DVD
Una película pequeña, que llega desde el Festival de Mar del Plata directo a su estreno en dvd, en la que la prescripción médica aparece como un mandato de época.
› Por Dolores Curia
Ivy (Zoe Kazan) es una chica en sus veinte, que vuelve a la casa materna en un brake estival. Allí, hará malabares durante dos semanas con un incipiente amorío que trae a cuestas desde la universidad (y que se viene a pique) y otra historieta con amigo de toda la vida que evidentemente la adora. Lo cual es obvio para todos menos para ella. La trama podría quedarse ahí, como (otro) tratado adolescente sobre los límites difusos entre la amistad y el amor. Sólo que, además de estudiante epiléptica, Ivy es también una bomba de tiempo. Sobrelleva bastante bien su condición que no le permite ni siquiera darse un baño sin custodia, pero se la ve siempre a punto de detonar, característica que parece haber inspirado el nombre de la película.
The exploding girl, dirigida por Bradley Rust Gray, se estrenó en los cines independientes de Estados Unidos en marzo de este año. Por acá se la pudo ver en el Festival de Mar del Plata y, recientemente, salió directo en DVD con un nombre bastante menos sugestivo: Un amor de verano. Contra todos los pronósticos, esta chica tiene bastante poco de explosiva. Se mantiene a raya cuando de sentimientos se trata. Está claro que tiene graves dificultades para manifestar ira, entusiasmo, cariño y casi cualquier otra emoción humana. El estallido se siente inminente, promete, amaga pero no resuelve y, si hay alguna explosión, es sin dudas interna.
Su teléfono celular parece una extensión de su propia mano y también un cordón umbilical con el mundo. Llamadas van, llamadas vienen (las que se hacen y las que se elige no hacer). Todas van delineando un triángulo deforme –que nunca se termina de contornear– entre dos personas y una voz. De un lado de la línea, un compañero (nunca visible para el espectador) que no tardará en dejarla –como no podía ser de otro modo– por teléfono. Del otro, un amigo de la infancia, tan desgarbado como adorable, que atraviesa todo el verano con la misma camisa, construye juguetes caseros y se fascina con teorías científicas curiosas. Y ella, un poco hipocondríaca, camina directo hacia un colapso emocional que la espera siempre a la vuelta de la esquina.
Con calidad actoral (tanto por parte de Kazan como de su partenaire, Mark Rendall) y recursos escuetos, Un amor de verano supo cosechar varios premios en 2009. Después de su debut en el Festival de Berlín, fue declarado mejor largometraje en el Sanfic (versión chilena del Bafici) y se quedó con la estatuilla a la mejor producción del año en los Spirit Awards, algo así como los Oscar del cine independiente estadounidense. La jovencísima actriz –más conocida por su carrera en Broadway o como nieta del legendario director Elia Kazan– fue coronada por su actuación en el Festival de Cine de Tribeca, en Manhattan. Gray, que oficia de guionista, editor y director en simultáneo, propone una historia sin pretensiones ni sobresaltos, más preocupado por dibujar atmósferas y caracteres que una trama agitada. Rodada en formato digital y con un aire documental, en sus diálogos, como en los de la vida misma, sobran los baches. Gray coloca su lente a una distancia casi molesta de los personajes y los deja perderse entre el tránsito y el bullicio de Brooklyn. Las tomas larguísimas y estáticas obligan al espectador a perseguir con la mirada a los protagonistas entre la muchedumbre. Perezosos y miopes, abstenerse.
Ella, con su cara redonda, ojos saltones y un look naïve, está enamorada de un chico que vacila con terminar la relación. La situación es obvia desde el primer llamado pero Ivy recién se dará por aludida después de ochenta minutos de cinta. ¿Poco perceptiva? Quizá, pero sobre todo obediente a las recomendaciones médicas de evitar imprevistos que puedan devenir en ataques. El último, le declara la chica explosiva a su médica, tuvo lugar hace cinco meses, motivado por un cóctel infalible de estrés y alcohol (y seguro algún componente más que no piensa confesar). Con ese prenuncio, sólo se puede esperar el siguiente.
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