MARCELA FERRADAS
solita & sola
Intérprete idónea de clásicos teatrales y especialista en villanas inolvidables de la televisión, Marcela Ferradás –sin dejar de estar en “Rincón de luz” y en “Son amores”– ha asumido gallardamente el triple salto mortal de Historias de malamor, obra en la que compone alternadamente a dos personajes desesperados, solita y sola sobre la escena.
Por Moira Soto
Dos mujeres que amaron demasiado se desgarran sobre el escenario del Tuñón (Maipú al 800) los sábados a partir de las 21. Dos mujeres que representan, con sus propias particularidades, dos arquetipos sociales presuntamente opuestos: la prostituta (acá al servicio de un solo cliente) y la esposa (mantenida con libreta). La obra se llama Historias de malamor y está dividida en dos partes: la primera, Felicidad del pueblo, grandeza da la nación, de Guillermo Saccomanno; la segunda, Muerte íntima, de Liliana Escliar. Marcela Ferradás, una intérprete todoterreno, capaz de pasar sin esfuerzo aparente de la villana humorística de “Rincón de luz” a la madre intrigante de Jazmín Stuart en “Son amores”, es la protagonista absoluta de esta tragedia argentina de la vida cotidiana, causada tanto por la dependencia emocional y económica femenina como por el egoísmo y la doble moral masculinos. Nuevamente, Ferradás es dirigida por Manuel Iedvabni, con quien ya había hecho en el ‘90 El diablo y dios, de Sartre. En años más recientes, Marcela descolló en Galileo Galilei, Julia, una tragedia naturalista (sobre Strindberg), y sobre todo en Los siete gatitos, puesta de Ricardo Holcer de la pieza de Nelson Rodríguez (“un autor desmesurado, bestial, gran poeta que relaciono con Arturo Ripstein, me encantaría hacer otras obras suyas...”).
Aunque parece un animal de teatro, una actriz de nacimiento, de chica Marcela Ferradás pensó que lo suyo era ser escritora, también buscó por el lado de la música. Criada en un hogar de anarquistas y socialistas, “gente muy de leer y de amar el arte en general”, la niña Marcela se sintió a la vez estimulada y libre de elegir su camino. Después de pasar por talleres literarios como el de Roger Plá, empezó a estudiar teatro con Alberto Ure a los 16: “Mucho para mí a esa edad, en ese momento. Pero comprobé que era por ahí, y me metí con gente de la escuela de Raúl Serrano. En otra etapa, reconozco como mi maestra a Laura Yusem, con quien me formé del ‘80 al ‘84, cuatro años profundos y reveladores. Me gusta el estudio sistemático, nunca he dejado de seguir buscando, aprendiendo, experimentado”.
Apenas había empezado a cursar teatro cuando fue a una audición para El pájaro azul de Maeterlinck y la tomaron para uno de los roles protagónicos: “Al principio, todo me parecía fácil. Ahora tengo infinitamente más miedo de subirme a un escenario que cuando debuté adolescente. Ese día yo estaba radiante de felicidad, todavía no tenía conciencia del monstruo ese que es el público, no conocía esta sensación de quién me mandó estar acá arriba...”.
–¿Cuándo empezó a aflorar el miedo?
–Creo que cuando comprendí que me volvía una profesional, cuando me pagaron un sueldo por primera vez en el San Martín, en el ‘84, por hacer un pequeño personaje de Medida por medida. Antes había trabajado en cooperativa, y en mis tres primeras obras hice protagónicos. Después recomencé desde abajo, luego de parar un poco porque estaba en plena etapa de formación y además tuve un hijo muy joven, y los dos primeros añosfueron bastante difíciles. Y ahí, con esos personajes secundarios y otra conciencia del oficio, empezó el miedo. Tenía que debutar en la Casacuberta y era un poco como la pollita de Jorge Mayor, gran actor y gran persona, que hacía el protagónico. Faltaba una semana para largar y le empiezo a comentar que tengo pesadillas terribles donde llego tarde al teatro y mi escena ya pasó, me equivoco de obra, además de sufrir de diarreas, vómitos... Yo desesperada y Jorge escuchándome pacientemente. Cuando termino, me dice: “A mí me pasa lo mismo”. Y me aclara: “El día que no te pase, preguntate si seguís siendo actriz...”.
–¿Cómo aparece la televisión en una actriz tan entregada al teatro?
–Empecé tarde para los tiempos actuales, de la mano de Clara Zappettini en su serie documental “La otra tierra”. Casi enseguida me llegó una linda oportunidad con “Hombres de ley”, en cuyo equipo de guionistas estaba una amiga mía, María José Campoamor, quien insistía en llevarme. Yo no me veía mucho en la tele, mi deseo estaba puesto en la literatura y el teatro. Bueno, María me adjudicó un papelito en un programa y después comenzaron a llamarme cada tanto para protagonizar historias de determinados capítulos. En la primera mitad de los ‘90 trabajé en varias novelas que produjo Televisa en la Argentina. Pero lo mejor de todo fue el grupo que se armó de técnicos, actores, gente de producción. De verdad éramos como una familia en cuanto al afecto, el intercambio, la buena convivencia. Hicimos una remake de “El amor tiene cara de mujer”, “El día que me quieras”, “Apasionada”...
–¿Así fue que la TV pasó a ser también lo tuyo?
–A mí me encanta hacer televisión, aunque las condiciones no siempre son las ideales. Es un desafío, nadie te enseña realmente la técnica. Vas a un estudio, no tenés la menor idea de cómo te va a tomar la cámara, no sabés cómo es el plano, cómo manejar la expresividad. Mover un brazo en la sala Martín Coronado para que te vean de la última fila es esto (Ferradás traza un gran arco con el brazo totalmente extendido). Imaginate lo que hay que reducir en televisión. Fui aprendiendo sobre la marcha, son códigos totalmente diferentes, aparecen dificultades específicas de ese medio.
–Con más de una treintena de piezas teatrales y unas cuantas tiras, más varios unitarios, ¿ya sabés por qué elegiste este oficio?
–Creo que tiene que ver con la angustia por la finitud. A mí me preocupa mucho morir sin que me alcance el tiempo para todo lo que desearía hacer, más que el hecho de ponerme vieja y arrugada...
–¿Detalles éstos que, de todos modos, evitarías si fuera posible?
–Bueno, en realidad me gustaría mantener durante 450 años mi estado actual... Pero, en serio, yo soy agnóstica, no tengo ningún refugio tranquilizador, salvador. Y vivir otras vidas no es sólo lo que ves arriba del escenario: cuando estás construyendo un personaje, incluso sin darte cuenta, adoptás en la vida cotidiana gestos, expresiones de ese papel, ideas suyas con las que te identificás. Creo que esta posibilidad de entrar en otras vidas, de tomar algo, genera una ilusión de eternidad. Aparte de que, al hacer ciertos personajes, te permitís cosas que en la vida jamás harías. Es interesante lo del registro múltiple que tenemos los actores: ya con el personaje a cuestas, representándolo, percibís al público y sus reacciones todo el tiempo. A la vez estás hablando con uno o más compañeros del elenco, te están pasando cosas, estás pensando y moviéndote como el personaje, pero desde tu cuerpo, tu voz... Y lo que más me apasiona es que ese escenario donde pasan tantas cosas te permite en algún momento perderte. No irte al carajo sino entregarte sin bordes y sin fronteras porque todo está funcionando de maravillas. Pueden ser instantes durante una función, pero instantes prodigiosos. Una hace todo por alcanzarlos. Convengamos en que sí, es raro ser actor, actriz.
–¿Es verdad que en la tele las villanas casi siempre resultan los personajes más jugosos?
–Sí, claro. En “Rincón de luz” estoy haciendo a una arquetípica mala, medio loquita. Me divierto mucho porque tengo a dos compañeras actrices con las que hemos desarrollado un código común: Alejandra Darín y María José Gabin. Nos miramos y nos entendemos.
–Tampoco es trigo limpio la madre de Jazmín Stuart en “Son amores”.
–No, francamente. Ella trata de involucrarse con Miguel Angel Rodríguez. Las villanas son más agradecidas en las tiras. Otra mala que disfruté locamente fue la de “Alas, poder y pasión”, una falsa española de mala entraña. Y una requetemala resultó la de “Mujercitas”: casi no podía caminar por la calle sin que me increparan. Yo estaba haciendo al mismo tiempo con Virginia Lago, en teatro, Borges Buenos Aires. Y de pronto se podía escuchar en plena función a alguien que me gritaba: “Marta, ¡devolvele el bebé a Paula!”. Claro, teníamos 45 puntos de rating y los taxistas no me querían cobrar, en algunos negocios me hacían regalos...
–¿Cómo es esto de cargar con toda la obra, todos los personajes, que es precisamente lo que hacés ahora en Historias de malamor?
–Tuve una experiencia semejante, pequeñísima en relación, en un espectáculo multimedia, Proyecto Brecht. Ahí tomé un cuento de este autor y lo transformé en un monólogo. Me dirigió Luciano Suardi y duraba 10 minutos. Es decir que casi estoy debutando como monologuista.
–¿Historias... no es más bien un unipersonal con un desarrollo dramático propio de una obra de teatro, sin que importe cuántos personajes están en escena?
–Definido así, digamos que sí. Pero la ausencia de un compañero real sobre el escenario marca una diferencia brutal. Es un salto al vacío, un desafío enorme, aunque buscado, es verdad. Hacía tiempo que quería hacer algo con Guillermo Saccomanno y estábamos preparando un espectáculo sobre cuatro mujeres diferentes, partiendo de cuatro de sus cuentos. El escribió primero Felicidad del pueblo, grandeza de la nación, que presentamos en Teatro por la Identidad. Me vio gente del Tuñón y me propuso llevarlo a este teatro. Pero no alcanzaba, duraba media hora. Con Manolo Iedvabni, el director, sabíamos que no queríamos forzar el alargamiento del material y Guillermo no podía incorporarse en ese momento al proyecto. Una tarde, conversando, surgió la idea. Yo propuse que la que hablase en la segunda parte fuese la esposa de este hombre que ha mantenido enclaustrada a la prostituta. Manolo dijo: “Sí, y me gustaría que fuese una Clitemnestra que se exprese desde el odio”. Le ofrecimos la escritura a Liliana Escliar, que es narradora, guionista y aborda –como Guillermo– por primera vez la dramaturgia. Muerta de miedo, pero intrépida, dijo que sí, y escribió Muerte íntima, que redobla la apuesta. Yo no quería resolver mi trabajo desde el oficio sino estar abierta, en situación de riesgo, y encontré un aliado fiel en Manolo.
–Como dos caras de la misma moneda, ambos personajes están unidos por la traición del tipo que han soportado largamente, rencorosamente.
–Ellas tienen puntos en común y él, a su vez, desarrolla comportamientos semejantes con ambas. Y las dos están presentes en uno y otro texto. Sí, somos varios sobre el escenario, aunque esté yo sola con mi propia historia, los hombres que pasaron por mi vida, los odios, los rencores, los placeres...
–¿Percibís que el primero es un texto escrito desde fuera del género, y el segundo desde adentro?
–Sí, absolutamente. El conocimiento de lo femenino que destila Muerte íntima, de Liliana, solamente puede provenir de una mujer. Sé que hay autores que han dado su versión personal de lo femenino, a veces estigmatizando. Creo que Guillermo trabaja más con el estereotipo del personaje, con fantasmas masculinos. Pero, justamente, la forma en que ocurrió la escritura de Historias... dio como resultado un experimento muy interesante. Para mí, a pesar de la sobreexigencia, de la soledad sobre laescena, es una experiencia muy hermosa. Desde luego que he hecho muchos trabajos en teatro que he disfrutado, personajes variados y ricos, piezas y puestas recordables. Sin embargo tenía la necesidad personal, interna y profunda de hacer algo como Historias de malamor.