Viernes, 14 de mayo de 2010 | Hoy
EL MEGáFONO)))
Por Francis Rosemberg
Arroz con leche, me quiero casar con una señorita de San Nicolás,
que sepa coser, que sepa bordar...
Los nenes con los nenes,
Las nenas con las nenas...
Desde la más tierna edad se comienzan a establecer las diferencias de género: ¿Qué les corresponde a los varones y qué a las nenas? Nada hay por naturaleza que determine que, al nacer, a los varones se los vista de celeste y a las nenas de rosa. Estos son mitos, usos y costumbres, convenciones sociales y culturales. Sin embargo, marcan el derrotero de vida de hombres y mujeres.
Si alguna niña desea andar en bicicleta, trepar a los árboles o unirse a los juegos de sus pares varones, será la “machona”, “varonera” o “marimacha”. Mientras que a ningún muchachito de 4-5 años (plena etapa del juego simbólico, cuando se empiezan a construir los roles sociales) se le ocurra tomar un muñeco en sus manos. Ni intente esbozar los primeros pasos de lo que más tarde será su función de padre, jugando a acunar o alimentar a un bebé porque inmediatamente se despertará el temor: ¿No será maricón? Estas diferencias se van reforzando cotidianamente.
Que hombres y mujeres somos diferentes es obvio y no es ese el problema. El problema está en que para nuestra sociedad las diferencias implican jerarquías que empiezan a decretarse a través de roles y funciones desde la escuela, como por ejemplo: “Las nenas son tranquilas (buenitas) y los varones revoltosos”. O “Las nenas son más prolijas y aplicadas pero los varones son más inteligentes”.
Por eso, es esperable que las mujeres se destaquen en lengua y los varones en matemáticas, las nenas en arte y los varones en ciencias y tecnología... según los mitos que circulan entre los docentes en las instituciones escolares. Y, si bien algo de todo esto está cambiando, nos queda todavía mucho camino por recorrer. Todavía somos las mujeres las que mayor responsabilidad tenemos en la crianza y educación temprana de nuestros hijos. Y es en las primeras etapas de la vida de un niño donde se establecen sus matrices de aprendizaje, vinculares y sociales.
En los primeros cinco años de la vida se sientan las bases de la persona y es cuando –a través de estos estereotipos– se fijan los roles que hombres y mujeres desempeñaremos, más tarde, en la sociedad. Aunque nos pese, somos las mujeres responsables –en gran medida– de la reproducción y perpetuación de un sistema machista y paternalista.
Hoy la cultura está cambiando. Y así como las mujeres hemos entrado en un mundo largamente reservado sólo para los hombres –el mundo de lo público–, también ellos hacen sus intentos en lo que hasta hace muy poco era terreno sólo femenino: el mundo de lo privado, de los afectos, de las emociones...
Las sociedades son más conservadoras que los individuos. Llevará su tiempo, pero aires nuevos soplan... y en nuestras manos está crear nuevas prácticas de crianza, en las que no se reproduzca lo ya instituido. Tal vez podamos intentar crear nuevas modalidades de criar pensando que a esos “locos bajitos” no es mejor domesticar sino darles alas para volar con autonomía y libertad.
* Autora del libro Guía para nuevos padres, de Ediciones Continente.
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