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Viernes, 28 de marzo de 2003

Buenos Aires negra

Para fortalecer la identidad de una comunidad históricamente invisibilizada, la Defensoría del Pueblo prepara un proyecto que recopila las historias familiares de los descendientes de africanos y de los migrantes de ese continente. Los relatos desnudan una larga tradición racista que existe, tanto como los negros.

 Por Marta Dillon

Mi papá sintió el llamado de la música y la música lo acercó a su identidad. Empezó tocando las congas y el bongó, aprendió solo. Acá en la foto está con sus compañeros de grupo, los hermanos Desimone y Osvaldo Ovella. Mi padre siempre me habló de mis abuelos, de mis bisabuelos, siempre dijo con orgullo que él era afrocaboverdiano, no portugués como dicen muchos de los que llegaron a principios de siglo de Cabo Verde. Yo me hice las rastas como un homenaje a mi herencia afro, porque recién ahora descubro el valor de la identidad. Siempre fui el morochito, el negro, Camerún, no es cariñoso, uno se da cuenta de la intención del insulto. A veces me doy cuenta de que el último asiento del colectivo que se ocupa es el que está a mi lado. Fijate que yo lo veía como algo normal el trato hacia mí hasta que me metí en este ambiente de afrodescendientes y conocí todo lo referente a los derechos humanos y a revalorizar mis raíces y mi identidad.” Gabriel Lima Costa es músico, como su padre. Tiene la piel morena, aunque no tanto como para que se note a simple vista que sus ancestros nacieron en Africa. Junto a sus compañeros, el padre de Gabriel se ve como en negativo en esa foto que su hijo mira largamente para obligar a la memoria a narrar una historia a partir de esa imagen. Esa es la propuesta del proyecto que la adjunta en derechos humanos de la Defensoría del Pueblo, Diana Maffía, está impulsando junto a la organización SOS Racismo que dirige Angel Acosta. Fotos Narradas es “el modo que encontramos para recuperar las historias personales, los testimonios de los que integran la comunidad afro en Buenos Aires, un grupo discriminado y lo que es peor, invisibilizado, tanto que directamente se niega su existencia”, dice Maffía.
Que en la Argentina no hay negros es un peligroso lugar común. Lo usó el abogado José María Soaje Pinto hace un par de semanas en su alegato como defensor de Fernando Mazzini Uriburu, condenado a diez meses de prisión en suspenso por haber dicho que “a los negros hay que matarlos de chiquitos”, frente a una abuela negra y su nieto. El mismo argumento sirvió al personal de migración del aeropuerto de Ezeiza cuando el 24 de agosto del año pasado detuvo a Magdalena Lamadrid. Su pasaporte argentino resultó sospechoso en manos de una mujer negra, descendiente de esclavos, quinta generación de argentinos. Sin embargo, en el Informe Preliminar sobre la Comunidad Afro en la Ciudad de Buenos Aires, que también realizó la Defensoría, surge que el 40 por ciento de los relevados son afroargentinos. La mayoría con más generaciones de nativos que cualquier otra familia descendiente de europeos.


La foto de Angel no es histórica, aunque cada uno de los hechos que siguieron a la muerte de su hermano y que buscaron homenajear su memoria sea para él un hito a tener en cuenta en el futuro. Angel Acosta es blanco en apariencia. Es el único blanco de los tres hermanos que nacieron de un matrimonio uruguayo. “Toda la familia de mi padre es afro, pero como mi mamá es blanca, yo nací blanco. Pero yo estoy orgulloso de mis orígenes y si estoy aquí en la Argentina es porque mi papá nos dijo un día a mi hermano y a mí que de este lado del Río de la Plata se habíaintentado ocultar la cultura de los negros. Nosotros vinimos con mi hermano en 1985 y desde entonces trabajamos para rescatar las tradiciones propias de nuestros ancestros.” José Delfín Acosta murió el 5 de abril de 1996. Hasta entonces había dirigido un centro de cultura negra junto a su hermano Angel, daba clases de candombe en el Centro Cultural Ricardo Rojas, confeccionaba sus propios tambores y hasta había formado una comparsa para abrir las llamadas del Carnaval aquí en Buenos Aires. José era un activo militante por los derechos de los negros en la Argentina y fue por eso que aquella madrugada lo detuvieron. Porque se interpuso entre la policía y dos muchachos brasileños que salían de una disco –Maluco Beleza– del centro y a los que se querían llevar sin explicaciones. José se presentó y mostró su DNI ante los efectivos cuando notó que entre las 20 personas que había en la calle sólo querían llevarse detenidos a los negros. El DNI quedó tirado en el piso cuando lo subieron al patrullero, arrojarlo fue el gesto que le dedicó quien se lo llevó esposado. Unas horas más tarde José moría en una camilla, antes de llegar al hospital. En la Comisaría 5ª dijeron que estaba drogado y que los golpes que le produjeron la muerte se los había dado él mismo en su locura de alcohol y cocaína. La causa judicial que siguió se cerró en quince días por ausencia de delito. Angel consiguió que se reabriera, por poco tiempo. Ahora espera que se pronuncie la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Mientras, recopila los testimonios de Fotos Narradas.


Gabriel sabe que ese hombre alto y de sonrisa deslumbrante que abraza a su padre en la foto es Osvaldo Obella, pero eso es todo lo que sabe de él. Angel está seguro de que Elida Obella lo va a reconocer como uno de sus tantos parientes. Esta mujer que hoy trabaja en la embajada de El Congo es descendiente de los esclavos que pertenecieron a la familia Alzaga Unzué, el apellido de su abuela paterna es de Alzaga Unzué, con minúscula, para denotar la pertenencia. Su madre es descendiente de la familia Murature, a su abuelo se le otorgó, a fines del siglo XVIII, el puesto de portero del Congreso de la Nación. Un puesto vitalicio que por ley le correspondería después a sus descendientes. Un curioso legado, el trabajo está asegurado pero siempre en el lugar del negro: sirviendo a los otros, abriéndoles la puerta. Hoy es común ver en los hoteles de lujo y en muchas discotecas a otros porteros negros. Parece ser un signo de distinción. En su diálogo con Angel, Gabriel se entusiasma con la posibilidad de saber más sobre los compañeros de su padre, fallecido en 2000. Es que además, desde que está decidido a recuperar su identidad afro se ha relacionado con la familia Obella, sin saber que su padre lo había hecho antes, justo cuando sintió el llamado de la música y de la identidad. “En general, la comunidad está conectada, uno de los vínculos más fuertes es la música. Pero también la discriminación, los problemas legales, las trabas que encontrás en todos lados –cuenta Angel–. Te encontrás a través de los abogados o porque en tribunales hay quienes ya conocen de nuestros problemas y nos ponen en contacto.”


Balthazart eligió una foto para la que posó con sus compañeros de tercer grado, en Costa de Marfil. Emigró hace siete años porque quería “conocer otros mundos”. Su destino inicial era Chile, pero conoció a un cónsul argentino que le juró que aquí no había negros y decidió venir a comprobarlo. “Cuando me inscribí para estudiar español le pregunté a la profesora si acá había negros y me dijo que conocía a algunos nigerianos, pero ningún argentino. De todos modos me puso en contacto con su hija y ella me presentó un cubano. El cubano me presentó a un argentino que era caboverdiano, bastante blanco. Me dijo que él no tenía nada que ver con los negros, que si quería ver algún negro me vaya al Congreso, que creía que ahí había uno trabajando de portero, pero pasé por la puerta y había tanta policía que seguí de largo.” Balthazart tiene 37 años, él es africano, integrante de ese 30 por ciento de la comunidad que relevó laDefensoría –el otro 30 corresponde a afrodescendientes, es decir descendientes de africanos nacidos en otros países de América latina–. Su interés por encontrar otros negros nativos no era antropológico, sencillamente quería reunirse con quienes sufrieran la discriminación que él sufría y no tuvieran problemas por ser extranjeros. “Después de lo del Congreso me encontré con un peruano que aseguró conocer a unos en una villa de Pompeya. Fui hasta ahí pero me dio miedo entrar a la villa. Le pregunté a un vendedor y se río de mí. Los únicos negros que conocía, dijo, eran los villeros.” Balthazart ahora forma parte de SOS Racismo junto con Angel. Curiosamente, el primer negro rioplatense que encontró era blanco.

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1-El papá de Gabriel Costa Lima, junto a Marilina Ross
y Enrique Desimone. 2-Balthazart en la foto
que eligió Angel Acosta,
detrás la imagen de
su hermano José. 3- Los hermanos Desimone
(en los extremos), Osvaldo Obella y Costa Lima.
 
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