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Viernes, 18 de junio de 2010

TEATRO

SER O NO SER

Una revisión ácida y políticamente incorrecta sobre las organizaciones armadas en los ’70 que le hacía falta al teatro. En El secuestro de Isabelita, de Daniel Dalmaroni, el apellido de la víctima se convierte en duda fatal para sus jóvenes captores.

 Por Sonia Jaroslavsky

La primera frase que se escucha en el espectáculo es: “Yo no soy Isabel Perón”, dicha por Isabel. En esta primera escena se encuentra todo el equívoco que conforma la pieza. ¿Isabel será Isabel Pavón, empleada de maestranza de la quinta presidencial, o Isabel Perón, viuda del General?

La presidenta fue secuestrada por un grupo de jóvenes bien armados/as (que fueran echados por los Montos por “fierreros o militaristas”) que ahora dudan de la identidad de La Chavela. Es así como siguen intentos de autocrítica, juicios revolucionarios, estado permanente de asamblea, donde se filtran los discursos más reaccionarios: desde la “debilidad revolucionaria” de un compañero que se evadió de la realidad con marihuana hasta la homosexualidad vista como “incompatible con la moral revolucionaria.”

Todavía hoy hay gente que cree que el vidrio blindado que le pusieron a Perón en uno de los discursos de la Plaza de Mayo en el ‘73 no era para prevenir un atentado contra el General, sino que era para distorsionar su imagen –dice Daniel Dalmaroni–, porque no era Perón sino un doble, ya que Perón estaba muy enfermo. El autor y director de El secuestro de Isabelita se refiere con esta alusión a la esencia de la obra: que trabaja sobre la creencia y no sobre la verdad histórica, aunque tenga testimonios reales de sobrevivientes de la época. En la obra esta creencia es llevada al delirio y disparate: “El delirio de creer en un falso Perón, gorila, paraguayo y de nombre Holgado”, aclara Dalmaroni.

El autor que escribió una docena de obras teatrales, además de su labor como guionista y narrador, concibe en las primeras escenas de casi todas sus obras “el punto de ataque”: momento en que en una obra se presenta claramente el conflicto. Podría ser una marca de estilo porque no quiere: “Dar vueltas para contar de qué va la obra. Me divierte sorprender en la primera escena con toda la carne en el asador”. Dalmaroni cuenta que la obra está tal cual fue concebida “en el escritorio”, pero que hubo grandes aportes de los actores: “En la escritura de la obra en el cuerpo y el espacio”. El plantel homogéneo y que le ponen el cuerpo con solvencia a este grupo de muchachos y muchachas peronistas está integrado por Viviana Suraniti, Gabriel Kipen, Mariano Bicain, Laura Agorreca, Gastón Courtade, Ivana Averta, Daniela Nirenberg y Juan Mendoza Zélis. El público rodea la escena de la sala de abajo del Teatro del Pueblo, fiel testigo de los acontecimientos. La escenografía a cargo de Marcelo Salvioli y el vestuario en manos de Cecilia Carini y el diseño sonoro realizado por Malena Graciosi generan el clima propio de los ’70 con sabia simpleza.

El espectáculo apela al humor negro y eso puede resultar “políticamente incorrecto” en una primera instancia. El director dice al respecto: “A mí el teatro me sale así. Con humor negro. Pero también, quería quitarle solemnidad al tema, además de que muchas de las cosas que suceden en la obra y que causan mucha gracia, sucedieron en la realidad tal cual están en la pieza. Basta leer La Voluntad, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós, y algunos testimonios, para ver que la obra es graciosa, porque muchas de las cosas que pasaban en esa época resultan hoy graciosas en medio de tanta tragedia. La obra tampoco evita la tragedia, ni hace como que no hubiera existido, todo lo contrario. El final es tragedia pura”.

Se trata de un trabajo sobre la guerrilla urbana de los ’70, más que sobre los Montoneros en particular, aunque ese movimiento es el que más se menciona en la obra. Para terminar Dalmaroni afirma: “Creo que es necesario hacer el intento de evitar la tentación de que los ’70 tengan un pensamiento progresista único. Hay que tratar de pensar esta época desde el peronismo progresista de manera crítica, sin temor a que se nos trate de reaccionarios. No es posible que percibamos, tantos años después, a los Montoneros como la Juventud Maravillosa cuando fueron, entre otras cosas, responsables de la fatal contraofensiva del ’79. Y hacer este intento es saludable. Ya la narrativa lo está haciendo hace tiempo (María Negroni, Martín Caparrós, Jorge Lanata, etc.) y el ensayo también. El teatro recién empieza a hacerlo”. ¤

El secuestro de Isabelita, sábado, 23 hs. Teatro del Pueblo. Av. Roque Sáenz Peña 943. Reservas: 4326-3606. $ 40.

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