PERFILES > WARIS DIRIE
› Por Flor Monfort
La euforia mundialista siempre presenta la contracara incómoda de aquello que podría ser visibilizado cuando todas las lentes del mundo apuntan a un lugar, sobre todo cuando se trata de uno remoto e ignorado como Sudáfrica. Si bien no es el país más representativo de la ablación del clítoris, práctica que hoy afecta a 150 millones de niñas y mujeres, es un ritual masivo del continente, y a Sudáfrica, como país que legalizó el aborto, condenó legalmente la violencia de género y habilitó el matrimonio gay, lo podrían posicionar con algún tipo de expresión al respecto.
Eso no ocurre y, sin embargo, el activismo de Waris Dirie sigue adelante. Ocupada en promocionar la película que cuenta su historia, a esta ex modelo somalí le extirparon el clítoris cuando tenía cinco años, en un episodio que recuerda como un ritual de madrugada teñido de lo siniestro que supone que una madre te lleve de la mano a una “ceremonia de iniciación” dolorosa hasta el desmayo. Desert Flower es la adaptación al cine de la autobiografía de Waris. Record de ventas en 2002, el libro cuenta su infancia en una tribu nómade y su huida a los 13 años, cuando la familia quiso casarla con un señor de 65. Logró viajar a Londres, trabajó en la limpieza de la embajada de Somalia gracias a un pariente lejano, pero un día se quedó en la calle y se empleó en un local de McDonald’s, donde un fotógrafo la vio y la llevó a las pasarelas, convirtiéndose en la primera modelo negra en ilustrar la tapa de la Vogue europea. Pero no fue hasta ese ingreso en el mundo de la moda que Waris entendió que lo que le había pasado era criminal, y no sólo porque su recuerdo violento la seguía persiguiendo desde entonces (“nunca más volví a jugar como antes”, contó). Lo que Waris entendió, además, es que se trata de un crimen de género que, hasta tanto no se elimine por completo, no dejará de alimentar su lucha cotidiana. “Hasta que vine a Occidente no sabía que era diferente de otras mujeres. Pero un día me encontré a mí misma y, desde que lo supe, entendí que había algo que estaba muy mal y que me perturbaba profundamente. Porque yo sabía que no estaba enferma, era una mujer perfectamente sana. Así que cargué con eso hasta que tuve la oportunidad y el coraje de pelear por esto”, dijo en una entrevista a la cadena Al Jazeera. Es así como creó una fundación con su nombre, le contó al mundo los detalles de esa experiencia y se convirtió en la cara visible de la lucha, recalcando que lo importante no es rastrear los orígenes de la práctica (que si los tiene están desdibujados, pero que no se remonta a ninguna de las religiones monoteístas, como muchas veces se asocia al islamismo), sino resaltar su finalidad: la mutilación permanente del placer femenino.
Si bien en los últimos años y gracias al activismo y la difusión del tema han llegado noticias sobre el debate interno de esta práctica en el seno de algunas comunidades, el problema, una vez más, es cómo puede Occidente penetrar en el corazón de una costumbre centenaria cuyos códigos desconoce. Muchas veces, ese mismo desconocimiento juega en contra del objetivo final, así como pone sobre la mesa la dificultad de las organizaciones: ¿convencer a los legisladores o educar a las comunidades? Está más que probado que muchas medidas que pretenden tener efecto a golpes de legislación no llegan a lograr nada en la práctica. La organización no gubernamental senegalesa Tostan logró reunir a más de 700 aldeas en un trabajo que llevó diez años para explicar los peligros y alcances de la mutilación de los órganos femeninos. La experiencia fue exitosa porque logró disminuir el porcentaje de gente que la aprueba, pero de ninguna manera logró eliminarla. Para Omeima Sheik-Eldin, presidenta de Yumma Africa, “lo común, lo normal es esto. Las niñas tienen ganas de llegar a este día, como aquí tienen ganas de llegar a la comunión. Les hacen regalos y se convierten en las protagonistas de la fiesta”.
En una escena de la película que cuenta la vida de Waris, cuando la ONU la nombra embajadora de la causa, se para frente a un auditorio que escucha su relato y los objetivos de la lucha. Habla bien Waris y convence de que sólo por su relato vale la pena mover esta pelea, evitar que miles de nenas se mueran desangradas, se partan al medio de dolor, se priven para siempre del placer del sexo. Cuán útil sería que ese mismo micrófono se abra en alguno de esos estadios llenos y se reparta al mundo, al menos en esta causa que tanto toca al continente de este mundial.
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