La presentación del primer libro de la socióloga Karina Bidaseca fue la excusa para un intenso diálogo entre la autora y la antropóloga argentina radicada en Brasil Rita Segato. Las dos desenmascaran cierta falsa conciencia y coinciden en la crítica al feminismo blanco y urbano, que desatiende las voces de mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas, mientras pretende “salvarlas” de la opresión masculina.
› Por Milagros Belgrano Rawson
¿Quién dijo que la modernidad trajo igualdad y mejoras en las relaciones entre los sexos? Decenas de experiencias en comunidades indígenas y tribales contradicen la creencia firmemente instalada de que el progreso habría permitido a las mujeres liberarse. Para la antropóloga argentina Rita Segato, “el género ya existía antes de la intervención del hombre blanco y, precisamente, es la modernidad la que captura y magnifica la jerarquía de género”. En otras palabras, en 1492 no sólo surgió la noción de raza y la consecuente racialización de todo aquel que no fuera blanco y europeo, sino que se crearon las desigualdades de género que actualmente persisten en todo el mundo. Este gran tema y muchos otros fueron discutidos durante la presentación de Perturbando el texto colonial (Editorial SB), de la socióloga e investigadora Karina Bidaseca. El libro, que recoge los principales aportes de las teorías poscoloniales al contexto e historia latinoamericanos, se propone demostrar que “es desde los márgenes, y no desde el centro, que el mundo se lee mejor”, como también afirma Segato en su prólogo. Durante el encuentro, esta profesora de la Universidad de Brasilia e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones de Brasil entabló, junto a la autora del libro, un interesante diálogo en el que se abogó por el derecho a la diferencia y a la “descolonización” del feminismo blanco. Precisamente, uno de los capítulos de la obra de Bidaseca, que lleva el delicioso título “Mujeres blancas buscando salvar a las mujeres color café de los hombres blancos y color café”, denuncia la retórica imperialista y “salvacionista” de cierto feminismo del Norte, que en su esfuerzo por “salvar” a mujeres pobres, campesinas, negras, sin papeles o indígenas, ha terminado por silenciarlas. “Es necesario repensar, desde las posiciones feministas, de quiénes hay que salvarlas realmente. ¿De los hombres color café? ¿O de las mujeres blancas? Pensemos, por ejemplo, en el uso que Estados Unidos hizo de la mujer afgana, a la que hay que ‘salvar’”, recuerda Bidaseca.
Segato: Coincido en que hay proyectos basados en una certeza, infundada, de superioridad moral, que pretende enseñarnos cómo no ser machistas, cómo no ser racistas, homofóbicos, etcétera. Hace poco estuve en un congreso de género celebrado en Sevilla. Allí se esperaba que yo dijera que las feministas europeas tienen que civilizar a las mujeres islámicas y yo jamás podría afirmar eso. No siento que el mundo blanco y moderno tenga autoridad para enseñarles a las mujeres musulmanas cómo deben cuidarse. En su puritanismo, el feminismo estadounidense se ha tragado mansamente la mistificación de la sexualidad, que pasa a tener una posición central y definidora de valor. Como ejemplo de la posición contraria, pensemos en la película holandesa Memorias de Antonia, que describe un verdadero proyecto femenino. La nieta del personaje principal es violada, y sí, hay un enojo muy grande, nadie niega que es una agresión brutal, pero el tiempo pasa, y la víctima no queda atrapada en un drama. Por supuesto que el ataque sexual es una tortura, pero es eso lo que hay que recalcar, y no esa visión patriarcal de que al violar se destruye la moral del ser violado y el de su comunidad, sobre todo la de esos hombres que tendrían que haber protegido a la mujer, que queda reducida a un ser tutelado. Los pueblos indígenas no mistifican su sexualidad: de hecho, en el Brasil, hay una comunidad que practica un ritual mediante el cual, luego de la ceremonia matrimonial, la esposa debe mantener relaciones sexuales con el hermano de su marido durante una semana. Esta costumbre se abolió en muchas comunidades, pero no en ésta, donde sin embargo ha generado conflictos y ya hace tiempo que no se la practica. Los conflictos se crean por la disonancia entre la visión moral de la sexualidad en Occidente y la visión tradicional de la aldea sobre este tema. Para la modernidad, la mujer que duerme con su cuñado es una puta, un escándalo, mientras para la sociedad indígena se trata de un ritual que apela al sentido de comunidad.
Bidaseca: Un caso que ilustra las diferencias entre la sexualidad blanca y la indígena es la violación de una niña wichí, de 9 años, en Salta, en el 2005. Por entonces se acusó al padrastro de violarla y hubo un primer fallo judicial, que estableció que no hubo crimen, pues el perito consideró que no se trató de una violación en el sentido occidental, sino de relaciones amorosas que se mantienen dentro de la comunidad y que responden a costumbres ancestrales. Se consideró, además, que la niña no era niña porque había tenido su primera menstruación, lo que para la cultura wichí marca el paso a la adultez. Fue un fallo muy cuestionado, tanto por sectores wichí como por feministas de la Universidad de Salta, que denunciaron como aberrante la violación a una menor. Por supuesto que es aberrante, pero claramente se trató de un dilema ético y moral: una comunidad que rechazaba ser juzgada con las pautas culturales del hombre blanco. Además, hubo muchas arbitrariedades durante el juicio: por ejemplo, la Justicia no autorizó la presencia de un intérprete porque consideró que la comunidad habla el castellano. Y, por otro lado, el acusado está desde hace cinco años en una cárcel sin condena firme, lo que infringe sus derechos más básicos. Por otro lado, hace un tiempo escuchaba a un cacique wichí decir que hasta los años 90 a nadie le importaba quiénes eran los wichí, pero a partir de entonces, el interés del blanco fue estudiarlo para ver cómo se comporta y luego criminalizarlo.
Segato: Pienso que el criollo “blanqueado” se ha confundido: hemos tenido 200 años, ¡un Bicentenario!, de confusión. Aunque las mujeres de estas costas tengamos cuatro abuelos europeos, cuando vamos al Norte, no somos mujeres blancas. Es absurdo afirmar entonces, “No, escuchen, yo fui a Harvard”. Es realmente ridículo, sobre todo si se piensa que sólo esa universidad norteamericana tiene el presupuesto total asignado a toda la educación del Brasil. Mientras, veo a latinoamericanos que cada vez se pliegan más al Norte y no perciben que la raza no es nada más que la racialización del Otro. La modernidad opera de esta forma, y ese imaginario moderno ve al otro de color, aunque no tenga color. Lo he experimentado personalmente y conozco a un profesor que me contaba: “En vuelo a Estados Unidos, subí al avión blanco y me bajé negro”. Y eso nos pasa a todos al llegar al Primer Mundo: inmediatamente percibimos que tenemos una raza. Y aquellas mujeres no blancas, que tienen esa experiencia desde siempre, nos pueden enseñar el camino a seguir. En los últimos años, las universidades de Brasil han comenzado a tener una importante matrícula de estudiantes negros, a los que siempre les digo: “Alégrense: ustedes saben quiénes son, tienen un capital de autoconocimiento mayor al mío. Yo no sé quién soy: aún tengo que identificarme, para saber desde dónde voy a mirar al mundo”. Hoy, más que nunca, tenemos que pensar en la gran potencia histórica de esos hombres y mujeres a los que los intelectuales representan como subordinados.
Bidaseca: En mi caso, hace 15 años que escucho “voces bajas”, de hombres y mujeres campesinos e indígenas. En Jujuy, en la Quebrada de Humahuaca, donde realizo trabajo de campo, estudio los efectos de la declaratoria de esa región como “Patrimonio de la Humanidad”, la cual desencadenó una serie de efectos negativos para la comunidad, como la folklorización y mercantilización de la cultura indígena, y una exacerbación de los conflictos por la tierra. En ese contexto, critico a un feminismo blanco que desatiende las demandas campesinas o indígenas, y adhiero, en cambio, a un feminismo poscolonial representado por mujeres negras, indias, chicanas, etcétera. Es importante entender que existen problemáticas de la mujer campesina o indígena que no se corresponden con la vida de las feministas blancas y urbanas. Hay movimientos rurales de mujeres, que están atravesados por demandas que no tienen que ver con el machismo, por ejemplo, sino con la conquista de la tierra, que es lo más urgente para ellas.
Segato: Yo creo que en Latinoamérica el feminismo está dividido y muy enfrentado: tenemos un feminismo que cree aún que el avance de la modernidad y de las leyes del Estado pueden transformar las vidas de las mujeres de una manera radical. Pero hay otro feminismo que piensa a partir de la aldea, de la comunidad, y de formas de existencia no modernas. Como dice Karina, es imprescindible descolonizar el feminismo. Su libro muestra que la posición de las mujeres subalternas es silenciada permanentemente por la Modernidad: mujeres no blancas que en realidad encarnan el gran motor de la historia.
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