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Viernes, 28 de marzo de 2003

GAULTIER YA MADURó

Tiene 50 años, y ya no es el oxigenado excéntrico que escandalizaba con sus colecciones en las pasarelas de París. Sigue rubio platinado, pero está más tranquilo y se siente más seguro que hace veinte años, cuando se le ocurrió una línea de ropa de noche con estética de ropa interior: esa idea cambió hábitos y marcó tendencias que todavía sobreviven.

Por Eugenia de la Torriente*

Jean Paul Gaultier realizó su primera colección en 1976. Desde entonces ha regalado algunos de los momentos más excéntricos y reconocibles de la historia de la moda. Se ha divertido de lo lindo y, sin quererlo, ha hecho mucho por acercar la moda a los que no están interesados en ella. Mediático, excesivo, inteligente y, en contra de lo que muchos creen, muy realista. Hoy, a sus 50 años, su tiempo dorado ha pasado. Otros representan el papel de niño mimado, de rebeldes consentidos. Y él se ha reinventado. Ha madurado y ha refinado su discurso estético. Ha sabido domar la espinosa y arcaica alta costura y vender bien sus icónicos perfumes. También ha entendido que en los hombres tendrá siempre un público fiel.
La cita es en París, para comer. Una mesa reservada en una lujosa brasería paradigmáticamente francesa, a la sombra de la ópera de la Bastilla. Llega puntual, abrigado con un sorprendente anorak de una firma deportiva despojada de todo glamour. Debajo, una perfecta americana negra. Y el imprescindible pelo hiperoxigenado. No puede comer sal por prescripción médica, y está a dieta. Así que pide pescado a la plancha. Le tientan las papas fritas y los postres. Se ve a la legua que es goloso. Tiene la risa y la entrañable franqueza de los que lo son. Hablando, no se reserva, no se guarda. Ríe y habla de forma sincera, pero tampoco parece dar demasiada importancia a sus palabras. La gente lo reconoce de inmediato, un mozo le pide un autógrafo que firma solícito. Su gente lo mima y, en verdad, transmite esa clase de ingenuidad que despierta el instinto de protección de cualquiera.
–Muchas veces ha citado a su abuela como influencia fundamental en su vida personal y profesional. ¿Por qué fue tan importante?
–Ella me dejó libertad para hacer lo que quisiera. Era una especie de consultora profesional y daba la clase de consejos que me enseñaron lo importante que es vestirse. Según cómo te vistas puedes conseguir que la gente te vea de diferentes formas. Además, me dio confianza y me dejaba dibujar tanto como quisiera. Yo no tengo hermanos, así que me pasaba el tiempo dibujando o fantaseando. También me dejaba vestir a mi oso de peluche. Y hacer cosas como ponerle el sujetador-cono que mucho más tarde hice para Madonna.
–¿No hubiera preferido una muñeca?
–Por supuesto, pero mis padres no lo consentían, así que usaba mi oso. Y con él experimentaba lo que veía. Le hice una operación de corazón, por ejemplo. Porque era la época en que empezaban a practicarse. También lo casé al mismo tiempo que lo hizo Fabiola de Bélgica. Lo travestí por completo. Y el sujetador-cono no sale de otra cosa que de mi desconocimiento sobre el pecho femenino. Yo quería que fuera una mujer e hice una aproximación a ello para transformarlo.
–Visto así, no parece la provocadora y estrambótica decisión que luego ha sido...
–Para nada. La influencia primera fueron los corsés de mi madre. Para mí eran objetos bonitos, abstractos, pero extraños, ya que no alcanzaba a comprender qué eran exactamente. Poco a poco fui investigando. Metiéndomeen su armario cuando ella no estaba. Un día la vi poniéndose uno y me quedé maravillado. Ese fue un momento de infancia que volvió a mí más tarde, cuando empecé a hacer moda y observé la reacción de algunas chicas que exhibían su ropa interior. Era el final de la era hippy y, como reacción, volvían a llevar sujetador. Entonces se me ocurrió crear ropa exterior con esa estética y llevarla por la noche. En realidad, nunca hago las cosas por mero capricho. Siempre que diseño algo es porque creo que hay gente que lo está pidiendo. Creo que mi trabajo es sólo trasladar deseos a la realidad.
–¿Cómo se pulsan esos deseos?
–Tienes que estar abierto. Atender a cómo se mueve, cómo vive, qué dice la gente. Estar en contacto con la realidad. Me parece una falacia pensar que un diseñador es un artista. Somos modistos o diseñadores, que ya está bien. Estoy muy orgulloso de serlo, porque es muy difícil. Hay muchos que tratan desesperadamente de hacer algo artístico, y lo hacen mediante ropa abstracta, conceptual. Eso no tiene nada que ver conmigo. La ropa debe estar pensada para ser llevada, tiene que seducir. Hay mucho que pensar y que inventar con la ropa real, no hay necesidad de excusarse en lo irreal. La mejor ropa es la que todo todo el mundo quiere ponerse. Si nadie se relaciona con su ropa, un diseñador no es bueno. Al menos, ésa no es mi ambición, no es el motivo por el cual quise ser diseñador.
–¿Sigue encontrando motivos para querer serlo después de 25 años?
–Por supuesto. En el momento en que pierda la ilusión lo dejaré. Cuando haces las cosas sin estar motivado no hay forma de hacerlas bien. Yo soy una persona muy afortunada porque hago lo que siempre he soñado, pero no tiene ningún sentido que llegue a convertirse en una pesadilla. Si la carga de la responsabilidad y el marketing se vuelve demasiado pesada, lo dejaré.
–Usted no estudió diseño de moda. ¿Dónde aprendió?
–Leía muchas revistas. Con ellas aprendí que en una colección puedes tener ropa que provoque, pero tiene que conectar con la realidad. En aquella época no era habitual pensar que se podía cambiar en nada el look que el diseñador elegía. Y era la intervención de otros sobre el trabajo del creador lo que me interesaba. Cuando empecé en la moda, los diseñadores no estaban en su mejor momento.
–Aunque no estuvieran en su mejor momento, trabajó con grandes maestros como Pierre Cardin. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Cardin estaba bastante loco. Era muy bueno, pero estaba loco. Tomaba un objeto y lo convertía en cualquier cosa. Para él, nada estaba definido. Todo podía ser todo. No entendía lo establecido, y eso era fabuloso, pero en ese momento su trabajo no era el que mejor encajaba con el espíritu de los tiempos. Y en moda, eso lo es todo.
–¿Qué le hizo empezar su colección de alta costura?
–La costura de ese tiempo estaba acabada, pero podíamos empezar una nueva. Esa fue la premisa que me empezó a motivar. Luego las cosas se fueron complicando. Me tantearon para encargarme de dos colecciones: Patou y Dior. Patou no tenía un estilo definido, y me pareció interesante que cada temporada se encargara de ella un diseñador diferente. Pero era demasiado caro. En cualquier caso, yo ya tenía el gusanito de hacer una colección de alta costura. Sólo una. También me propusieron hacer Dior, pero John Galliano empezó con Givenchy y a Arnault (Bernard, el presidente del grupo LVMH) le gustó tanto que se lo llevó a Dior y me pidió que yo me encargara de Givenchy. Eso me decepcionó enormemente y dije que no. Givenchy no me hacía soñar, y tienes que estar muy motivado para crear bajo el nombre de otro.
–¿Pero no se ha perdido mucho de ese espíritu de ropa pletórica que define a la alta costura?
–Sí, y es triste. Antes se tenía ropa preciosa para salir o para los domingos. Era un bonito esfuerzo por tratar de dar lo mejor de nosotros mismos a los demás. Eso me parece encantador. Ahora estamos acostumbradosa pasar de eso, incluso a despreciarlo... Para ser totalmente honesto, no puedo decir que yo sea una persona bien vestida.
–Uno de sus principales méritos ha sido siempre su capacidad para mezclar, lo que hoy parece estar más en boga que nunca. ¿Se siente en cierta forma homenajeado?
–Vestirse es hacer un collage, y yo siempre lo he hecho de forma natural. Me gusta pensar que diseñar es como pinchar música, mezclar fuentes y crear algo nuevo con la mezcla. Y ésa es una idea completamente opuesta a lo que antes era la moda: conjuntos perfectos. Es bueno comprender que lo moderno no surge de la destrucción, sino de la incorporación de elementos nuevos, atípicos.
–¿Diría que es usted un visionario?
–No, no soy un visionario. No soy Paco Rabanne (risas), aunque respeto enormemente su trabajo. No tengo el espíritu para hacer ese tipo de cosas. Su cerebro es muy especial y ha ideado cosas atemporales, llenas de fuerza y de locura.
–¿Siente que aún le quedan cosas por hacer en la moda masculina?
–Muchísimas. En el pasado, ellos se vestían tanto o más que las mujeres, pero en el siglo XX fue el fin. Perdieron la educación. En los ‘80, cuando empecé con la ropa para hombre, hice propuestas más de moda, más femeninas. La feminidad está en las personas, no en la ropa. Un hombre muy macho puede llevar ropa con elementos femeninos y seguir siendo macho. Eso es lo que yo creo, y por eso empecé de forma muy ingenua, me lancé a imaginar. Al principio funcionó muy bien, pero fui demasiado rápido. Al tener éxito, seguí y seguí. Pero los hombres necesitan ir más despacio, no están educados para cambiar tan rápido. Hay que entender que un cambio que a las mujeres les cuesta un año, a los hombres les cuesta diez.
–¿Le ha quedado algo por decir?
–El vestido más importante que existe es el preservativo.

* El País/Página/12.

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