene su espacio diferenciado, uno maneja la galería de arte, otro el teatro... cada uno según su afinidad; incluso se puede elegir no estar, como mi hijo menor. Creo que para vincularse sanamente hay que ser respetuosos de no interferir los espacios del otro. Pero también esto se desarrolló naturalmente desde el principio, no es que de chicos, en Mendoza, yo los incluía, se daba solo, los chicos jugaban amasando al lado mío, en el fondo de la casa se hacía teatro y los chicos dibujaban la escenografía, hacían las cintas de sonido.
–Me gustaría llegar un día al ideal que es la fiesta popular, el baile en la calle. Es la fiesta de una buena cosecha y tiene que ver con un momento mío de cosecha interior. Boedo tiene que ver porque en él eché raíces. Yo digo que Boedo me eligió, y yo acepté porque el cielo está más cerca que en otros lugares de capital. Aunque al principio el barrio no me entendía, yo hacía algo que sin ser gourmet era distinto, y la gente suele esperar que uno haga lo que hacen todos. Además tenía costumbres medio provincianas como vender empanadas por la calle o comer en la vereda, al principio y recién terminado el proceso, nos mandaron a la policía, nos tiraban piedras. Cuando por fin te empiezan a entender, te agradecen, te acompañan, y hoy es más lo positivo que me han dado. Me gusta abrir la puerta no sólo para que vengan a comer, arreglamos la terraza para poder hacer teatro al aire libre, música, queremos brindar con el barrio, que se lo merece. El vino es la posibilidad del encuentro.
–Todavía es un working progress, es una obra de teatro, un unipersonal, el relato de mi propio periplo. Voy desovillando hasta llegar al origen, el paisaje personal. Una mujer que viene del campo con el conocimiento de la naturaleza y en la ciudad toma el vino secreto de otro conocimiento, interior, desciende primero a las profundidades de todos los problemas que encuentra y de todo eso saca conocimiento y fuerza. Y la obra tiene una idea de destino, de flecha lanzada desde antes de nacer.
–Sigo buscando la verdadera fuerza femenina, sacándome capas culturales para llegar a lo natural de lo femenino, lo salvaje en el buen sentido. Claro, con el desarrollo de nuestra conciencia, no digo salvajes como brutales. Es una fuerza diferente a la de los ‘70 en que me parece que sacábamos nuestra parte masculina, ahora en cambio son los hombres que sacan afuera su parte femenina y nos encontramos más amorosamente y más inteligentemente.
–Los personajes femeninos de Lorca no es que me identifican sino que los siento tan conocidos, ese clima de los pueblos lorquianos, esas tragedias encerradas allí en una aparente quietud cotidiana, es tan de los pueblos nuestros del interior.
Liliana Moreno es actriz y dueña del restaurante-teatro Pan y Arte en el corazón de Boedo. Primeramente levantaron con su ex marido Pan y Teatro. Están desarrollando el ciclo Vendimia Boedo en este mes que en Mendoza culmina la cosecha: charlas sobre cómo degustar y combinar los diferentes vinos se entrelazan con charlas filosóficas sobre los mitos asociados al vino, recitales de tango y folclore, lecturas de poesía, danza y performances, proyecciones y teatro.
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