DIEZ PREGUNTAS > A ADRIANA BALAGUER *
› Por Clarisa Ercolano
–Sólo se trata de la Argentina. Como periodista hablo del país con políticos, analistas y como periodista hablo también de lo que nos pasa como país, de las asignaturas pendientes, de nuestros prejuicios, de nuestras miserias, en hijos de putas. Creo que la búsqueda es la misma. Es entender por qué estamos como estamos, cómo llegamos a esta situación... Y ver cómo estos hijos de prostitutas siguen teniendo una mirada optimista sobre sus vidas me obliga a tener esperanzas sobre lo que podemos hacer con nuestro país.
–No siempre fue el último recurso, en algunos casos, fue el único recurso que tuvieron esas mujeres para ganarse la vida. Creo que no es lo mismo ser una víctima del tráfico de mujeres (secuestrada, drogada para ser violada) que decidir trabajar en la calle porque no encontrás muchas más alternativas en tu entorno.
–Infancias complejas y presentes sin rencor. Me llamó personalmente la atención que no hubiese hijos enojados con sus madres porque se hayan prostituido para llenarles la heladera. En todo caso, juzgan a sus madres por otra cosa, pero no por su trabajo.
–En el caso particular de los hijos no noté que hayan sufrido el abandono. Al contrario, noté presencias excesivas de esas madres en las vidas de sus hijos. Madres que “los marcan” cuando deciden por ellos. Como es el caso de Erica, hija y nieta de prostitutas, a quien su madre inicia en la prostitución a los 12 años, y a quien la Justicia exculpa por considerar que lo hizo “por no haber conocido otra cosa”. ¿Sabés que esa hija no le reprocha a su madre ni que aún le cobre por la pieza donde atiende a sus clientes, ni porque la haya obligado a acostarse de chica con un camionero? Sí le reprocha que le haya entregado su primer bebé en adopción y que le espante a sus verdaderos amores...
–Porque son consideradas ciudadanas de segunda. Porque hay quienes creen que si las mataron fue porque se lo buscaron. Y porque juzgar a los clientes puede complicar el negocio...
–Difícil. Vivía con culpa ponerme a indagar en cuestiones que creía que eran difíciles de revivir. Por suerte, terminé comprobando que para muchos de ellos contar sus vidas era una forma de revalorarlas. No podían creer que a alguien les pudiera llegar a interesar.
–El caso de Silvia. Una chica que se enteró que su madre era prostituta el día que menstruó por primera vez. Que cuando empezó el secundario le pidió que dejara de hacer la calle porque no quería que sus amigos la vieran o se acostaran con ella. Y que no bien tuvo su primer trabajo la sacó de los saunas donde trabajaba. Hoy Silvia, que fue abusada por su padrastro, cree en el amor, cuida a su madre y trabaja de recepcionista en un albergue transitorio. Adoré su entereza, su dignidad, su belleza.
–Está claro que ninguna mujer nace para puta. Nadie sueña con vender su cuerpo, con tener sexo con personas que no le agradan... Pero a muchas les es muy difícil salir. Es un círculo vicioso: ¿quién me va a dar trabajo de otra cosa?, ¿de qué voy a vivir?...
–Que es una parte de las contradicciones con las que cargamos los seres humanos. Pensá que también llamamos putas a las mujeres que tienen sexo sólo por placer y no necesariamente con amor... Denominar cosas tan distintas con una sola palabra o expresión es, sin duda, una forma terrible que tenemos de simplificar, de hacer la vista gorda.
–Porque es la respuesta que cualquiera de estos hijos le podría dar a quienes los juzgan sin saber y desde el prejuicio. ¤
* Adriana Balaguer es periodista, escritora y mamá de tres hijos. Se inició en la profesión en el diario El Cronista y la revista Noticias y compartió micrófono con Jorge Guinzburg. Ahora conduce un programa en Radio El Mundo y es editora del sitio web Mujeres sin Fronteras. Su último libro, Hijos de Putas, es un viaje de cronista y una recopilación de testimonios reales de hijos e hijas cuyas madres viven del sexo. Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), solamente en la Ciudad de Buenos Aires 10 mil mujeres ejercen la prostitución, alrededor de tres mil trabajan en la calle y siete mil, en departamentos o saunas.
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