Viernes, 25 de abril de 2003 | Hoy
Sin prisa y sin pausa, pero siempre yéndose para arriba, Julianne Moore -musa de los independientes solicitada por el cine más comercial– se ha convertido en una estrella atípica, reconocida por todos los públicos. Le birlaron tres veces el Oscar pero, sin duda, la cuarta será la vencida.
Desde que hizo público
su vello púbico en Ciudad de ángeles (Short Cuts, 1993), la prensa
del espectáculo no dejó de bromear con que el bottomless (desnudo
de abajo) había probado fehacientemente que Julianne Moore era una pelirroja
auténtica. Pero casi nadie subrayó el topless (desnudo de arriba)
que la actriz exhibió con la misma soltura en El cuerpo de la evidencia
(1993). Es a que la protagonista de Lejos del paraíso (2002, actualmente
en cartel) le llevó su tiempo hacerse notar, cosa que finalmente logró
siendo treintañera larga. Pero ahora, a los 42, aunque la (excelente)
nariz postiza de Nicole Kidman le haya hurtado el Oscar que se requetemerecía
por Las horas, Julianne Moore está encumbrada en un estrellato atípico,
laburando como una descosida los últimos cinco años (cinco películas
en el 2001, cuatro en 1999 y 1998) y alternando con total desprejuicio producciones
de espíritu indie con otras de intenciones francamente comerciales sin
que se le caigan los anillos (no el de bodas, que no lo tiene porque no está
dispuesta a casarse con su boyfriend desde hace varios años, padre de
sus dos hijos).
Lejos de toda infatuación, esta hija de un juez del ejército norteamericano
y de una asistente social escocesa (a la que le debe su coloradez) valora mucho
las ofertas de trabajo en un momento en que las actrices que han pasado los
35 plañen con razón por la escasez de buenos roles femeninos,
especialmente protagónicos. Y no se olvida de aquellos años duros
en Manhattan –recién graduada en Arte Dramático– donde,
antes de conseguir trabajo estable y rentable en la TV, fue vendedora, camarera,
hizo alguna cosilla en Broadway. Hasta que luego de estar en una soap opera
de cuarta, enganchó un doble papel –la gemela buena y la mala–
en “As the World Turns”, serie en la actuó durante tres años
y que la llevó a ganarse un Emmy. De todos modos, entró al cine
por la puerta más chica, primero a través de un par de calamidades
de poca monta, luego hizo un papelito en La mano que mece la cuna (1992, asesinada
por la protagonista Rebecca De Mornay: a propósito, ¿qué
fue de ella?). Empezaron los secundarios menos interesantes (Benny & Joon
y El fugitivo, 1993), más interesantes (Ciudad de ángeles y su
famoso escote inferior, Vania en la calle 42 (1994), dirigida por el francés
Louis Malle), a la espera del primer protagónico que (Safe, 1995) le
llegó gracias a Todd Haynes, el mismo realizador de Lejos del paraíso,
pero en un género muy diverso, cercano al thriller fantástico.
Ahora que revistas exclusivas al elegir figuras para sus entrevistas la convocan
y hacen producciones fotográficas glamorosas con ella, Julianne Moore
no deja de recordar que en la primaria se consideraba un verdadero aparato:
“¿Vieron que en la escuela siempre hay alguien petiso o anteojudo
o físicamente torpe? Bueno, yo era las tres cosas a la vez”. Adaptarse
a un medio que le parecía hostil e intentar superar el sentimiento de
inferioridad cuando aún se llamaba Julie Anne Smith, asegura, fueron
sus primeros pasos intuitivos como actriz. Lo de retacona lo disimuló
años más tarde con ropa ad-hoc, tacones o plataformas; obviamente
se quitó las gafas y en cuanto a la poca habilidad física, amén
de mejorarla con clasesirregulares de gimnasia, decidió explotarla cuando
surgió –ya en el 2001– la posibilidad de hacer una comedia
descerebrada como sin duda lo fue Evolución, de Ivan Reitman: “Yo
misma añadía las reiteradas caídas a mi personaje, para
hacerlo más cómico. Seguramente tengo más que ver con esta
epidemióloga que con la Clarice Starling de Hannibal, aunque ya no me
caigo tanto. Creo que he llegado a tener un poco más de control sobre
mis movimientos”, dice la pelirroja que cambia de color y de personaje
como un camaleón, con sus cuarentipico que de verdad parecen 30, su pálida
y fina tez levemente pecosa, su nariz medio griega, los dientes replegados hacia
adentro y esa mandíbula bien cuadrada “que me hace parecer más
alta y más fuerte”.
La chica más popular
De Steven Spielberg
(El mundo perdido, 1997) a Ivan Reitman, de Robert Altman y los hermanos Coen
a Neil Jordan (El ocaso de un amor, 1999), en general los realizadores que la
han dirigido hablan maravillas de J.M. Empezando, faltaba más, por su
compañero Bart Freundlich, que la condujo en The Myth of Fingerprints
(1997), más recientemente en World Traveler (2001) y actualmente se apresta
a repetir con una producción basada sobre un relato del hermano de Julianne,
cuando ésta culmine los meses sabáticos que se tomó luego
del nacimiento, a fines del año pasado, de su hija Liv. Según
Freundlich, su mujer tiene una habilidad única para dejar afuera su propia
personalidad al interpretar un rol: “Ella se transforma radicalmente, entonces
el público sólo ve al personaje. Y esto no es lo que se espera
de una estrella, por eso su carrera ha ido ascendiendo tan lentamente”.
Además de Freundlich y Haynes, volvieron a filmar gustosos con ella Robert
Altman y Paul Thomas Anderson. Neil Jordan le dio el protagónico de El
ocaso de un amor (adaptación del El fin de la aventura, de Graham Greene)
después de que Julianne, desesperada como nunca por un papel, le escribió
una carta rogándole que la considerara y adjuntándole unos videos
de muestra. Por cierto, Jordan se quedó encantado con la labor de la
actriz al encarnar a la conflictuada adúltera (que, por otra parte, le
significó su segunda candidatura al Oscar, luego del secundario de Boogie
Nights, Juegos de placer, 1997): “No he visto a nadie acercarse a un rol
con menos vueltas y mayor intensidad. Julianne se deja atrapar controladamente
por la naturaleza del personaje que le toca, se deja llevar por él y
así viaja fluida y rápida”.
Otro que se derrite por ella es Ridley Scott, responsable de Hannibal: jura
que es la actriz más versátil y creativa que ha conocido en su
vida. Modestamente, Moore reconoce que Scott –que siempre la tuvo en mente
para el personaje de Clarice, pese a que el estudio proponía a Gwyneth
Paltrow, Ashley Judd, Angelina Jolie– le generó la confianza que
andaba necesitando: “Era arduo ocupar el lugar de Jodie Foster, que lo
había hecho admirablemente, con una vida interior llena de secretos.
Clarice es una huérfana que nunca verbaliza lo que siente, lo que piensa”.
Una vez más, Moore salió elegantemente del paso, aunque muchos
lecterianos siguen prefiriendo a Foster: “Fue casi como cuando no quedó
más remedio que reemplazar a Sean Connery en el papel de 007”, se
ríe la actriz que, pese a su poder de concentración y disociación,
se impresionó bastante al filmar la comentada secuencia de la cena en
la que Anthony Hopkins saca sesos (de vaca) de la cabeza de un muñeco
parecidísimo a Ray Liotta, y los pone a freír: “Al principio
me costó un poco, pero al cabo de tres días, ya había perdido
mi estómago”.
Con ese estilo sin ínfulas que le permite burlarse de la etiqueta de
sex-symbol intelectual que pretenden colgarle algunos, Julianne Moore tiene
siempre palabras de estima y simpatía para los directores y actores que
han trabajado con ella. Así, sostiene que es muy fácil rendir
mejorjunto a intérpretes como Anthony Hopkins, Ralph Fiennes o Jeff Bridges,
sin dejar de manifestarse agradecida hacia Sylvester Stallone –con quien
trabajó en Asesinos, 1995–, “que se portó muy bien conmigo.
Yo estaba empezando y él era una gran estrella, pero siempre estuvo ahí,
cuidándome. Me enseñó mucho acerca de cómo funciona
la maquinaria publicitaria”. De David Duchovny, su partner en Evolución,
comenta la pelirroja que la divirtió mucho durante el rodaje con sus
continuos chistes. Y en cuanto a la bajada de pantalones en pantalla del actor,
acota: “Mostró un buen culo, todo hay que decirlo. Fue algo inesperado
que nos hizo reír a todos”.
Las imperfectas casadas
Entre la gran
variedad de personajes que ha interpretado Julianne Moore no han faltado una
serie de esposas y madres (tampoco una actriz porno en Boogie Nights ni una
viuda maléfica en Un esposo ideal), pero nunca había encarnado
y vestido a amas de casa ciento por ciento, como se supone que lo eran muchas
norteamericanas en los años ‘50. Y aunque la Laura de Las horas
y la Cathy de Lejos del paraíso, sus últimos films, tienen cierta
diversidad, hay algo que las une –más allá de la época,
de la mentalidad dominante y la ropa influida por el new look de Dior–:
una honda insatisfacción por, al decir de Betty Friedan, esa mística
de la feminidad, un malestar que subyace bajo los prolijos peinados, los vestidos
impecables, las aplicadas conductas cumpliendo las labores adjudicadas al género.
Según J.M., ambas mujeres comparten un horizonte muy limitado del que
no pueden salirse sin ser consideradas réprobas: “Mi personaje de
Las horas sólo contempla una opción: que la vida consiste en lo
que una puede llegar a aguantar. Es algo muy doloroso, que desde mi punto de
vista me pone la piel de gallina. Por su parte, Todd Haynes dice que Lejos del
paraíso trata sobre la intolerancia y los prejuicios culturales, pero
para mí también se refiere básicamente a una cuestión
de desigualdad de sexos”. En opinión de la actriz, aun durante los
reprimidos años ‘50, “los hombres tenían distintas opciones
mientras que Cathy sólo puede permanecer en su acotado mundo doméstico
y social”. A su manera, cada una intenta saltar la valla, cruzar alguna
frontera vedada: Laura, que “sólo se siente verdaderamente viva
mientras lee (La señora Dalloway, de Virginia Woolf, texto que liga las
tres historias de Las horas) y no se cree capaz como madre aunque ama entrañablemente
a su hijito, intuye que lo que siente por su vecina es de lo más auténtico
y fuerte que ha experimentado en su vida, y eso le parece escalofriante”.
Y entonces, como la Nora de Casa de muñecas de Ibsen, abandona su hogar,
deja a su marido y a su niño. Cathy –clase media alta, dos chicos,
criada y jardinero negros, un mundo aparentemente perfecto– sufre un shock
cuando descubre que su esposo tiene relaciones sexuales con hombres. Julianne
Moore cree que Cathy, aunque ingenua, “es un ser humano íntegro
que de repente se da cuenta de que todo lo que la rodea es artificio, y a partir
de ese momento entra en un mundo donde ya no sirven los convencionalismos”.
Julianne Moore afirma que pese al paso de las décadas, a la evolución
de las costumbres y a las campañas en favor de los derechos humanos,
los prejuicios raciales y sexuales no se han borrado: “Por el contrario,
creo que la cosa está yendo a peor, que cada vez hay más intolerancia,
aunque a todos nos guste fingir lo contrario y hacer como que esas cosas están
superadas. Por eso, Lejos del paraíso se puede extrapolar directamente
al presente”.
La intérprete, en su vida privada, ha logrado no sin esforzadas negociaciones
conciliar su vida familiar y su profesión. Aunque a su novio siguen alterándolo
las escenas eróticas que Julianne debe actuar con frecuencia, y su hijo
mayor de casi cuatro años la reclame sin atenderrazonamientos: “A
veces pienso que tiene razón Nora Ephron cuando dice que si les diéramos
a elegir a nuestros hijos entre tenernos felices trabajando o tristes en la
habitación de al lado, ellos optarían por la segunda posibilidad.
Cuando intenté explicarle a Cal que necesitaba cumplir con mis compromisos,
él me contestó: ‘¡Tu tarea es cuidarme a mí!’”.
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